jueves, septiembre 01, 2011

DE LO QUE SUCEDE CUANDO SÓLO RESUENA EN SILENCIO


En las ciudades todavía dignas de llamarse así porque siguen sin cruzar los umbrales del gigantismo, impera un cierto fragor, a pesar de todo, hasta determinada hora de la noche. Entonces, cuando un envoltorio de papel cae de la mesa, “impacta” contra el suelo y es audible toda la secuencia así descrita, la vida ofrece testimonio veraz de aquello que, en otros momentos, pudiera ser, tan sólo, materia de sospecha. Desconozco cuanto dura ese periodo. Casi siempre coincide con las horas naturales del descanso y, aunque mantengo un ciclo propenso a la vigilia- como ya sabes- renuncio a expresar medida alguna que delimite tal acontecer: es imposible para mí precisarlo ahora… Pero, si nos asomamos a las ventanas o miramos desde el balcón a la calle, comprobaremos la verdadera dimensión de todo esto a lo que aludo. Mediante una reposada escucha percibiremos lo que suena. Y suenan los dispositivos electrónicos que posibilitan la alternancia de colores en los semáforos. Suena, porque sopla una pequeña brisa, la lata de cerveza que alguien abandonó, ya vacía, sobre el asfalto: un envase de metal rodando erráticamente que, a horas como las que menciono, parece una verbena por sí mismo. Suena y se escucha un rumor de motores, un jaleo quizás metálico, lejano y amenazante. Suena la bolsa de plástico que se estruja como una apisonadora atravesando un campo de vidrios. Y suenan, por ejemplo, suenan los sueños de la vecindad. No los ronquidos, que también, los sueños. No la sonoridad de los durmientes: el eco de lo que no saben que están imaginando… Para mí, es el tropel sedoso de un millar de mariposas aleteando sin rumbo. El vuelo, la frecuencia, el impulso oscilante, la leve presencia de unos insectos preciados por su vistosidad, como metáfora de lo vaporoso, de los gases- quizás nebulosas- donde se concentran esas vivencias que son universos cuya creación y fin acaecen entre neurona y neurona… No obstante, si suenan los sueños, suena las almohadas, suenan con imperioso orden los engranajes del despertador, suenan los cubículos de la nevera, suenan los pasos de quien habite la vivienda de arriba camino al baño, suenan las teclas del portátil como forzados al remo sujetas a la conveniencia de las palabras que conforman esta pieza escrita, suena tu respiración intentando dormir por decimocuarta vez y, por lo menos, aunque acalorada, sudorosa, fastidiada, casi zombi también, suena la paz en ti. La paz de quien, a nada que refrescara un poquito se dormiría. La paz de quien se debe a la luna como astro principal. Así que, prémiame, te lo ruego, con la música de tu corazón latiendo: dirás que es otoño ya, que los rigores del estío se han moderado hasta el punto de que pidas abrigo y yo sabré a qué suena tu ternura. Que suena mi sueño. Que duermo ya, cerradas las emociones. Antes de que caiga el índice de mi mano derecha sobre el resorte que contiene el signo de acotar lo dicho con un arco convexo, formula para concluir que también suena. Que también se escucha.

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