miércoles, septiembre 26, 2012

TEATRO MODERNO: MEJOR UN INDICIO


No me gusta que se cierren los teatros. No me gusta que se retiren recursos a la sanidad, a la enseñanza, a la empresa, a los veterinarios, a las amas de cría o a los poceros. No me gusta que se cierre ningún teatro. No me gusta que las bibliotecas cierren salas, mermen sus servicios, prescindan- a su pesar- de trabajadores. No me gusta tener la edad que tengo y comprobar que difícilmente volveré a encontrar quien me emplee… Pero, no todo está perdido. De hecho, convendría admitir entre lo posible que, casi todas las cosas, las que nos afectan en especial, aquellas que nos importan y quedan a nuestro alcance como para ser modificadas a favor de obra, dependen de lo que hagamos o dejemos de hacer. ¿Qué suben el IVA a los productos culturales- la cultura es otra cosa- y nos dan con el veintiún por ciento en las narices? Bien. Vale. ¿Por qué no acudir al cine, asistiendo sólo a proyecciones españolas? Con semejante subida es carísimo pagar lo que cuesta una entrada. Claro que, si además prescindimos de las palomitas y los refrescos, contando con que la producción de lo hecho con denominación de origen España es menor- y todo hay que decirlo, generalmente menos interesante- habrá menos historias filmadas de las que disfrutar, disminuyen las posibilidades de tomar asiento a oscuras y, por lo tanto, lo comido por lo servido. Porque lo que ahora toca es manifestar el gusto por la cultura. Que se note no sólo en las plataformas de protesta y en las manifestaciones, sino en aquellos lugares donde se expone, se hace música, se proyectan documentales o películas, se declama, se cuenta, se lee… Debemos exigir respeto por la cultura y demostrar amor por sus expresiones y agentes- me refiero a productores y artistas – precisamente, interesándonos, y no testimonialmente tan sólo, por cuanto se nos ofrece, mejor, regular o no tan bueno. Que la gente, profesional o de a pie, sin falta, se persone en todos los sitios dónde late la cultura- siempre- para vivirla y establecer el mejor de los avales a favor de la permanencia de todos esos valores que tan justamente se reclaman. Lo digo porque no es verdad que sea así. Sobre todo si la proposición viene de la mano de un creador sin fama. Ciudades como Guadalajara, debieran poder llenar una sala de doscientas localidades al menos una vez por semana. Pero no me gusta que se cierre el Teatro Moderno, aunque la pequeña sala reúna, pocas veces, en el patio de butacas, un número tal de personas como para colgar el cartel de NO HAY BILLETES. Debiera llenarse y, si la gente que ama la cultura en la ciudad es tanta, muchos encontrarían tal saludo al intentar acceder a la taquilla. De modo que, he aquí la oportunidad. Todos con la cultura, pero no solo desde las trincheras porque los que gobiernan ahora traen la Sodoma y Gomorra de Eurovegas: para eso y para celebrarla. Ante todo para celebrarla con gusto e imaginación. Nuevos tiempos imaginación, compromiso, soluciones y participación. Que la cosa no quede en un pliego de firmas dónde los que rubrican afirman estar de acuerdo en algo que parece de sentido común. Que sea un indicio enseguida consolidado como prueba. En valor demostrable por el acto de asistir. ¿Alguien da menos?

miércoles, septiembre 19, 2012

VACACIONES: ADIÓS AGOSTO


Me gusta el olor de los melocotones. Lo constato al pasar al lado de la frutería donde, en otras ocasiones, compré cerezas. A la vez- o acto seguido- pienso en los detalles de una actividad literaria que practiqué hace tiempo. Se trataba de un material lúdico que recibía como parte de las iniciativas correspondientes al taller literario por el que opté para contrastar con terceros mis, por esas fechas, incipientes habilidades… Quizás eso no haya cambiado mucho… En fin. Consistía en redactar algo de manera casi automática. Me gusta, no me gusta. Pero sin meditarlo, conforme a lo primero que viniera a la memoria. Prefiero, sin embargo, inventar, concebir algo nuevo. Camino y repito la primera frase. Me gusta el olor de los melocotones. Puede resultar un mantra. Busco, en el eco del original, un resquicio. Y lo encuentro. El olor de los melocotones es el aroma de alguna mujer. Su presencia fue advertida por mí al ser usuario de un ascensor. Lo suficiente como para desear que el rastro no se perdiera al salir a la calle. Y en el trayecto hasta la frutería, pocos ciudadanos porque fueron fiestas y es costumbre que marchen a sus casas de verano una vez finalizan las mismas, simplemente distancia… Así pues, el olor de los melocotones es una mujer lejana, inalcanzable, tal vez admiradora del sol en una playa, tumbada sobre las arenas que, como recuerdo, son alfombrilla que pisé antes de iniciar mis inmersiones   veraniegas, como bien saben quienes leen mis elucubraciones, atentos a la nadadora de gafas negras que mencionaré más tarde... Si es como me he prometido y han izado la bandera amarilla, permanezco en una butaca a la sombra, en la terraza del hostal. Son paños, junto con el de brillos encarnados a las que tengo muchísimo respeto. Cuando ondean- no sé todavía cual es la razón que se aduce, por ejemplo al izarse la bandera verde, para evitar toda ceremonia e interpretación del himno del baño estival por parte de los socorristas- cuando ondean, yo firme, quieto en tierra. Apurado como un marinero asustadizo, desde luego, pero a salvo del oleaje y las corrientes. Y, si la descolorida enseña “amanzanada” de este paraje conocido como El PINÉT, avisa de lo apacible de la mañana- cierto que, cuando los encargados del rescate del merluzo o la merluza, llegan, la parroquia tuesta sus mimbres en número tal que pareciera reunión de forofos alrededor de una fuente pública- habré empapado mi humanidad, seguramente para tumbarme flotando en un charco espiritual. Es relajadísimo mirar la bóveda celeste. Sin peso. Pensando en Armstrong, el astronauta que pisó la luna, recientemente fallecido, no el ciclista en vías de “defenestración”... ¿Será así la ausencia de gravedad? Pero acabo de escuchar que las ranas son arrastradas mar adentró y mi proyecto sapo se estremece. Mejor volcarse, morder la sal y toser hasta la orilla. Una vez a salvo, en vez de la media tostada con aceite y queso manchego, un melocotón. Me lo sirve la sirena. Vendrán los días de restaurarse con oficio, de facilitar un alfabeto  de opinión tal y como el que se espera: recortes, manifestaciones, huelgas, juicios, detenciones, comicios, trincheras, sensibilidades paradójicamente irreconciliables, nuevas tecnologías para la necedad, versos del amor cursi, izquierdas, derechas, sentencias, crímenes, gente y gentuza. El mal mucho más cerca de lo que creemos. En nuestro rostro. Como el bien. Al fin, somos sólo caras de una misma moneda: el euro.