A la fuerza ahorcan, se dice, y fue, luego de encomienda obligatoria, que los espacios verdes de las ciudades mermaran para ir dejando su sitio al hormigón, el acero y el ladrillo. Es cierto que los grandes parques conservaron su perímetro a salvo, pero, incluso los dichos pulmones metropolitanos terminaron siendo presa del césped artificial. Se invocó la conservación de la naturaleza y el ahorro de agua para sepultar la tierra viva bajo avenidas asfaltadas y alfombras de prefabricado felpudo sintético. Y los ejecutores de tales desmanes obraron, eso sí, conforme a intereses políticos y económicos fácilmente identificables.
Precisamente, la reducción del hábitat vegetal, que se sustanció también en la tala de árboles- enferman, se decía, y no hay modo de socorrerlos- supuso la desaparición de otras muchas criaturas antes habituales de aquellos entretenidos lugares de esparcimiento. Por ejemplo las ardillas.
Y es verdad que durante años nadie las vio trepando o descendiendo por tronco alguno, nadie las vio confiadas cerca del paseo de los ociosos, a la carrera o expectantes, porque desaparecieron. Sin embargo ahora si no se las ve, se las intuye y son un verdadero problema.
Los que han estudiado el fenómeno explican que, cuando perdieron su sitio, tornaron a resistir entre las basuras y se alojaron en las cloacas. Dieron batalla a las ratas y hasta se cruzaron con estas. Pero, lejos de salir vencidas, han proliferado y, residentes en las tripas de la urbe y a oscuras, salen a devorar toda luz que da servicio durante la noche. Comen las de las farolas, las de los semáforos, los neones, fluorescentes y todo entorchado de comercio o bar: ni los pilotos de aviso de los taxis se libran.
De momento se barajan distintas medidas para reducir las molestias que esta nueva plaga viene produciendo, pero, a tal fin, el ayuntamiento ha dispuesto, además, un concurso de ideas que será premiado con la dotación íntegra del presupuesto asignado al Departamento de Neutralización de Proyectos Faraónicos, esas obras enormes e inacabables- muchas sin necesidad o de utilidad aplazable- de las que gustan los Alcaldes para que la historia les recuerde.
1 comentario:
Nosotros también tenemos un gobierno que muy a menudo hace estupideces por el mero instinto de demostrar que hace algo!
Ahora lo que hace mucho tiempo no veo en mi ciudad (que antes estab aplagada de estos animalitos) son las ranas y los sapos. Ojalá también se hayan adaptado como las ardillas de su relato, a las alcantarillas, es preferible a que mueran definitivamente.
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