Si uno, a fe de lirismo o simplemente enfervorizado, afirma: estoy enamorado de la mar. Expresa una veneración extrema afortunadamente imposible de experimentar como se viven tales sentimientos de persona a persona. Fíjense lo que sería prestar atención a cada ola para contarlas y recordar así el número exacto de las que han pasado, cifra, en ese tráfico sentimental, equiparable al de la anualidad de un determinado acontecimiento, cuya memorización supone muestra y detalle de amor. Algo que, sobre todo a los varones, nos cuesta reproches, disgustos e incluso más de una visita al sofá para dormir, expulsados del lecho conyugal o de pareja. Ocurre en las comedias y, puesto que la realidad casi siempre va mucho más allá, el sentido común invita a pensar en el sesgo certero de lo que acabo de decir... Dicho esto, en noches como las de San Juan y las Hogueras, momento cumbre del inicio del verano y expansión voluptuosa que supera al mismísimo Febrero de San Valentín, se dan, abundan, los encuentros románticos y al calor del calor estival o a al calor de los fuegos conmemorativos y rituales mucho, a mucho rollo de agenda femenina se da lugar. Porque ellas, sin necesidad de papeles, lo recuerdan todo. Todo. Conocen el historial de lo compartido, con pelos y señales, incluso hasta del más insignificante de los aconteceres. Luego, si la vida contempla que se consoliden esos humores ardientes, viene la actualización del pasado, convertido en hito y rito: ¿ya no te acuerdas de qué día es hoy? ¿No sabes que hace diez años, un miércoles como este, glosaste la calidad de mi hermosa cabellera, motivo por el cual acepté que viniera tu madre de vacaciones con nosotros sacrificándome durante ese tiempo que hube de prescindir de las atenciones viriles que me deparas cada sábado...? Y así con el relato y efeméride del mundo mundial. El beso especial de los martes a las siete, cuelga tú, no cuelga tú tonto, no cuelga tú que lo haces mejor; la crema de peras que te preparó el día que tuviste aquella fiebre tan alta; los detalles de regalo después de San Valentín para que ese día de celebración de la milonga azucarada fuera exclusivo… En fin, mil millones de tonterías, o de sucesos importantísimos, que de todo hay en la viña romántica de la vida. Punset no lo ha explicado todavía, que yo sepa, o tal vez sí. De todas maneras siempre se puede consultar a un ejército de psicólogos y psicólogas que certificarán una cosa y la contraria para descubrir, al final, cómo se colonizó América. Ellos solitos. Cosa cierta en este mundo incierto como pocas que se nos desvelan día a día. Pero el asunto estaba en el advenimiento de una demanda por olvido, cada cinco minutos. Debe ser que, el privilegio de compartir las edades con una persona cual la elegida, pasa por constatar que ellas recuerdan cómo les peinabas el bigote para seducirlas tal hora, en tal lugar, quince años atrás por primera vez, y nosotros perecemos en la desmemoria culpable por ariscos y mal machotes. Nuestro pecado se repara con la abrasiva observación que se nos hace para manifestar las lagunas y desatenciones que protagonizamos. Y, si hemos de considerar San Juan y sus Hogueras como rito de la purificación, igual huele a quemado y es uno mismo quien pace entre las cenizas, arrojado a la pira por la “pirada” de aquella a la que, como costilla, pertenecemos. Igual así nos purifican este año obligándonos a un ciclo de Fénix que, si no llega a suponer la puesta al día respecto de esos compromisos, acabará por no renacer de estas llamaradas. Por eso a, don Luis Mejía y a don Juan Tenorio- “Uno (día) para enamorarlas/ otro para conseguirlas/ otro para abandonarlas/ dos para sustituirlas/ y una hora para olvidarlas…”- les duraban tan poco las damas. Las damas y el ajedrez, que nos dará jaque, otra vez por el solsticio de verano, la reina.
jueves, junio 23, 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario