viernes, febrero 29, 2008

EUGENIO MONTEJO


Descubro a un poeta venezolano al leer una entrevista que se le hizo hace días en el diario El País. me gusta lo que dice y le traigo a este lugar de quien desee leer...




AMANTES




Por Eugenio Montejo



Se amaban. No estaban solos en la tierra;

tenían la noche, sus vísperas azules,

sus celajes.

Vivían uno en el otro, se palpaban

como dos pétalos no abiertos en el fondo

de alguna flor del aire.

Se amaban. No estaban solos a la orilla

de su primera noche.

Y era la tierra la que se amaba en ellos,

el oro nocturno de sus vueltas,

la galaxia.

Ya no tendrían dos muertes. No iban a separarse.

Desnudos, asombrados, sus cuerpos se tendían

como hileras de luces en un largo aeropuerto

donde algo iba a llegar desde muy lejos,

no demasiado tarde.

jueves, febrero 28, 2008

MELISSA: JUEGOS DEL 1 AL 5


MELISSA: JUEGOS DEL 1 AL 5


Por Claudia Hernández


Juego 1: cuatro años. Flores en el cabello. Melissa viene de la mano del padre, que está molesto: la he hecho levantarse del jardín, donde ella lo había estado esperando seriecita, acostada sobre la grama, cubierta de flores, con los brazos cruzados sobre el pecho, simulando estar muerta, como la abuela hace unos días, pero sin ataúd: no encontró una caja de su tamaño.
No le gustó el juego al padre. Dijo que no era gracioso.
La madre se ha echado a llorar: aún es muy reciente la muerte de su madre.


Juego 2: En el suelo del pasillo. Sin ropa. Boca abajo. Con la lengua entre los dientes y un cinturón del padre saliéndole desde la parte alta de las piernas, donde lo tiene sujeto. Es un gato. Arrollado. A su alrededor, hojas moradas deshechas y revueltas con hojas verdes hechas bolitas. Pide que piensen que son las vísceras.
Si quieren pasar, tienen que saltar sobre el cadáver del gato, que es ella. O caminar sobre su cuerpo, patearla... De todas maneras, no siente: está muerto el gato, que es ella.
También pueden levantarla con ayuda de una pala y de una escoba, guardarla en una bolsa para basura y arrojarla en el contenedor más próximo. Así hizo el vecino con el gato que arrollaron frente a su casa...
La mamá le ordena levantarse inmediatamente. Y limpiar. Y vestirse.


Juego 3: terraza. Hora del almuerzo. Cae de improviso a los pies del papá. Los ojos: abiertos, clavados en el padre, que está vivo y contempla su descenso sin entender. Tiene que explicarle: es una paloma, pero no de las que vuelan y cantan asustadas, sino de las que caen con el cuello doblado. La piedra de un niño se lo ha quebrado.
Al papá no le gusta el juego. No le gusta verla tirada y con el cuello flexionado como si no tuviera huesos adentro. Le dice que se siente a comer. Ella no le hace caso.
El papá le dice que, por lo menos, cierre los ojos. Para que parezca menos muerta. Pero ella sigue sin obedecer: las palomas muertas no cierran los párpados.
El padre se levanta. Se va. No se conduele.


Juego 4: con las muñecas, las treinta. Todas sin ropa. Todas con el rostro y el cuerpo cubierto por una capa del talco que su madre le aplica en la barriga y en los pies a ella. Es una morgue. En su habitación.
Diez —las más pequeñas— están en las gavetas de su cómoda. Siete están sobre la mesa del tocador, sobre una sábana, en espera de ser atendidas. Las tres más nuevas están en bolsas: son las recién llegadas, aún no sabe de qué dirá que han muerto. Las cuatro acostadas sobre la cama son las que están listas para que se las lleven los parientes. Las seis bajo la cama son las que ya fueron enterradas.
La mamá entra. Mira. Le da un abrazo. No debió haberla llevado a recoger el cadáver de la abuela.


Juego 5: plastilina. Figuras de animales y de comida.




miércoles, febrero 27, 2008

FERNANDO BORLÁN


Murió un poeta y como más vale tarde que nunca, es el momento de recordarle. Siguen una glosa del literato y del hombre tal y como la realiza el periodista Santiago Barra en uno de los BLOGs del semanario EL DECANO de Guadalajara y una pieza lírica de Fernando Borlán quien ya descansa para que le tengamos presente...




Fernando Borlán, poeta
Escrito por: Santiago Barra - 21 Enero 2008


BLOGS de EL DECANO
SANTIAGO BARRA



Ha muerto Fernando Borlan (Galleguillos, León, 1932), atacado por la enfermedad, cansado de vivir, después de haber vivido tanto. La última vez que nos vimos, tomando un café en el Manhattan, me dejó sin habla cuando en un momento de la conversación me espetó: "Santi, qué difícil es morirse". Así, a bocajarro. Sin pelos en la lengua. No supe qué replicar. Apenas disimulé una disculpa: "Fernando, estarás mal de las piernas, pero la cabeza te funciona perfectamente".
Perfectamente. Tal es así que incluso le animé a que escribiera para EL DECANO algún artículo cuando a él le apeteciera. Me dijo que sí, pero esa enfermedad perra se precipitó como una bola de nieve en una pendiente. En pocas semanas ya no tuvo fuerzas para acudir hasta su mesa del Manhattan, donde le dejaba su hija Lydia, y se pasaba la mañana leyendo "El País" y charlando con los amigos. Hasta que le volvían a recoger para ir a comer.
Es difícil morirse, sí, pero tiene que ser un poco menos cuando se ha sabido vivir. Y Fernando Borlán fue un hombre que contagiaba vitalidad a todo aquel que formaba parte de su mundo. Fernando era un heterodoxo. Un tipo políticamente incorrecto de la añeja acracia valleinclanesca. A Guadalajara llegó como catedrático de Literatura al Instituto Brianda de Mendoza, y en poco tiempo era el profesor más popular del centro. Seguro que no era el catedrático más escrupuloso a la hora de cumplir con el programa y la burocracia, pero lo compensaba con creces porque enseñaba a pensar a sus alumnos. Y a ser críticos. Era de la escuela de Unamuno. Descreído e irónico. Una especie que ya no se lleva.
En el Instituto, Borlán estuvo metido en todos los fregados. Fue impulsor de Radio Arrebato, de talleres de Teatro, de continuas actividades en las que sus alumnos abrazaban la Cultura con mayúsculas. Un día se trajo a Rafael Alberti y a Joaquín Sabina a leer poesía a sus alumnos. Si no fuera porque el concepto ha caído en lo burocrático, se podría decir que Fernando era una animador cultural extraordinario. Sus alumnos darán fe de ello.
Fernando se ganó la vida enseñando literatura, sobre todo incitando a sus alumnos a que leyeran libros, no sólo el manual del curso, al que hacía poco caso, pero si hubiera que definirlo con una sola palabra, me quedo con la de poeta. Fernando pensaba en verso y era un poeta de cuerpo entero. Dotado de una técnica poética depuradísima, él se convertía en el artesano que va modelando a su gusto el lenguaje hasta convertirlo en desnuda belleza. Deja cinco libros publicados de hondo calado poético: Cántico carnal (1985), Taberna de Humo y Sueño (1990), Zálata (1993), Derrota de los ídolos (1996) y Poesía inéditas (2007). Este último lo editó la Diputación de José Carlos Moratilla, uno de sus alumnos, y constituye la recopilación de su exuberante producción literaria. Después escribió otro más, que está inédito, según me contó la última vez que charlamos.
“Taberna de Humo y Sueño” fue publicado por EL DECANO, como editorial, lo que me permitió conocer más en profundidad a Fernando, como intelectual y como persona. Primero me entregó el manuscrito para que lo leyera. Me dijo algo así como que era La Celestina del siglo XX. Lo leí de un tirón, y me impresionó por su calidad y frescura juvenil, en él, un venerable catedrático con bigote:
Tu corazón, taberna de humo y sueño,Hoy está empapelado.En sólo un muroCon el rostro arañado de un político,Un artista de rockY una academia de teatro y danza.¿Cómo estará la mesaen que escribí el poema en tus manos?Mientras fumo un cigarroUn peatón me empuja.Cerrado.Los grandes almacenes se encuentran de rebajas.En el escaparateMi corazón, un saldo,aparece colgado en una percha.Pasea la ciudad indiferente.
Fernando Borlán se encargó de buscar las subvenciones indispensables para financiar el libro y nosotros pusimos la edición y la ilustración, que corrió a cargo de un pintor que entonces colaboraba con EL DECANO, Francisco Núñez. Hizo un trabajo extraordinario. Nos gustaba tanto lo que iba saliendo que no reparamos en que habíamos elegido un papel y una edición tan exquisita, que acabó superando en mucho las subvenciones comprometidas. El desajuste fue notable, pero a la postre fue una bendición. Para compensarnos, Fernando nos escribió una columna semanal, que se llamó “La Taberna”, y que se convirtió en una pieza de éxito entre la prensa de Guadalajara. Fue en la época de Blanca Calvo, otra heterodoxa de la política, a la que Borlán defendió cual Quijote deslenguado.
No sé dónde te habrás ido, querido Fernando, pero a buen seguro que ya habrás preguntado que por dónde queda la taberna. Borlán iba a las tabernas no sólo a beber, que en eso fue hombre moderado, acudía a charlar y a arrojar, si se terciaba, el afilado dardo de su palabra. Era acerado como Quevedo, pero sin espada colgada al cinto. Cuando se encontraba a gusto y quería impresionar a una chica guapa le escribía un soneto personalizado, perfecto de métrica y rima, en una servilleta. Pensaba en poesía.
Fue un poeta. De los mejores.







