jueves, septiembre 22, 2011
GRACIAS
Merece la pena hacer un alto. Permanecer quietos en el centro del camino y solicitar la atención que corresponde cuando se ha de decir algo que no admite postergación... Como pudiera endeudarme con cualquiera, porque cualquiera pudiera ser víctima de mis errores, hago saber que, las disculpas obtenidas de parte de aquellos a quienes ofendí, a quienes perjudiqué con mis actos, a quienes sufrieron por mi culpa menoscabo, son la viruta preciosa, las esquirlas de veinticuatro quilates procedentes de un sol de oro macizo incorporadas al ser perecedero pero digno que soy, cual nos redime el reconocimiento. Que son gentes de esa calidad, astros cuya grandeza se conoce por el brillo generoso de sus respuestas y antorcha de favor para los que un día logramos permanecer en sus órbitas... Ahora, hoy, tal vez tarde en algunos casos, con anticipación no disimulada, en otros- al fin nunca dejamos de ser personas y, por lo tanto, falibles- recuerdo la bendita indulgencia de los que demuestran así lo que me estiman. Y, puesto que mi suerte, es gozar de esos afectos y corresponder a ellos con la nobleza que aprendí desde niño, aprovechando el alarde de comprensión efectuado por un amigo- precisamente amigo porque es de estima incompatible con el doble rasero, es servicial, inteligente, divertido, capaz de todo compadreo y magnánimo cuando toca- amigo que me sufre, como hace nada, por tonta impericia y desastroso resultado, desde la palabra que es mi modesta casa, digo que, a veces, las personas, confirman que son lo que son, porque admiten con toda naturalidad una metedura de pata ajena valorando que se trata nada más que una metedura de pata y saben ventilar, además, mediante el temple que sólo tienen los buenos, cuestiones que llevan aparejadas la reprobación más exigente. Quien es así y tiene trato con nosotros adquiere, por propio derecho, el nombre de AMIGO. Con mayúsculas, con la gala de destacadísima consideración, y no cabe nunca que se le hurten loas y honores... Así pues, pido perdón a mis amigos, a mis amigas, recuerden o no las ocasiones en las que les fallé. Pido disculpas por mi desidia, mis excesos, la ira que no supe contener, el egoísmo, la violencia o los actos de venganza que pensé abordar un día. Ruego sigan exigiéndome como hasta ahora en la confianza de que puedo dar más de mí, ser mejor, aunque todo lo que pueda lograr producto de un bien administrado talento haya de convivir con las imperfecciones de quien está muy lejos de ser alguien que transita por los caminos de la excelencia. Y doy las gracias por la fraternidad, con el aire y el sol y el agua pilares fundamentales de mi vida y columnas sobre las que me sustento para abandonar mi lecho diariamente alegre de recibir lo que me espera una vez salga al mundo... Algunas cosas son irreparables, sin embargo, y los científicos carecen aún de los conocimientos necesarios para proponer una viaje en el tiempo, una manera de ir hacia atrás gracias a la cual podrían deshacerse muchos entuertos. Por eso, cada error que sufren otros, que nosotros les infligimos, es una cicatriz en lo más íntimo que sólo se puede sobrellevar, insisto, porque quienes han padecido la falta convierten ese daño en gloria. De modo que, mientras ese milagro tecnológico llega: Gracias, gracias y gracias.
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