MANOS BLANCAS NO OFENDEN
Por David Torres
El Mundo 2 de agosto de 2008
Dice la alcadesa de Colmenarejo que la paliza monumental que le propinaron a una menor ecuatoriana no tenía tintes racistas. Menos mal. Una vacaburra encolerizada le rompió la boca, le arrancó mechones de pelo y le pateó la cabeza mientras la pobre víctima aún seguía tendida en el suelo, pero no la llamó panchita ni champiñón, que hubiera sido lo verdaderamente imperdonable. Según la alcaldesa, sólo era una discusión entre crías a las que se les fue un poco la mano.
Afortunadamente para la agredida, tampoco la reventó a golpes un maromo, un varón, uno de esos seres cuya dotación cromosómica XY lo predispone a la violencia desde el cigoto. No, por suerte para ella, María José recibió su metódica ración de hostias de una sufrida camarada hembra (una criatura pacífica por naturaleza) y quienes vitoreaban y jaleaban la somanta con los gritos rituales de «mátala, mátala» también eran niñas, así que todo queda en familia. La familia XX, para ser exactos. Los teléfonos de la ministra Bibiana pueden seguir durmiendo el sueño de los justos.
Sin nada más a lo que aferrarnos, sin motivaciones racistas ni machistas, nos queda únicamente una pelea de crías un pelín subida de tono. Despegadas las etiquetas con las que habitualmente los sociólogos clasifican estas cosas, habrá que recurrir al alcohol, al calor veraniego o a la simple y atávica mala leche para explicarnos el salvajismo abusón de esta cuadrúpeda y su coro de mironas, que alentaron la tunda con la sádica excitación de un circo romano mientras la grababan en un móvil para que las amiguitas ausentes pudieran disfrutar luego del espectáculo. También para que todos viéramos que se trataba de una diversión inocente, un juego de niñatas aficionadas al pressing catch.
Aunque esta variante descafeinada y portátil del cine snuff prolifera más y más en los colegios, los sociólogos todavía no le han inventado una etiqueta para domesticarla y guardarla en sus tarros, ni los pedagogos han discurrido la manera de adaptarla al programa escolar (parece un cruce entre gimnasia, lucha libre y trabajos audiovisuales). Sin embargo, se empeña en persistir como una aberración de las leyes estadísticas, ésas que dicen que la violencia se ejerce siempre siguiendo unos patrones preestablecidos de género y raza.
Quizá la verdadera causa de este vídeo de primera protagonizado por la vacaburra de Colmenarejo esté en las sabias palabras de aquel pastor que, interrogado acerca de los motivos de la violación de una menor, soltó: «Verá usted, yo creo que lo hizo pa' satisfacerse».
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