Ternura: consonantes, cuatro; vocales, tres. Por acentuación, llana, sin tilde. Palabra muchas veces dicha y de indudable escaso uso activo. Invocada como indispensable y, al fin, solo un aditamento más, un abalorio, un valor social sin contenido. Porque la ternura requiere tiempo y silencio. Invertir en ella sin reparar en el momento de su cese cuando se ha iniciado y volcar en el sosegado contacto físico lo que de otro modo se intentaría decir con palabras. Pero el silencio, cada vez más entre nosotros, resulta como una alérgica amenaza. Existe mucha prisa y desplazarse de la risa fresca al candente revolcón, si es que proceden, constituye imperioso e ineludible proceder. Algo eficaz cuando, a efectos de “producto nacional bruto” parece que la ternura es tan sólo una pérdida de tiempo. Desperdicio y una lectura también veloz e interesada. Bien se sabe que, quien está predispuesto a dar y recibir un largo, sincero, incondicional y prolongado abrazo, surge del lance pleno de dicha, de mucho mejor ánimo. Energía esta que contribuye a la buena salud y reabastece de todo aquello que posibilita aproximarse a la excelencia de la vida combatiendo sus reveses sin desmayos, a quienes la experimentan. Por eso, sin recetas, más allá de los mimos destinados a satisfacer una urgencia, contra los convencionalismos, sin agenda de realización- mejor siempre por sorpresa- invitar al otro a estar consigo mismo a través de ti y que de esa sintonía resulte lo recíproco es algo recomendable. Y lo es tanto como el comer bien, respirar el más puro de los aires o repartir besos. Y si crees que no cultivo la ternura contigo, mi niña, agárrame de las solapas o de la falda de la camiseta y exígeme proximidad, calor sin ansiosa quemazón, silencio y tiempo. Tú lo mereces. Yo lo merezco.
domingo, mayo 31, 2009
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