TEORÍA DE LA TORRIJA
Por Esteban Greciet
La Nueva España de Asturias 24 de agosto de 2008
El viandante entra en la cafetería de un centro comercial y solicita una bebida, además de la única torrija que observa de lejos en la vitrina de la barra. Tras una aproximación organoléptica, la torrija solitaria es clasificada provisionalmente como de la familia «torríscula vulgaris», subespecie «mínimum cuadrangulata», de origen cretense. Según una primera hipótesis, la materia prima observable correspondería al cuadrado de un pan de molde, de diez centímetros de lado, con un elemento ornamental consistente en un churretillo de miel de flores silvestres. El concepto de torrija es variable. No es igual la castiza torrija castellana que la torrija comercial contemporánea, ambas respetables pero inferiores a la sublime torrija clásica asturiana, que preparaba mi abuela Manolita con arreglo a cánones históricos. En cualquier caso, podríamos establecer unas características comunes convenidas para obtener una suerte de torrija sincrética: pan remojado en leche, edulcorado, rebozado, frito y ocasionalmente emborrachado. Reconozco que mi torrija respondía a estos mínimos exigibles y, por lo tanto, consideré que estaría homologada por la Comunidad Europea y sería computable para el IPC. Así tranquilizado, di cuenta de ella y de mi bebida y me retrepé en la silla a ver pasar la vida con mayor benevolencia. Grata situación interrumpida por el camarero con el ticket de caja en el que la torrija se hacía valorar en 2,85 euros, 475 pesetas al cambio. Un estudio comparativo posterior me ha convencido de que el precio de mi torrija estaba muy en razón. En razón directa, quiero decir, de otras tarifas hosteleras actualizadas que en ciertas terrazas se aproximan estos días, en pesetas, a 500 una caña, 700 un vermut, y un café solo 300 (un litro, 40.000).
Conclusión: la crisis es culpable. Que es lo que se trataba de demostrar.
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