Acabo de darme cuenta. En la tele estaban dando un partido de tenis. Se disputaba el Masters de Montecarlo, Nadal contra Murray. Tú descansabas tendida sobre el sofá… Sí lo recuerdo. Es verdad que, como tantas veces, me conduje de esa manera que a ti te parece el modo de estar a todo sin enterarme de nada, y alterné las pantallas: de la del ordenador a la de la tierra batida y viceversa. Pero, en todo momento, supe de tu lugar. Anunciaste el sol sobre el mueble que digo te sirvió después de lecho y vi como te tumbabas. Fue antes de ocultar una ventana con sus cortinas porque la luz de esta primavera pasada por agua, como es tradicional en abril, proyectaba contra las imágenes del duelo deportivo esa misma cristalera y me impedía una visión nítida de lo que estaba sucediendo. Sin embargo, lo más importante vino a continuación. Tú, que recibías a Helios en pleno rostro, permanecías en tu sitio y, a la vez, sobre la parte vista del tubo catódico. Por eso me pareciste entonces la luna misma o como la luna: llenita, blanca, con manchas- tus pecas- reflejando la luz de nuestra estrella y esa capacidad de magnetismo dulce que obra como llamada a contemplarte. Pero, lo mejor, es que no eres la luna, ese fraude romántico. Estás viva y eres agua cuando tus besos o desde el nacimiento de tu dolor si estás llorando. Respiras, lates, te mueves, suspiras… No eres la luna, no es la luz del sol. Es tu luz. Tú forma de decirme que no lo olvide: tal como dijeron Benedetti y Serrat del Sur, tú también existes. Por eso me emocionas. De ahí este retrato que en forma de mensaje escrito dejo a la vista de tus ojos de bronce, esta instantánea lograda porque permaneces impresa en mi mente, real en mi organismo, querida y admirada. Descansa y ten bonitos sueños: que los estés disfrutando mientras yo me doy cuenta que son las cuatro del lunes.
domingo, abril 19, 2009
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