BALADA DEL RÍO CEA (último poema del libro "Poesías Completas")




Que el río no se para

que eres tú quien lo lleva.

Se convierte en espejo

cuando encuentra un remanso

y refleja los chopos y las islas

y algún que otro recuerdo.

Que el río no se para

que eres tú quien lo lleva.

A veces se hace cuna

de los patos salvajes

y en los atardeceres

acuarela del cielo

borracho de colores

cuando se muere el solo algodón de las nubes

para curar heridas

que el tiempo va dejando

sobre el páramo largo que es la vida.

Que el río no se para que eres tú quien lo lleva.

En la corriente canta

el brillo de tus ojoso la canción antigua

canción de barro y hierba.

La canción del silencio

de un molino ya en ruinas

o ese silencio enorme

que cantan las estrellas.

El río está cansado

y no quiere ir al mar

sin ti mientras te espera.

Que el río no se para

que eres tú quien lo lleva.




Fernando Borlán

Guadalajara, 26 de enero de 2006

martes, febrero 26, 2008

HORIZONTE




Horizonte










Por Antonio Machado






En una tarde clara y amplia como el hastío,



cuando su lanza blande el tórrido verano,



copiaban el fantasma de un grave sueño mío



mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano.






La gloria del ocaso era un purpúreo espejo,



era un cristal de llamas, que al infinito viejo



iba arrojando el grave soñar en la llanura...



Y yo sentí la espuela sonora de mi paso



repercutir lejana en el sangriento ocaso,



y más allá, la alegre canción de un alba pura.



lunes, febrero 25, 2008

LA NOVIA DEL ANCIANO


LA NOVIA DEL ANCIANO



Por Javier Villafañe.



Todas las noches el anciano les contaba cuentos a los nietos. El cuento que más les gustaba era el de la novia del abuelo, cuando el abuelo tenía doce años y paseaba en bicicleta con su novia. Comenzaba así: "Ella era suave y hermosa. La cabellera larga y los ojos redondos y luminosos como los mirasoles. Andaba siempre en bicicleta."
Una noche lo interrumpió Luis, el menor de los nietos:
—Abuelo, no cuente cómo murió esa tarde porque hoy vino a buscarme en bicicleta cuando salía de la escuela.
—Abuelo —dijo Irene—, esta mañana dejó la bicicleta apoyada en un árbol y jugó con nosotros en el patio. Me escondí detrás de sus cabellos y nadie me vio.
—Abuelo —dijo Esteban—, tiene los ojos tan grandes que aprendí a nadar en sus ojos.
—Abuelo —dijo Claudia—, ella lo está esperando.
Y con una tijera le cortó la barba, la quemó con la llama de un fósforo y en el humo apareció una bicicleta. El abuelo bajó las escaleras pedaleando y cuando llegó a la calle se encontró con su novia.
Los nietos los vieron irse en bicicleta.

domingo, febrero 24, 2008

POEMA 59 (VISIÓN)


Poema nº 59 (Visión)



Por Camilo José Cela



A L. R. S., mujer.




¡Como te veo en mí ahora que estás lejana!

¡ahora que ya te tengo segura para siempre

como te veo en mí!

¡ahora que la distancia te conserva sincera,

ahora que no resisto tus ínfimos silencios,

como te veo en mí!

¡Ay tu amor que no existe como se siente en mí!

¡Ay tu amor que no existe!

¡Ay las nubes que siento que salen de mi pecho,

como son toda imagen!

¡Y este espejo inocente o esta húmeda yedra

como me traen tu cuerpo violeta como el agua!

Ahora que son tus ojos tan hondos como lagos

un purísimo goce de mis manos,

ahora que son tus senos presentidos magníficos y leves

dos azules hortensias,

ahora que no te acuerdas de que yo te he querido…

ahora: en este mismo instante en que me siento inmenso

en que me noto fértil como paloma o rosa,

te presiento tan fija que temo reencontrarte

que temo y que deseo como la voz al aire,

como la mano al seno que aún es flor de almendro

como el cuerpo a ser sombra que no es bastante bella

como el pez a las rachas de frío de tus ojos……

¡y siempre vuelvo a ti!

(¡Ay tu amor que no existe!

¡Ay tu amor que no existe!

¡Ay tu amor que no existe!...)

sábado, febrero 23, 2008

FÁBULA EDIFICANTE




FÁBULA EDIFICANTE



Por Fernando Sorrentino.



Éste era un mendigo muy honesto.
Un día golpeó a las puertas de una rica mansión. Salió el mayordomo y le preguntó:
—¿Qué desea, buen hombre?
El mendigo respondió:
—Una limosnita, por amor de Dios.
—Voy a consultar con la señora.
El mayordomo consultó con la señora, y ésta, que era muy avara, le contestó:
—Jeremías, déle a ese buen hombre un pan. Sólo uno. Y, en lo posible, que sea de ayer.
Jeremías —que estaba secretamente enamorado de su ama— buscó, para complacerla, un pan viejo, duro como una piedra, y se lo entregó al mendigo.
—Toma, buen hombre —dijo, ahora tuteándolo.
—Que Dios se lo pague —respondió el mendigo.



