domingo, mayo 29, 2011
CON Y SIN CONFIANZA
Deben justificarlo fundando sus actos en aquel refrán que afirma: “Cuando el hombre es celoso, molesta; cuando no lo es, irrita”. Es el patrón de los que aman mal. O mejor, de los que dicen amar y pretenden, sin embargo, ser dueños del otro. Son muchos, varones y hembras, y no precisamente sólo mayores. En esto no existe evolución social ni individual. Por lo menos es lo que me pareció deducir como cierto, hace unos días, cuando, en uno de esos reportajes de televisión, varias personas, de distinta condición, admitían sin ningún pudor ante la cámara, espiar el contenido de mensajes y llamadas registradas en el teléfono móvil de sus parejas. Luego encontré un dato estadístico ofrecido por una empresa que facilita el encuentro de personas que desean mantener relaciones sentimentales*: según un estudio “el 60% de los españoles mira el teléfono móvil de su pareja para confirmar o desmentir un romance extraordinario a la relación oficial”. Informaba de ello Cecilia Hill el pasado día 25 de mayo. Fue un “estudio entre la población española con un total de 2. 500 hombres y mujeres”. Los participantes afirman que no son celosos, lo cual debe ser fruto de un sentido del humor a todas luces enfermizo, y demuestran, de eso no cabe la menor duda, absoluta desconfianza en quienes dicen amar. Parecen tontos y cabe sospechar si masoquistas, lo digo en función del aserto que mencioné al principio y con el que, sin duda, comulgan. Mas contribuyen también, a dejar claro algo que invalida de por sí muchas de las aspiraciones sociales colectivas da igual si viejas o modernas: si entre dos que se declararon el más sublime de los afectos no concurre la seguridad de la leal y recíproca correspondencia, ¿cómo mantener la esperanza en los demás? Expuestos, si se da por bueno, como escuché de labios de los entrevistados en televisión- y ellos lo hacían- al constante escrutinio de nuestros actos conocidos o no por parte de quien podría pasar por un remedo de 007, vigilados, como dicen que es en Cuba a razón de uno por patio de vecinos, ¿no es mejor poner distancia salvo para adquirir mediante dinero lo que en un momento dado pudiéramos necesitar? Tal vez por eso- y sálvese quien pueda- acontece tan a menudo que aquellos en los que admitiste como de los tuyos, te sorprenden quebrando un pacto, una razón, un bien, sin el que el amor y el progreso son imposibles: la confianza. Quien no sabe valorar que, además de un espacio común existen otros propios e íntimos que no se comparten salvo que se desee, ama mal, es equivocadamente fraterno, familiarmente un fraude, socialmente sin perdón. Conviene generar confianza, eso sí. Sí, aunque eso no justifica que, de no ser de este modo, quede legitimado añadir deslealtad a la traición si es que se produce. Si no confiamos más nos vale avisar que nos vamos. Si no confiamos tal vez merezcamos averiguar lo que no queríamos que fuera cierto. Lástima que, como decía Maquiavelo, los hombres, los seres humanos, ofendemos antes a los que queremos que a los que tememos.
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