Francisco Aritmendi, Paco para mí, del que, por fortuna, fui vecino durante muchos años, será pregonero de las fiestas de Cogolludo. Según destaca GUADAQUÉ, “El Ayuntamiento de Cogolludo ha anunciado que Francisco Aritmendi será el encargado de hacer el pregón de su fiestas en honor a la Virgen de los Remedios. Un acontecimiento que tendrá lugar el próximo domingo a partir de las 21.30 horas. El alcalde, Jaime Javier de Frías, ha destacado la figura de Francisco Aritmendi tanto en el ámbito personal, al ser una persona que siempre ha estado muy vinculada a la villa de Cogolludo, como en el terreno deportivo”... ¿Merecido? Indudablemente… Sé que él lo ha recordado con amargura en multitud de ocasiones- no en vano, por cierto- y, para fundamentar la razón de una respuesta tan contundente como la que acabo ofrecer, sostengo: si sus éxitos deportivos se hubieran dado en la actualidad, con las ventajas y el apoyo del que disfrutan los atletas de elite contemporáneos, su nombre figuraría, sin olvidos, en primerísima fila, entre los “dioses” a los que podríamos referirnos de memoria cual en tiempos se reproducía la lista de los reyes godos. Y no traeré a colación su currículum ahora, al alcance de todos, por ejemplo, mediante el acceso a la dirección que anotaré como referencia inmediata para los usuarios de internet al final*, porque su prestigio, tal y como deseo hacerme eco del honor recíproco- para él y para Cogolludo- que debemos celebrar, ha de vincularse con su propia presencia. Porque Aritmendi, mi vecino Paco, antes que leyenda viva del atletismo, siempre se comportó- al menos en lo que respecta al trato que tuvimos- como el ser humano afable que recuerdo. Generoso con su tiempo, festivo para el saludo, dicharachero y simpático, rebosante de valorables experiencias- ni mejores ni peores, pero parte de la historia de todos- alegre y cariñoso que lograba transferir en cada encuentro una sensación de entrañable ternura cuya señal nunca desapareció. Lo digo en estas fechas estivales de agradable nostalgia mirando a Guadalajara desde un festivo Palmeral a orillas del Mediterráneo, triste porque acreditó cualidades y triunfó de un modo tal que duele la ingratitud de las autoridades del pasado y fastidia más el olvido de las siguientes hasta la actualidad. Y lo escribo con orgullo no obstante. Contento de haber sido de los de su partida, siquiera por admiración y cercanía. Porque todavía le recuerdo de ida o vuelta a su casa, tan próxima a la mía- bueno a la de mis padres- poderoso a pesar de su edad, campeón y, sin embargo, humilde aficionado al que los dioses por boca de Hermes dedicaban loas de nobleza mientras sus piernas daban cuenta de los kilómetros y kilómetros recorridos por las calles de la ciudad, feliz de hacer lo que hizo excelentemente durante toda su vida: perseverar en el esfuerzo como muestra de un empeño que proporciona al oficiante gratificaciones absolutas por el mero hecho de ejercitarse y contagia valores que son indispensables para la comunidad… Paco y yo no fuimos amigos, si hay que atenerse al estricto significado de la palabra amistad, pero mantuvimos un afecto incondicional que considero galardón y honra a la que seré fiel mientras las furias que arrebatan la consciencia a los seres humanos no me acometan. Lo afirmo desde Elche, en fiestas como tantos lugares de España a mediados de Agosto, oteando desde mi casa la casa de los que han sido mis iguales no tan lejos a pesar de todo, del Henares al Vinalopó y del Vinalopó al Henares para no perderme las fiestas de Cogolludo ni la labor de su pregonero.
(*) http://www.aache.com/alcarrians/aritmendi.htm
Publicado en el portal de noticias GUADAQUE el 13 de agosto de 2011
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