Jeremías cerró el pesado portón de roble, y el mendigo se alejó con el pan bajo el brazo. Llegó al terreno baldío donde solía pasar los días y las noches. Se sentó a la sombra de un árbol y empezó a comer el pan. De pronto mordió algo duro y sintió cómo una de sus muelas se hacía pedazos. Cuál no sería su sorpresa cuando rescató, junto con los fragmentos de su muela, un fino anillo de oro, perlas y diamantes.



—Qué suerte —se dijo—. Lo venderé y tendré dinero por mucho tiempo.
Pero en seguida prevaleció su honestidad:
—No —agregó—. Buscaré a su dueño y se lo devolveré.



En el interior del anillo estaban grabadas las iniciales J. X. Ni corto ni perezoso, el mendigo se dirigió a un almacén y pidió la guía de teléfonos. Comprobó que, en todo el pueblo, sólo existía una familia cuyo apellido comenzase con X: la familia Xofaina.



Lleno de alborozo por poder llevar a la práctica su honradez, partió rumbo a la casa de la familia Xofaina. Grande fue su asombro al ver que se trataba de la misma casa donde le habían dado el pan con el anillo. Golpeó a las puertas. Salió Jeremías y le preguntó:
—¿Qué desea, buen hombre?
El mendigo respondió:
—He encontrado este anillo dentro del pan que usted tuviera la bondad de darme hace un rato.
Jeremías tomó el anillo y dijo:
—Voy a consultar con la señora.
Consultó con la señora, y ésta, feliz y cantarina, exclamó:
—¡Afortunada de mí! ¡Hétenos aquí con el anillo que yo había perdido la semana pasada, mientras amasaba el pan! Éstas son mis iniciales, J. X., que corresponden a mi nombre y apellido: Josermina Xofaina.



Después de un instante de reflexión, añadió:
—Jeremías, ve y dale a ese buen hombre, como recompensa, lo que él quiera. Siempre que no sea muy caro.
Jeremías, tuteado por su ama, volvió a la puerta y díjole al mendigo, recayendo en el tuteo:
—Buen hombre, dime qué deseas como recompensa por tu buena acción.
El mendigo contestó:
—Sólo un pan para saciar mi hambre.
Jeremías —que seguía enamorado de su ama— buscó, para complacerla, un pan viejo, duro como una piedra, y se lo entregó al mendigo:
—Toma, buen hombre.
—Que Dios se lo pague.



Jeremías cerró el pesado portón de roble, y el mendigo se alejó con el pan bajo el brazo. Llegó al terreno baldío donde solía pasar los días y las noches. Se sentó a la sombra de un árbol y empezó a comer el pan. De pronto mordió algo duro y sintió cómo otra de sus muelas se hacía pedazos. Cuál no sería su sorpresa cuando rescató, junto con los fragmentos de esta su segunda muela rota, otro fino anillo de oro, perlas y diamantes.



Una vez más advirtió las iniciales J.X. Una vez más devolvió el anillo a Josermina Xofaina y recibió como recompensa un tercer pan duro, donde encontró un tercer anillo que volvió a devolver y por el cual obtuvo, en recompensa, un cuarto pan duro, donde...



Desde ese día venturoso hasta el infausto de su muerte, el mendigo vivió feliz y sin estrecheces económicas. Sólo debía devolver diariamente el anillo que encontraba dentro del pan.

[De En defensa propia, Buenos Aires,
Editorial de Belgrano, 1982.]

jueves, febrero 21, 2008

LA ORACIÓN DE LA ROSA


LA ORACIÓN DE LA ROSA

Por Dulce María Loynaz

Padre nuestro que estás en la tierra, en la fuerte

y hermosa tierra;

en la tierra buena:

Santificado sea el nombre tuyo

que nadie sabe; que en ninguna forma

se atrevió a pronunciar este silencio

pequeño y delicado... este

silencio que en el mundo

somos nosotras

las rosas...

Venga también a nos, las pequeñitas

y dulces flores de la tierra,

el tu Reino prometido...

Hágase tu voluntad, aunque ella

sea que nuestra vida sólo dure

lo que dura una tarde...

El sol nuestro de cada día, dánoslo

para el único día nuestro...

Perdona nuestras deudas-la de la espina,

la del perfume cada vez más débil,

la de la miel que no alcanzó para la sed de dos abejas...

-así como nosotras perdonamos

a nuestros deudores los hombres,

que nos cortan, nos venden y nos llevan

a sus mentiras fúnebres,

a sus torpes e insulsas fiestas...

No nos dejes caer

nunca en la tentación de desear

la palabra vacía, -¡el cascabelde las palabras!...

-,ni el moverse de pies

apresurados,

ni el corazón oscuro de

los animales que se pudre...

Más líbranos de todo mal.

Amén.

martes, febrero 19, 2008

LA CASA DE LOS ESPÍRITUS


Desde el jueves, infausto día que muchos celebraron al amparo de la advocación de San Valentín, cuento mis días por jornadas de insuficiencia fónica. Debe ser que, entre la notoria ausencia de fe manifestada por mí en ocasiones como esta, y el hosco proceder en materia de galanteo y correspondencia enamorada que me atribuirán quienes son partidarios de ese romanticismo a mis ojos de mucho celofán rosa y contenido nulo, sufro este trance de decrepitud y ruina física. Todo son jarabes, pastillas, remedios de los de siempre que te aconsejan familiares, amigos y conocidos y el imperio de un silencioso Cid conquistador que no ha tenido que combatir ganando la plaza de mi garganta. Así pues, administro mis sonidos, los imprescindibles, para hacerme entender y aprecio la vida callado: callado pero no ausente, como diría el poeta. Callado y bien callado en la casita de los espíritus, nombre por el que se conocerá desde ahora la vivienda cuyo techo me cobija. ¿Por qué?… El caso es que tanto mal pudo menos de lo necesario para evitar una nueva edición del CINE PALOMITAS DE LA CASA SOLARIUN DE LOS SÁBADOS NOCHE SOBRE EL SOFÁ REVESTIDO DE AZUL, acontecimiento lúdico doméstico del que disfruto sinceramente, incluso aún cuando las sesiones dichas hayan de acontecer más a menudo de lo deseable- las incertidumbres económicas que bien se conocen, por ejemplo, no perdonan- con una profesora de inglés, lengua en conejito convertida y hoy dentro de las chisteras electorales de “Cejazeta” y “MariaNo”, que dice quererme también en castellano y valenciano … Porque con ella, la mujer magnífica que lo es hasta cuando me lía para salir a caminar y yo no quiero, muy atenta al progreso de mis lamentables cuitas y, por lo tanto, resignada a contagiarse de mis flaquezas- lo cual, dado mi aspecto es un contrasentido- iba a ver en televisión una película protagonizada por quien fuera ídolo de ella en épocas pasadas: hoy triunfa GEORGE CLOONEY, pero antes reinó Irons, Jeremy Irons. El caso es que cuando, el gran actor súbdito de Su Graciosa Majestad aparece como varón maduro conforme al relato cinematográfico de marras, muchos años después de haber visto por primera vez esta versión filmada de la novela de Isabel Allende LA CASA DE LOS ESPÍRITUS, sucedió la pesadilla. Ante nuestros enfebrecidos ojos, sí, pero aún ojos de servicio, Irons, con bigote, deja de ser Irons. Tanto es así que ni siquiera es Irons el personaje al que se supone debe encarnar. No, no lo es, ni se le parece ni se le espera bajo ese aspecto. “El Jéremy de mi niña”, de pronto, por arte de “Tamarizes y Houdinis”, preso de un nuevo orden genético, sin presentación ni anuncio previo, deviene en “Josemari”: el mismísimo ex presidente AZNAR todo con bigote y flequillo. Pero clavadito, clavadito. El ángulo de contemplación elegido para cotejar lo que bien pudiera calificarse como aparición eptoplasmática, daba igual ya que, mirara desde donde se mirara, era Aznar y sólo Aznar. Aznar empeñado en un “váyase señor Banderas- Antonio de Málaga y Mélani- seductor de Winona Rider en la ficción de la que ofrezco referencias, que no se ríe, pero es Aznar. Así pues, visto Aznar, reconocido como verdadero habitante de la Casa a pesar de haber prescindido de su sonrisa de conejo, cedemos a cierta histeria- ¡qué otra cosa íbamos a hacer!- manifestando nuestro estupor inmediatamente. Luego, ya sin lugar a deshacer lo recién emprendido, admitimos lo que hay: nos tomarán por locos cuando lo contemos, pasaremos por locos, claro, pero que sea “ferpectamente” chiflados, confesos y bien juntitos observando la transmutación de los “Jéremys en Aznares” sobre la pantalla de nuestra tele. Irreductibles, vamos, inasequibles al desaliento. Y no sé qué es lo que nos deparará el futuro aunque yo ya contaba con la costumbre de establecer parecidos razonables al observar las idas y venidas de desconocidos por las calles. Pero fuere nuestro COMBO, que es el nombre del aparato de reproducción y grabación para cintas de vídeo y discos CD que obtuvimos gracias a los Reyes Magos, tecnología averiada y tal vez convaleciente del ataque que suele desencadenar un virus, o fuera porque nos las den todas en la misma mejilla en el caso de salir a denunciar la ignorancia de los adolescentes españoles, vergüenza constatada esta vez durante un programa de investigación ofrecido por ANTENA 3 mientras redacto todo esto, cosa que sucedería con el añadido de ser acusados de alborotadores y catastrofistas, los dioses han de estar seguros: que ella me quiere mucho, me cuida, me hace regalos y merece mi admiración, gratitud y alegría de vivir en esta casa de los espíritus nuestra, hoy también templo del amor, corazón del que procuramos latido entrambos, domingos, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábados. He dicho

martes, febrero 12, 2008

AMABLE Y SILENCIOSO


Amable y silencioso



Por Amado Nervo




Amable y silencioso vé por la vida, hijo.

Amable y silencioso como rayo de luna...

En tu faz, como rosas inmateriales,

debenflorecer las sonrisas.



Haz caridad a todos de esas sonrisas, hijo.

Un rostro siempre adusto es un día nublado,

es un paisaje lleno de hosquedad, es un libro

en idioma extranjero.



Amable y silencioso vé por la vida, hijo.

Escucha cuanto quieran decirte, y tu sonrisa

sea elogio, respuesta, objeción, comentario,

advertencia y misterio...

lunes, febrero 11, 2008

MUJER DE TINTA


Merece la pene dedicar una parte del tiempo propio leyendo lo que sigue y es un lujo...




MUJER DE TINTA




Por José Luis Alvite




EL FARO DE VIGO 9 DE FEBRERO DE 2008




La primera vez que la vi era madrugada y sólo quedaban en la calle el escombro de la lluvia, la brisa desplomada en las banderas y las estoicas luces de la ciudad". Así empieza mi columna de hoy y tendría que seguir en ese tono de serena soledad si no fuese porque cuando uno se planta frente al teclado le asalta a menudo la tentación de borrar lo que haya escrito y tomar otro rumbo. Del mismo modo que todas las combinaciones del premio están de antemano en el bombo de la lotería, las posibilidades de la gramática empiezan siendo un poco de tinta guardada en un tintero. En la afortunada conversión de la gramática en literatura tiene mucho que ver la habilidad de cada cual para estirar esa tinta en el papel. Manejada con torpeza, la tinta se convierte en una mancha y sólo si se acierta a estilizarla surge el fluido de la sintaxis en cuya depuración sobreviene de tarde en tarde la magia del Arte. ¿No es acaso la aromática coloración homogénea de la cara de una mujer el resultado de haber sabido extender con las yemas de los dedos sobre su tez lo que no eran más que cuatro pequeñas manchas de maquillaje en la nariz, en la frente y en los pómulos de un rostro en blanco? ¿Y no resulta acaso interesante contemplar durante la cena el rostro de cualquier mujer flambeado en la llama de una vela o discretamente velado por el visillo del vapor que desprende el consomé? Nada que puedas imaginar queda fuera del alcance de la literatura. Puedes trasladar a París el encuentro con el que empieza esta columna, cambiarle la noche por el día, salpicar la calle de tiendas, de taxis y de chiquillos, y tropezarte con la chica de la historia en "uno de esos cruces de calles en los que incluso parece lencería la basura que arrastra el viento", o acaso prefieras dar con ella "como resultado de haberle seguido por el vestíbulo de aquel hotel en Nairobi el rastro al extraño ejemplar del "Financial Times" entre cuyas páginas acababa de leer durante el almuerzo la noticia de un grave revés bursátil retocada con el rimel de una lágrima mientras las aspas del ventilador esparcían el calor, el humo y la malaria". Todo depende de cómo prefieras estirar la tinta sobre el papel. Puedes devolver el líquido al tintero y empezar de nuevo, decidido ahora a que sean distintos la chica, el tiempo y la pasmada luz de las aceras: "Fue en Londres, una nubosa tarde de enero en la que escuché el sonido de la lluvia sobre su gabardina como si lloviese la calderilla del agua sobre la tersa pantalla de un cine, mientras las primeras luces de la ciudad se esfumaban en "off" entre la niebla devanada del río". Pero sea París, Londres o Nairobi, siempre podrás dejar abierta la posibilidad de suponer que "aunque hace muchos años de aquello, recuerdo que bailamos juntos en aquella mentolada "boite" casi sin gente en la que la sombra de nuestros cuerpos incandescentes y paganos proyectaba sobre la pared, como una penumbra de franela, la arrodillada silueta de un fraile". Y si todavía queda algo de tinta en el tintero, puedes elegir un final con esa pizca de amargura que hace inolvidable cualquier encuentro: "Quedamos en vernos el día siguiente pero ella no acudió a la cita. La esperé en aquel cruce de calles hasta que anocheció. Entonces empezó a llover y prendieron las luces de la ciudad. Y me sobrepuse al imaginar que ella se había extraviado entre la niebla en una ciudad que ahora recuerdo iluminada aquella última noche con la póstuma luz de una gramola". Habrían sido dos días inolvidables en una ciudad extranjera. Y entonces, amigo mío, entonces detienes la mano de escribir y te tranquiliza saber que si lo tuyo con aquella chica no llegó a más fue porque, camino de vuestra cita, al taxi que la traía se le acabó inesperadamente la tinta...

domingo, febrero 10, 2008

DE "CANTO A MÍ MISMO"




DE “CANTO A MÍ MISMO”:






Por Walt Whitman





1. Me celebro y me canto a mí mismo.


Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,


porque lo que yo tengo lo tienes tú


y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
Vago… e invito a vagar a mi alma.


Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra


para ver cómo crece la hierba del estío.


Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,


de esta tierra y de estos vientos.


Me engendraron padres que nacieron aquí,


de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,


de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.
Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta.


Y con mi aliento puro


comienzo a cantar hoy


y no terminaré mi canto hasta que muera.


Que se callen ahora las escuelas y los credos.


Atrás. A su sitio.


Sé cuál es su misión y no la olvidaré;


que nadie la olvide.


Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,


dejo hablar a todos sin restricción,


y abro de para en par las puertas a la energía original de la naturaleza


desenfrenada.





Versión de León Felipe

sábado, febrero 09, 2008

EL CIEGO Y EL TIGRE


EL CIEGO Y EL TIGRE




Por José María Mirete


Un día es muy largo para un ciego. Miro y solamente sombras van y vienen. Sin identidad, ni nombres ni diferencias. Se convierten en personas cuando hablan, en pájaros cuando trinan, en perros cuando ladran.
A veces me rebelo. Abandono la seguridad de la silla y ando. Incluso me lanzo a la aventura de caminar sin bastón blanco por la ciudad. Pero no me dejan. Siempre hay almas caritativas que impiden a un ciego ser libre de correr peligros.
Hace años que vivo en un mundo de ruidos. Un coche es un claxon o un tubo de escape. Un hombre, su voz. Un mercado, la algarabía.
Sólo veo durante la noche. Entonces el sol brilla sobre hermosos huertos verdes donde cuelgan maduras las naranjas. La noche abre la puerta de la felicidad para mí.

Fui feliz hasta que llegó el tigre. Veo sus ojos amarillos que todo lo ven. Está ahí, puntual cada madrugada como el canto del gallo.
El sudor frío me empapa el cuerpo. Mis ojos ven sus ojos. Y su fiereza sabe de mi cobardía.
Me persigue a través de cañaverales, de pantanos. Atravieso la jungla y el monte. No encuentro hueco donde pueda escapar de su mirada. Y entonces quiero que amanezca y refugiarme en la seguridad de la ceguera. Salir de la anormalidad de ver cuando nadie ve, de ser feliz cuando todos duermen. Quiero convertirme para siempre en un ciego insomne. Porque no sueño por las noches, veo.


José Mª Mirete Hernández nació en San Miguel de Salinas, Alicante, España, en 1957. Es diplomado en enfermería, profesión en la que se ha desempeñado desde 1979, aunque desde hace diez años realiza exclusivamente actividades sindicales. Dice que su afán siempre ha sido "cazar" fantasías y convertirlas en historias como una manera de huir de la nada que nos agobia. Pero a la hora de fantasear, le gustaría haber escrito "El dragón", de Ray Bradbury, o El libro de arena, del maestro Borges.


http://axxon.com.ar/rev/162/c-162cuento13.htm

viernes, febrero 08, 2008

ASOMBRO DE LA ESTRELLA ANTE EL DESTELLO


Para los que deseen saber como van a estar los cielos en este mes de febrero.... Hemisferio norte En las latitudes norte, las constelaciones de Leo (con su brillante estrella Regulus), Cancer y Gemini (con Castor y Pollux) van tomando el relevo y se alzan alto en el cielo. Hacia el sur se encontrarán Procyon en Canis Minor y Sirio en Canis Major. Por el noreste comienza a hacer sus apariciones Bootes con su magnífica Arcturus. Es un buen momento para detenernos en la contemplación de los cúmulos abiertos de la Colmena M44 (Prasepe o El Pesebre) y M67, ambos en Cancer, los cúmulos abiertos M48 en Hydra, y el cúmulo globular M68, también en Hydra, así como el cúmulo abierto M35 de Gemini. Hemisferio sur En el cielo en las latitudes sur ocuparán una buena posición las constelaciones de Hydra, Puppis, Carina (con su brillante estrella Canopus) y Vela. Por el sur comienza a hacer su aparición la Cruz del Sur, y el norte se verá dominado por Leo, Cancer, Gemini y Orion.
Es un buen momento para detenernos en la contemplación de los cúmulos abiertos M46 y M47 de Puppis (observables con unos prismáticos y a simple vista si las condiciones son muy buenas), el cúmulo abierto M41 en Canis Major y M44 en Cancer. Siguen ofreciendo un magnífico espectáculo la Gran Nebulosa de Magallanes junto con la Nebulosa de la Tarántula (NGC 2070), situadas en la constelación Dorado. Todo según información tomada de: http://www.elcielodelmes.com/el_cielo_del_mes_encurso.php


Y para más asuntios de estrellas...





ASOMBRO DE LA ESTRELLA ANTE EL DESTELLO



Por Rafael Alberti




Asombro de la estrella

ante el destello

de su cardada lumbre en alborozo.

Sueña el melocotón en que su bozo

Al aire pueda amanecer cabello.

Atónito el limón y agriado el cuello,

Sufre en la greña del membrillo mozo,

Y no hay para la rosa mayor gozo

Que ver sus piernas de espinado vello.

Ensombrecida entre las lajas, triste

De sufrirlas tan duras y tan solas,

Lisas para el desnudo de sus manos,

Ante el crinado mar que las embiste,

Mira la adolescente por las olas

Poblársele las ingles de vilanos.

