Rito o costumbre, nunca importó. Para desperezarse, primero extensiones de pies y brazos, y luego, casi de un salto, en pie. Sin embargo, como no lograra más que un coscorrón en la cabeza, se quedó quietecita y cerró los ojos. Luego, con las yemas de los dedos, con los poros de la piel si acaso, tentó para verificar lo que se temía. Y sí, había sobrepasado todas las medidas de crecimiento rápido. Estaba encajada en la habitación llenándolo casi todo.
-Por culpa del pastelillo que ponía “cómeme”. ¿Y ahora? Ahora habré de refrescarme para contrarrestar el maleficio y…
Por desgracia- lo supo gracias a unos pajarillos cuyos trinos escuchó a través del techo- una epidemia de mixamitosis se anunciaba en ese mismo momento. El Conejo Blanco que debía haber regresado con sus guantes de cabritilla en una mano y un gran abanico en la otra, no llegaría a tiempo: debía guardar cuarentena como medida de prevención. Un imprevisto, posiblemente desafortunado para la niña. Mas, consciente de sí misma, suspiró. Correspondía ser fiel al nombre y a la fama. Así pues, digna y en infinitivo: a esperar.
- Son las servidumbres de llamarse Alicia.
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