Los armarios. El armario. Ese mueble, generalmente de madera donde guardamos ropa, complementos, calzado y otros muchos enseres apilados o a granel. Un espacio con vida propia sito en determinado lugar de la casa de cada uno. Porque la literatura y el cine nos han hablado de toda clase de armarios con ánima, no hay que olvidarlo. Se entra y se sale de ellos con desiguales resultados por eso mismo y sirven para ocultarse del espíritu malicioso de turno o a fin de evitar al espectro que desde allí comparece. Sirven para salvarse persuadidos de que el marido va a mirar debajo de la cama nada más. Sirven para iniciar una aventura cuyo umbral es la puerta misma del mueble. Sirven para salir de ellos y declarar la verdadera condición de uno: sexual, política, deportiva, social, de alienígena... Supusieron un paso intermedio, en las calles, entre las antiguas oficinas de teléfonos y el actual yo mismo con mis propios mecanismos que es la comunicación personal. Los llamábamos cabinas y, además de constituir un símbolo de la ciudad de Londres, eran peligrosos cubículos de los que mucho podría hablarnos, de estar entre los vivos, aquel genial actor que fue José Luis López Vázquez. El Doctor Who tenía una propia para viajar por el tiempo y Maxwel Smart, el recordado SUPERAGENTE 86, entraba en una para acceder al cuartel general de CONTROL… Pero hay otras, hay otras cabinas, otros armarios, por ejemplo al servicio de la democracia. En ellas el ciudadano encuentra la intimidad necesaria para que los preparativos necesarios que dan lugar al voto sean realmente en secreto. Es verdad que muchos vecinos llevan su “recadito” ya preparado desde casa mas, ¿es posible que un votante de izquierdas, dentro de uno de esos armarios, con todas las papeletas a su disposición, se trasforme dentro en irredento partidario de la derecha? ¿Es admisible que un militante de derechas torne dentro en observador de los principios que lleva aparejados tener por norte la letra de La Internacional? Lo digo porque, una vez, el domingo pasado, alojado yo en el interior de una de las cabinas propias del colegio electoral que me correspondía, dispuesto a tomar la papeleta alba, modelo no hay ninguno que me convenza- para votar a lo Celia Cruz- ¡¡Azúcar!!- sufrí unos vértigos terribles. Mi mente se llenó de voces y de ecos. Más que palabras escuchaba sortilegios cocinados a fuego, como debe ser que se preparan las sopas de comandos alfabéticos o sopa de siglas. Las papeletas del PSOE se movían lascivas invitándome, los llamados de UPyD porfiaban convencidos del aval de su propio crecimiento, los mandamientos de IU, que se dividen en dos, PC y los demás, tampoco se quedaban mancos y los del PP, los del PP no, los del PP, impertérritos, como su líder Mariano, seguros de su victoria por auto demolición de la parroquia contraria, se bastaban para engatusar al allí presente con el distraído vuelo de las gaviotas. Entonces me di cuenta que se habían agotado las papeletas blancas. Se acabaron y no las habían repuesto... ¿Cómo salía yo, así, mareado, interesándome por la persona que supiera decirme de dónde tomar un rollo de papel suave como el que arrastra el perrito de los anuncios? Demostraría, de este modo que, salir del armario, implica, las más de las veces, ofrecer la gran noticia: uno es algo que nunca anteriormente hubo declarado. Y no, ni muchísimo menos. No era el día ni la hora. Así es que entablé un urgente diálogo con mi cerebro. Me pedía rosquillas como a Homer Simpson, pero logré evitar la gula y, se pronto me vino a la memoria a pesar del delirio: para blanco, el símbolo blanco del equipo blanco, el escudo del Real Madrid- Mouriño club de fútbol. Y yo lo tenía. Sí, el escudo del Real Madrid que introduje- era una pegatina del cuaderno de cromos de mi hijo- en el sobre de votar. Entonces, por fin tranquilo, ya con el objeto del sufragio en mi poder, “ferpectamente” presentable, lo di a los de la mesa. Los dichos oficiantes, me tomaron los datos, declararon mi voto como existente y no les preocupó en absoluto que me fuera de allí con esa oscilación o cadencia de los achispados.
Luego he sabido del número de votos nulos y sus particularidades, y de que existen informaciones que airean las ocurrencias del personal a ese respecto. Yo acabo de comprender que, para votar en blanco, basta con ofrecer el sobre sin chicha- y menos chorizo como algunos han puesto- para lograr el objetivo de participar sin decantarse por nadie. Que se desconozcan, sin embargo, datos de la aparición de un escudo del Real Madrid como dictamen particular en los comicios, no debe extrañar. Algún aprovechado, durante el recuento, habrá dado con la pieza y, al contenido grito de “este para mí, que no lo tengo”, hizo de la misma botín que añadir a la buchaca.
Por otra parte, de las elecciones, otros armarios: doloroso el acceso de ETA a las administraciones por medio de Bildu, y el de la novedad exótica- casposo de los ACAMPADOS.
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