jueves, febrero 07, 2008

EL SOLICITANTE


EL SOLICITANTE




Por Ambrose Bierce



Abriéndose paso entre la capa de nieve que había caído la noche anterior, que le llegaba hasta las espinillas, y estimulado por la alegría de su hermana pequeña que le seguía por el camino que él iba abriendo, el hijo del ciudadano más distinguido de Grayville, un muchacho pequeño y robusto, chocó uno de sus pies con algo que no resultaba visible bajo la superficie de la nieve. El propósito de esta narración es explicar cómo llegó hasta allí Nadie que hubiera tenido la suerte de pasar por Grayville durante el día podía dejar de observar el gran edificio de piedra que coronaba la colina baja situada al norte de la estación del ferrocarril: es decir hacia la derecha si uno se dirigía a Great Mowbray. Es un edificio de aspecto algo insípido, del estilo "comatoso temprano", que parecía haber sido construido por un arquitecto que huía de la publicidad, y aunque no pudo ocultar su obra -en este caso incluso se vio obligado a mostrarla por tener que situarla a la vista de los hombres, sobre un promontorio-, hizo honestamente todo lo que pudo para asegurarse de que nadie le echara una segunda mirada. Por lo que concierne a su aspecto exterior y visible, el Hogar de Hombres Ancianos Abersush es incuestionablemente poco hospitalario por lo que se refiere a la atención humana.Pero es un edificio de gran magnitud que costó a su benevolente fundador los beneficios de muchas cargas de té, sedas y especias que traían sus barcos desde los bajos fondos cuando se dedicaba al comercio en Boston; aunque los gastos principales fueron los de dotar el edificio de todo lo necesario. En resumidas cuentas, esta imprudente persona había robado a sus herederos una suma no inferior al medio millón de dólares, de los que se deshizo con donaciones desenfrenadas. Con la idea, posiblemente, de desaparecer de la vista de los testigos silenciosos de su extravagancia, poco después dispuso de todas las propiedades que le quedaban en Grayville, dio la espalda al escenario de su prodigalidad y cruzó el mar en uno de sus barcos. Las murmuraciones, que parecen obtener directamente del cielo su inspiración, afirmaban que fue en busca de una esposa: teoría que no era fácil de reconciliar con la del humorista del pueblo, quien aseguraba solemnemente que el filantrópico soltero había abandonado esta vida (es decir, se había ido de Grayville) porque las doncellas casaderas se lo estaban poniendo demasiado difícil. Pero, aunque así hubiera podido ser, no había regresado, y aunque de vez en cuando llegaban hasta Grayville, de forma poco metódica, vagos rumores acerca de sus recorridos por tierras extrañas, nadie llegó a saber nada con certeza acerca de él, por lo que para la nueva generación llegó a ser nada más que un nombre. Pero sobre la puerta del Hogar de Ancianos, la piedra gritaba ese nombre. A pesar de lo poco prometedor del exterior, el Hogar es un lugar bastante cómodo para retirarse de todos los males que habían sufrido sus internos por ser pobres, viejos y hombres. En la época a la que se refiere esta breve crónica, debían ser una veintena, pero por su acritud, ingratitud general y nivel de quejas podría parecer que llegaban casi a cien; ése era al menos el cálculo del superintendente, el señor Silas Tilbody. El señor Tilbody tenía la convicción firme de que siempre que los fideicomisarios o administradores admitían a ancianos nuevos, para sustituir a los que se habían ido a otro y mejor Hogar, lo hacían claramente con la voluntad de interrumpir su paz y poner a prueba su paciencia. En verdad, cuanto más se iba relacionando con la institución más poderoso era su sentimiento de que el benevolente plan del fundador se veía tristemente perjudicado por el hecho de tener que admitir internos. No tenía demasiada imaginación, pero con la que poseía acostumbraba a reconstruir el Hogar para Hombres Ancianos en una especie de "castillo en el aire", con él mismo como castellano, dedicado a mantener hospitalariamente a una veintena de aseados y prósperos caballeros de mediana edad, de muy buen humor y con la voluntad de pagar cortésmente por la comida y el alojamiento. En esta revisión del proyecto filantrópico, felizmente no existían los fideicomisarios, a quienes les debía su trabajo y ante los que era responsable de su conducta. Por lo que se refiere a los fideicomisarios, el humorista del pueblo antes mencionado sostenía que, en su gestión de la gran obra caritativa, la providencia les había proporcionado solícitamente incentivos para su prosperidad. Nada sabemos de las deducciones que esperaba el humorista se extrajeran de dicha opinión; los internos, que desde luego eran los más implicados, ni la apoyaban ni la negaban. Vivían sus escasos restos de vida, se deslizaban a unas tumbas ordenadamente numeradas y eran sucedidos por otros ancianos que se asemejaban a ellos todo lo que podría haber deseado el Adversario de la Paz. Si el Hogar era un lugar de castigo por el pecado de haber sido manirrotos, los veteranos pecadores buscaban justicia con una persistencia que era testigo de la sinceridad de su arrepentimiento. Hacia uno de ellos invito ahora al lector a que preste su atención. Por lo que se refiere al atuendo, dicha persona no resultaba excesivamente atractiva. Pues dada la estación, mediados de invierno, hasta un observador descuidado habría visto en él una estratagema astuta de aquel que no está dispuesto a compartir los frutos de su trabajo con los cuervos que ni trabajan ni hilan; un error que no habría podido disiparse sin una observación más prolongada y atenta; pues su avance por la calle Abersush, hacia el Hogar, en la oscuridad de una tarde invernal, no resultaba más veloz del que podría haberse esperado de un espantapájaros bendecido con la juventud, la salud y el descontento. Aquel hombre iba claramente mal vestido, aunque no careciera de cierta salud ni de buen gusto; pues resultaba evidente que era un solicitante que trataba de ser admitido en el Hogar, donde la pobreza era una cualificación. En el ejército de los indigentes, el uniforme son los harapos, que sirven a los oficiales reclutantes para distinguir a sus soldados. Cuando el anciano cruzó la puerta de la finca y empezó a ascender arrastrando los pies por el ancho camino, blanqueado ya por la nieve que caía rápidamente y que él, de vez en cuando, se sacudía de diversos rincones de su cuerpo, se colocó bajo la inspección de un farol grande y redondo que estaba encendido la noche entera encima de la puerta principal del edificio. Como si no deseara someterse a sus reveladores rayos luminosos, giró hacia la izquierda, recorrió una considerable distancia a lo largo de la fachada principal del edificio, llamó en una puerta más pequeña de cuyo interior salía una luz más tenue a través de un montante en forma de abanico, y que por tanto se extendía, poco favorable a la curiosidad, hacia arriba. El personaje que abrió la puerta no fue otro que el propio e importante señor Tilbody. Al observar al visitante, quien de inmediato se destocó y redujo algo el radio de la curvatura permanente de su espalda, el hombre importante no dio señal visible ni de sorpresa ni de incomodidad. El señor Tilbody se encontraba en un estado poco común de buen humor, fenómeno que sin duda podía achacarse a la alegre influencia del momento, pues era la víspera de Navidad y el siguiente día sería esa bendita trescientas setenta y cincoava parte del año que todas las almas cristianas destinan a sus mejores hazañas de bondad y de alegría. Tan repleto estaba el señor Tilbody del espíritu del momento que su rostro grueso y sus ojos de color azul claro -cuyo fuego inexistente permitía distinguirlo de una calabaza que se hubiera dado fuera de temporada- difundían un brillo tan afable que era una pena que no pudiera mantener solazándose en la conciencia de su propia identidad. Iba preparado con sombrero, botas, abrigo y paraguas, tal como correspondía a una persona a punto de exponerse a la noche y la tormenta en una misión de caridad; pues el señor Tilbody acababa de despedirse de su esposa y de sus hijos para ir "al centro" a comprar los elementos con los que confirmar la falsedad anual acerca de ese santo de vientre hinchado que frecuenta las chimeneas para recompensar a las niñas y niños pequeños que son buenos y sobre todo fieles. Ésa es la razón de que no invitara al anciano a entrar, sino que le saludara alegremente con estas palabras: -¡Hola! Viene justo a tiempo. Un momento más tarde y no me habría encontrado. Vamos, no tengo tiempo que perder; haremos juntos una parte del camino. -Se lo agradezco -contestó el anciano, sobre cuyo rostro delgado y blanco, pero no innoble, la luz de la puerta abierta dejaba al descubierto una expresión que era, quizás, de decepción-. Pero si los fideicomisarios...si mi solicitud... -Los fideicomisarios han aceptado que su solicitud no les es aceptable -contestó el señor Tilbody cerrando así dos puertas, con lo que eliminaba dos tipos de luz. Hay algunos sentimientos que no resultan apropiados para la Navidad, pero el humor tiene para sí, lo mismo que la muerte, todas las estaciones. -¡Ay, Dios mío! -gritó el anciano en un tono tan ronco y tenue que la invocación resultó cualquier cosa menos impresionante, y al menos a uno de sus dos auditores le pareció ciertamente algo ridícula. Al Otro... Pero éste es un asunto que los profanos no tenemos suficiente luz para exponer. -Sí -prosiguió el señor Tilbody acomodando su paso al del compañero, que mecánicamente, pero no con demasiado éxito, recorría a la inversa el camino que él mismo había abierto en la nieve-. Han decidido que dadas las circunstancias, las circunstancias muy peculiares, usted me entenderá, no sería adecuado admitirle. Como superintendente y secretario ex officio de la honorable junta -tal como el señor Tilbody "pronunciaba claramente su título", la magnitud del gran edificio, visto tras el velo que formaba la nieve al caer, parecía sufrir algo con la comparación-, es mi deber informarle de que, con las palabras mismas del presidente, el diácono Byram, su presencia en el Hogar resultaría, repito que dadas las circunstancias, peculiarmente embarazosa. Consideré que era mi deber someter a la honorable junta la expresión que me hizo usted ayer de sus necesidades, su condición física y las pruebas que la Providencia ha tenido a bien enviarle, y hasta el esfuerzo de presentar personalmente su petición; pero tras una consideración cuidadosa, y me atrevería a decir suplicatoria, de su caso -y confío que también algo de esa gran capacidad para la caridad que es apropiada a esta estación-, se decidió que no estaría justificado hacer nada que probablemente dañaría la utilidad de la institución que se ha confiado (por la Providencia) a nuestro cuidado. Mientras hablaban, habían salido ya de los terrenos del Hogar; el farol situado frente a la puerta resultaba apenas visible por causa de la nieve. Se había borrado ya el rastro anterior del anciano y éste parecía inseguro con respecto a qué camino debería seguir. El señor Tilbody se había adelantado un poco, pero se detuvo y se dio la vuelta hacia él, pues no parecía deseoso de perder aquella oportunidad. -Dadas las circunstancias, la decisión... Pero el anciano resultaba inaccesible a la capacidad persuasiva de su verbosidad; había cruzado la calle hacia un solar vacío y seguía avanzando en una progresión bastante sinuosa hacia ningún lugar en particular; lo cual, puesto que no tenía ningún lugar en particular al que acudir, no era un procedimiento tan irrazonable como podría parecer. Y así es como sucedió que a la mañana siguiente, cuando las campanas de las iglesias de todo Grayville sonaban con la unción adicional que era apropiada al día, el robusto y pequeño hijo del diácono Byram, abriéndose un camino por la nieve hasta el lugar de veneración, golpeó uno de sus pies contra el cuerpo del filántropo Amasa Abersush.



http://www.galeon.com/elgatodehank/bierce.htm

martes, febrero 05, 2008

EL SECRETO DEL SILENCIO


EL SECRETO DEL SILENCIO


Por María Regla Villa Gámez



Lorena recorría nerviosa de un lado a otro el pequeño camerino. Más de una década entre esas paredes húmedas, despintadas y malolientes a flores secas. De los bombillos que rodeaban el espejo, media docena habían colapsado. "Última función", susurraba como para creérselo ella misma. Se sentó en la butaca forrada en lamé marrón del tocador para calcar su imagen en el espejo opaco. En él todos sus encantos pudieron antes remozarse, pero esa noche los años parecían implacables. La cara era un derroche de arrugas inocultables y sus manos, temblorosas, llevando sobre los dedos uñas con el mismo color de siempre: rojo fuego, como fuego era su cintura cuando se dejaba poseer por algun ritmo tropical y contagioso. Desesperada, se dibujaba cada rasgo para aparentar una belleza que ya no existía. Intentó entonces prolongar la línea negra sobre sus ojos para que parecieran menos caídos y pintó sus labios de un rojo intenso, resaltándolos con un lápiz negro que destacaba los bordes, como cuando se arreglaba para conquistar a Esteban, el hombre que la quiso sacar de ese mundo del que ahora tenía que fugar incluso contra su voluntad. Esteban, el mismo que le dio un hijo para que cambiara de vida. Pero todo fue en vano. Esteban desapareció y ella tuvo que aprender a convivir con el niño y con las luces de los reflectores.Tantos años en los night-clubs de La Colmena no se podían acabar de un solo golpe. La última noche parecía que se iba más rápida que las anteriores. Las horas avanzaban, los números sucediéndose en el escenario y el animador a punto de llamarla a escena. Lorena seguía maquillándose sola. Juliane, el homosexual que la había acompañado en las buenas y en las malas, no quiso presenciar esta despedida y no asistió esa noche al "Paraíso". Solo Juliane y ella sabían del final. Lo habían mantenido en silencio, no querían decírselo a nadie. No le darían gusto al patrón ni a "esas" que con carnes más duras y nalgas firmes se regalaban al primero que quisiera tocarlas con tal de cosechar aplausos. Pero ella, con el profesionalismo de siempre, saldría a escena para dejarlo todo. Le daría a su público el último aliento. Su público: tres borrachos apestosos que confundían su aliento con el olor a orines y kreso que siempre había en el salón. Y esa sombra que la seguía por más de una década. Una mole negra que se sentaba en la mesa oculta detrás de la luz. No se distinguía más que una silueta empañada del humo que desprendía el tabaquillo que consumía. Una incógnita para ella. En medio de reflectores rojos, verdes y naranjas y globos casi desinflados por los días, aparecía ese sujeto que siempre la había seguido. Desde los mejores tiempos, cuando prestigiosos cabarets la contrataban y el champán era su bebida preferida, cuando los diarios amanecían luciendo las formas de Lorena en primera plana y ramos de flores adornaban su camerino. Ahora, en el apestoso y deprimente night club de La Colmena, estaba como si voluntariamente hubiera descendido en la escala social de la mano con ella. Como si ambos se hubieran deteriorado al mismo compás en que se envilecían el centro de Lima, La Colmena y sus lupanares. Sin embargo, no se atrevieron a algo más que cruzar miradas, nunca una palabra.-Y ahora, estimado público -dijo el animador somnoliento- para ustedes, Lorena, con la belleza de siempre. Adelante Lorena... -y dejando caer el brazo con desgano, se perdió entre cortinas acribilladas por polillas.Entonces fue cuando ante la euforia de los tres borrachos y la parsimonia de la sombra de siempre, comenzó su show. La música -una salsa con aires de bachata- y ella, como antaño, inició su actuación dejando que el misterio de los tambores la poseyeran. Pero no era el mambo de Pérez Prado, ni el paso aprendido a Anacaona, ni el meneo que le costó copiar de la Tongolele y de las Dolly Sisters. La magia no era igual, aunque el talento disimulara los estragos del tiempo.Adentro en los camerinos, las nuevas que Lorena llamaba "esas" comenzaban a pasarse la voz y a sacar las narices por las rendijas para burlarse. "La tía da pena", comentaban. Ella, con su cuerpo ajado por la ruindad de los años, se sentía la misma reina de siempre. Despeinaba su larga cabellera recién teñida de negro y su cuerpo iba moviéndose al compás de la música. Comenzó a acariciarse los senos apagados y sus ojos se cerraban de placer, como si en ese instante recordara las noches con Esteban o con todos los Estébanes que se evaporaban en su memoria. Se pasaba la lengua por los labios y entrecerrando los ojos con malicia, hacía muecas sugerentes a los tres borrachos. Ellos no se percataban de las arrugas del cuerpo, solamente en la penumbra veían una silueta de mujer que hervía de placer. Era la noche de despedida y quería retirarse con la satisfacción de que su público la recordara siempre. Fue entonces que bajó del escenario, para asombro del patrón y de las nuevas. Caminó cimbreándose como en una pasarela y quitándose el sostén se sentó en las piernas del más viejo. Cogiéndole las manos callosas e inútiles se las llevó a sus senos mientras se dejaba caer hacia atrás descansando el cuerpo en las piernas del otro. El tercero, para no ser menos, le metió un dedo húmedo de cerveza en la boca y con la otra mano le bajó el calzón. Esa sombra de oscura y discreta presencia, intentó pararse lentamente tratando de entender qué sucedía con Lorena. Nunca la había visto así, y eso que la siguió noche tras noche.Fue tal el escándalo que hicieron los ebrios tocándola, que el patrón mandó a sus guardaespaldas a que la sacaran de escena y la devolvieran al camerino. Lorena no opuso resistencia. Adentro, las más jovenes se miraban con asombro. "La tía se ha pasado", comentaban. Entonces, sollozando, con el tacón rompió el espejo que siempre la había acompañado y dando gritos destrozó todo lo que le traía recuerdos. Se vistió rápidamente y sin quitarse el maquillaje, salió. Dándole un empellón al patrón que intentó atajarla, subió las escaleras que llevaban a la calle.Afuera otros aires la despejaron. Lejos de los reflectores nadie la reconocía. Entonces, en busca de ómnibus, caminó por el centro de Lima sin saber qué le esperaría al amanecer. Cualquier ruta, cualquier letrero, no importaba su rumbo: únicamente ansias de dejarlo todo atrás. Quería viajar sola, sin nada que le recordara el pasado. Por fin vino. Subió al vehículo casi vacío y tomó uno de los asientos finales. Cuando volteó inesperadamente la sombra estaba a su lado. El le tendió una mano y Lorena, como queriendo barruntar el último secreto de la noche, sonrió. Partieron juntos, antes que la contaminación ahogara la ciudad.

lunes, febrero 04, 2008

SOPHIA ANTE EL ESPEJO


SOPHIA ANTE EL ESPEJO


Por Antonio Rebordão Navarro


Sophia está en el espejo
por allá pasan ondas de cristal y diamante
el sol, una niña
conchas de coral.
Sophia se ve en el espejo
y este diseña
la luz y sus contornos,
el mar en Grecia,
la fe en los días puros,
la música y el silencio de las palabras.
Sophia es ese espejo
guardando para siempre
las suaves líneas de su rostro.



SOPHIA AO ESPELHO. Sophia está ao expelo/ por lá pasma ondas de cristal e diamante/ o sol uma menina/ conchas de coral// Sophia ve-sé ao expelo/ a este desenha/ a la luz e os seus contornos,/ o mar de Grècia,/ a fé nos días puros./a música e o silencio das palabras.// Sophía é esses expelo/ guardando para sempre/ as suaves linhas do seu rostro.

domingo, febrero 03, 2008

PUEDO VERTE


PUEDO VERTE



Por Daniel Rubén Mourelle




Escuchar y partir
Renegar de las brumas
Arrancar telones
Puedo verte
Pesar la música
Oscurecer la morada
Paralizar la llama de la vela
Dos lunas oscuras avanzan
sobre la medianoche
¿Qué clase curva de mirada clavan en mí?
Puedo verte
cuando en medio de la tarde
el viento cesa y el árbol rinde algunas ramas
luego de la lucha
borrosa letra grabada en la madera
antes de que el tren interpusiera un desierto
Es septiembre
Cuando la hoguera se enfría
Puedo verte.



sábado, febrero 02, 2008

CUENTO DE LA LUZ


CUENTO DE LA LUZ



Por Liliana Cristina Cinetto




Inspirada en la leyenda del isondú de origen guaraní.




Cuentan que hace muchísimos años, Tupá, el dios del bien, creó la tierra, las aguas y los cielos. Añá, el dios del mal, estaba tan celoso de él que no hacía más que pensar cómo podía arruinarle su hermoso trabajo. Así fue como le aplastó un par de montañas y desvió los cauces de los ríos.Fue entonces cuando Tupá decidió crear a los seres con vida que iban a habitar este mundo. Comenzó por las plantas. Primero alfombró la tierra con hierbas y musgo. Luego perfumó las flores y las pintó con los colores del arco iris. Por último decoró los árboles con hojas y frutos.Casi se desmaya Añá al ver tanta belleza. Se quedó encerrado en su cueva días y días refunfuñando y pataleando.Mientras tanto, Tupá, el dios del bien, continuó trabajando en su obra y creó a los animales. Trenzó rayos de sol para darle vida al pez dorado; cosió un vestido para el yacaré con retazos de líquenes; afiló una por una las garras del yaguareté; hilvanó hilos de lluvia para que la ñandutí tejiera su tela de araña; les enseñó a cantar a los pájaros, a nadar a los peces, a saltar a los monos... Con un amor y una paciencia inagotables fue poblando la tierra, los cielos y las aguas de seres únicos y magníficos.Y un día creó al hombre. Se afanó más que nunca en la tarea porque lo hizo semejante a él y al verlo palpitar de vida, dicen que Tupá lloró emocionado como un padre que abraza por primera vez a su hijo.Para esa época, Añá volvió a las andadas. ¡Cómo se enojó cuando vio las maravillas que Tupá había creado! Pero lo peor de todo fue cuando se topó con el hombre. De la rabia se le torció la boca, se le enredó la cola y se le pusieron los pelos de punta. Juró y rejuró que iba a arruinar a ese ser del que Tupá estaba tan orgulloso. Y fue así que desató tempestades, desbordó los ríos, resecó los frutos jugosos de los árboles... Sin embargo, Tupá protegió al hombre de las maldades de Añá, empleando todo su talento para revertir los daños que intentaba causarle.Una vez, Añá trajo un viento helado del sur pensando que el hombre con su piel fina y delicada no podría resistirlo. Tupá lo vigilaba de cerca.Cuando comprendió que el manto de frío podía matar a su criatura, le entregó su obsequio más preciado: el fuego.Junto a la primera hoguera, el hombre se reconfortó con el calor. Añá se retorcía de rabia y sopló con todas sus fuerzas para extinguir las llamas. Pero en lugar de apagarlas, las reavivó y miles de chispas saltaron del fuego y se desparramaron por todos lados. Ciego de furia las persiguió alocadamente de aquí para allá.Tupá, muerto de risa, decidió jugarle una broma y para confundirlo, transformó las chispas en isondúes, pequeños y mágicos bichitos de luz que Añá intentó alcanzar inútilmente.Desde entonces, los isondúes vuelan nerviosamente encendiendo y apagando su luz como si Añá todavía los persiguiera.

viernes, febrero 01, 2008

EL FIN DE TODAS LAS COSAS



EL FIN DE TODAS LAS COSAS



Por Miguel ÁngeL Recio



Y esta transparencia iridiscente de la brisa solar,
derramada sobre nuestros sentidos
como una bendición de luz,
promesa de fulgor, pacto omniversal
de paz, claridad y empatía,
escrito para siempre en la elasticidad cristalina del aire.