LEER ENGORDA
Por Edurne Uriarte
ABC 25 de Agosto de 2008
LEER adelgaza, imaginó Irene Lozano desde el puesto de socorrista en funciones que ocupa en las páginas veraniegas de este periódico. Desde el agua de la piscina donde ejerzo de bañista accidental, debo, sin embargo, afirmar justamente lo contrario. Alabo las buenas intenciones de Irene para promocionar la lectura, pero mucho me temo que la realidad es bien distinta. Que leer engorda.
Y no lo proclamo para boicotear la lectura, sino para poner de manifiesto el otro lado de la ciencia. El de los análisis banales, carentes de interés o, simplemente, estúpidos en los que tantas veces pierde el tiempo y el dinero la incuestionada, ensalzada y hasta idolatrada investigación científica. Y es que no debe atribuírseme en exclusiva la ridícula y, sobre todo, desagradable teoría de que leer engorda. Se trata de una mera aplicación al acto de leer de una investigación hecha pública recientemente por la sin duda respetable Universidad de Alberta. Uno de sus departamentos ha invertido una considerable cantidad de tiempo y dinero para comunicar al mundo que ver muchas horas de televisión engorda. Por dos motivos, han aclarado, por las horas que pasas sentado mientras realizas tal actividad y porque ver anuncios de comida estimula las ganas de picoteo. Uno de los dos directores de tan determinante estudio, John Spence, añadió muy serio a los medios de comunicación, y cito más o menos textualmente: «Además, hemos podido concluir que estar sentado viendo la televisión ofrece una estupenda oportunidad para picotear».
La demostración de obviedades es, seguramente, el primer desagüe por el que se escapa la credibilidad de la ciencia. En todos los campos científicos. Que nadie mire por encima de los hombros a las ciencias sociales, no más banales que las demás. Por esa obsesión en centrarse en la corrección del método científico sin importar demasiado a qué se aplica, a la relación entre estar muchas horas sentado y engordar, por ejemplo. El método perfecto dedicado a la demostración de la nada.
Y luego está el estudio de tonterías, el segundo desagüe de la credibilidad científica. Como una investigación que demostró hace un par de años que el 71% de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales tienen animales de compañía frente a únicamente el 63% de los heterosexuales.
Los premios IG Noble ofrecen un repertorio fantástico sobre la cantidad de idioteces en las que pueden destrozarse las meninges los científicos. Con la atenuante, en su caso, de que las idioteces seleccionadas por los IG Noble nos hacen reír. Dos dignos representantes de la Universidad de Harvard y de la Universidad de Santiago de Chile recibieron el premio de Física en 2007 por su estudio sobre cómo se arrugan las sábanas. Y dos representantes no menos dignos de la universidad Paris VI lo ganaron igualmente el año anterior por explicar por qué los espaguetis secos tienden a quebrarse en más de dos pedazos.
Es el tercer desagüe, sin embargo, el que mejor pone de manifiesto las limitaciones de la ciencia, su condición frágilmente humana que el gran dios de la racionalidad y el método científico no consiguen siquiera disfrazar. Me refiero a la corrección política que determina la labor científica tanto como la vida de cualquier ciudadano. El miedo, el pánico, a llevar la contraria a las modas políticas e ideológicas, muestre lo que muestre el método científico.
No espere usted grandes provocaciones intelectuales por parte de los científicos. Espere más bien conclusiones perfectamente equilibradas con las convicciones morales e ideológicas más asentadas. Si Al Gore y el calentamiento global son, por ejemplo, quienes triunfan entre las creencias populares, pocos científicos osarán adentrarse en el camino de la impopularidad llevando la contraria al vídeo de Gore. Por la misma razón, y esta es la buena noticia con la que puedo concluir este artículo, ninguno osará tampoco emprender una investigación para demostrar que leer engorda. No porque la investigación parezca idiota, que lo es, sino porque es políticamente incorrecta. Se meterán con la televisión, y, con tal de ser populares, ni siquiera habrá que descartar su disposición a demostrar científicamente el sueño de Irene Lozano, que leer adelgaza
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