domingo, febrero 22, 2009

SER EL TREN PRINCIPAL Y OLER A GLORIA


Me quería, quiero decir que así me lo demostraba, justo acto seguido de abandonar la ducha. Anteponía la razón de una pituitaria inusualmente sensible al registro natural de los olores, pero me acusaba de marranete. “Tienes un olor personal que conviene se trate con abundantes abluciones”. Además, como hija de ferroviario era partidaria de conducirse por los raíles y buen cauce de las cosas. Fuera de su trayecto, nada. Al pan, pan y al vino, vino. O conmigo o contra mí. En realidad no se casaba con nadie… Luego, aún húmedo pero ungido con mis afeites y perfumes, toda su condescendencia obraba conforme a la rectitud y cabal circulación de sus deseos. Todo para mí y sin sisa ninguna: clima y voluptuosidad a manos llenas de labios. Como una locomotora de vapor. Sin embargo, durante un congreso de profesionales al que asistió, comprobé que una solución notable es deudora de un resultado sobresaliente. Fui relegado a lo que se conoce como vía muerta porque, como ella mismo me dijo, “todavía tienes un buen chasis y resoplas limpio, mas, el último tren no espera”. Y, como, en verdad, nunca supuse otra cosa para ella que la composición previa al convoy definitivo, asistí a la notificación de sus nuevos rumbos más atónito que colmado de ira: se hizo lesbiana, sí, y encomendó todas sus atenciones a aquella hembra primorosa, otra ejecutiva de finanzas, compañera de habitación en aquellas circunstancias, quién, ni siquiera cuando debió oler, desprendía otros aromas que no fueran a rosas y jazmines.

 

 

No hay comentarios: