Ya te he dicho que no. No me acerco a la ventana. Total, sólo es la luna. Además me pones en el brete de recordar y mostrarme como el abuelo Cebolleta: cada dos por tres con sus batallitas. Es mi extravagancia, la debilidad o superchería que tengo que declarar en esta aduana de la confianza nuestra. Así te lo explicas y evito que me regañes. Sabes que prefiero dosificar el romanticismo o anteponerme a su devaluación haciéndolo traje de faena. Comprendo que para ti esa gala bien vale la pena y en el vestidor siempre encuentras trapos con los que citarme, pero, mira, mira tú, mira y suspira… Porque- luego dirás que soy muy tonto pero no es la primera vez que ocurre- al asomarme para despedirte- encontrándonos, tú saludando desde la puerta de la casa de tu madre, yo asomado a la ventana- habré de someterme a lo que con tanto encono estoy rechazando. Sucede que, antes de ser engullida por el misterio que reside tras los edificios la galletita estelar hace burla de mí y, probablemente cuando tomas el ascensor, ríe: “Me has visto, me has visto, me has visto”… Sí, es una luna llena más y puedo imaginarme su camino alumbrando las palmeras y los frutales. Diligente, casi nerviosa, preocupada por acercarse cuanto antes a la orilla del mar. Creo que nos reta, que nos invita, que se muestra para escapar y que la persigamos. Tú caerías en su engaño- porque te conviene- arrastrándome mediante cincuenta mil excusas. Y una vez allí, a lo hecho pecho y por la boca muere el pez, rendido ante la alianza del amor, ¿quién se resiste al encanto cadencioso de tus besos? Besos en technicolor y filmados desde la Estación Internacional del espacio gracias a la iluminación proporcionada por Selene. Imágenes a buen recaudo entre tus amigas, a disposición del mundo en YOUTUBE para que se comprueben las excelencias de nuestra vida amorosa. Eso sí, todo lo más clasificada “S” no sea que nos acusen de pornógrafos… ¿Exagero? Voy a por un vaso de limón. Uno para mí y otro para ti: palomitas y cine, ese es mi proposición. Dan Cleopatra* en la 2. Con Norma Aleandro y Hector Alterio y Leonardo Sbaraglia y Natalia Oreiro. Una “peli” de carretera que sería como tantas otras sin la presencia de- y me inclino tras escribir su nombre- Norma Aleandro. Esa gran, tremenda actriz, a la que Penélope, por ejemplo, debería entregarle el Oscar. Sí, aunque solo fuera porque, en concurso o no, si los galardones que concede la Academia estadounidense pasan por ser el máximo premio que se le puede otorgar a un actor o actriz, todo lo que pueda haber hecho de bueno durante su vida artística la actual musa de Pedro Almodóvar está a años luz de distancia de una sola secuencia interpretada por la mencionada diosa de la escena. Ya lo verás, es un film encantador, distraído, tierno, divertido, emocionante. Todo gracias a la maravillosa dama de la interpretación, doña Norma, que sí es merecedora del halo de esplendor con el que “anochece” el satélite este de la Tierra magnificado sin motivo por la humanidad. Ya verás que nos gusta y lo celebramos con cualquiera de los abrazos de ley que nos regalamos simplemente porque nos da la gana. Porque no necesitamos lunas para los besos ni un ciclo de casi treinta días para querernos de verdad. Lo sé porque esto que escribo, cual puede interpretarse empleando la terminología taurina, es a toro pasado. Me inspira lo que hemos vivido, tú duermes, yo lo haré dentro de un rato y si existe algún parecido con la realidad y nos viéramos retratados, ya me demandaré: sé cosas del autor que le comprometen y seguro que cede sin objeciones.
*CLEOPATRA
Dirección: Eduardo Mignogna.
Países: Argentina y España.
Año: 2003.
Duración: 105 min.
Cleo (Norma Aleandro) es una maestra jubila-da, casada con Roberto (Héctor Alterio), que lleva dos años desempleado, y madre de dos hijos que viven lejos de Buenos Aires. Hasta ahora, Cleo ha sido todo cuanto se esperaba de ella: buena madre, buena esposa, luchadora y compañera responsable. Pero ni ella misma sabe lo que puede llegar a ser si se lo propone. Sandra (Natalia Oreiro), en cambio, es todo lo que los demás han hecho de ella: estrella de televisión subida al tren de la fama, alocada, bulímica, caprichosa... En el fondo, una provinciana desprotegida cuyo ímpetu aún debe medir. Setenta y dos horas serán suficientes para que ambas mujeres empiecen a ser, de una vez por todas, ellas mismas. Hartas de sus rutinas, se lanzan a vivir un fin de semana diferente, pero no saben que han dado el primer paso para cambiar definitivamente el rumbo de sus destinos. En el trayecto conocerán a Carlos (Leonardo Sbaraglia), un joven de barrio que se suma a la aventura.
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