jueves, agosto 30, 2012

VACACIONES


Este año, como cada verano, se quema todo. La economía se ha prendido hace tiempo, arden las plazas de empleo, las empresas son un horno improductivo y huele a chamusquina en el entramado bancario y la política, mientras la sociedad entera, de un modo o de otro, echa leña al fuego. Somos pirómanos y queremos ser bomberos. Nos quejamos de las llamas pero no nos importa arrojar colillas encendidas a la espesura. Sin embargo, más allá de la metáfora, se calcinan los bosques…En busca de algunas de esas aves migratorias que hacen su agosto en las lagunas del país, en terreno de dunas y pinos, la pregunta es: ¿cómo es posible que resista la vegetación de la zona en vez de perecer achicharrada como tantos otros parajes en su momento fulminados, casi siempre, por obra y gracia del ser humano? ¿La respuesta? Porque no interesa, de momento. Porque no interesa o la fortuna los guarda del imprudente o del temerario. Ocurre en las carreteras, es muy común. Si todos los disparates que se ven a la vez que se circula por tanta vía asfaltada ocurrieran, el número de muertos y heridos sería apabullante. De modo que, mucha suerte… No lejos un convoy de dos niños de muy corta edad y un adulto circulan en bicicleta. Es un paraje cercano a la playa por el que están transitando constantemente los autos. Una carretera llena de sinuosidades. Los pequeños van a su aire, como si pedalearan en un circuito privado. Un coche se acerca peligrosamente. Seguramente quien esté al volante, ante la perspectiva cierta, no por su culpa, de haberse llevado por delante a uno de los niños, tendrá que visitar a su cardiólogo en las próximas fechas. El supuesto responsable de los críos, luego de sancionar sonoramente al pequeño, continúa su rumbo si mayor precaución: lo dicho, cuando la razón no es suficiente, cuando el sentido común es inútil, solo el miedo, la sangre derramada, la que queda contenida en tantas ocasiones porque la suerte es así de generosa, hace reflexionar a quien corresponda. Como no hubo tal, a tentar a la vida… Mas, que nadie se inquiete. Cerca, el mar. Gente que se acuesta sobre la arena, ociosos que se sirven de su propio mobiliario y bañistas. El Mediterráneo está tranquilo, bronco hace unos días. A lo lejos la isla de Tabarca. Siempre me parece la de un submarino que emerge su silueta. Santa Pola a la izquierda, Guardamar a la derecha y, cerca de la orilla, como es habitual, mierda, desperdicios humanos de todo tipo. ¿Lo merece la mar? ¿Merecen los bosques su abandono y la inmundicia que depositan en ellos los que acampan o transitan por ellos? No, creo que no. Claro que no. En fin, luego como luciérnagas que flotan en su sitio, brillará la fluorescencia de las puntas de las cañas de los pescadores nocturnos, pero ahora, porque vine acompañado de ella, surge una sirena del viejo mar. Me importa disfrutar de ella. Perdonen si les ignoro hasta la próxima ocurrencia.

viernes, agosto 24, 2012

EL COBRADOR



Hubo un tiempo durante el que trabajó vestido de frac y chistera. Más tarde, harto de ser asalariado, emprendió su propia aventura también en el gremio de la ventanilla ambulante: aquí, sólo pagos. Como siempre, unos satisfacían sus deudas y otros, los del puño bien cerrado, se resistían: con tal de aflojar la mosca tarde, mal o nunca, lo que fuera. De modo que, se mantuvo. Subsistió como autónomo y nunca le faltó techo ni mesa a la que sentarse. Además, especializado en bares, un anís y dos y más, podía permitirse. Todo gratis, eso sí… Desde sus primeros días como ave de mal agüero, cuando tan sólo era un aprendiz, supo pedir primero y exigir después. Antes, una copita. Tratándose de lo que se trataba no la iban a negar. Al aparecer, listo para la escena del enterrador, ya advertía de las intenciones, sin duda ingratas, para aquellos con quienes se jugaba las perras- por así decirlo- sin decir ni pío Así pues, un buen trago de Castellana, o dos, ya que no le retiraban la botella, y luego a lo suyo, ejercer de Paco, el tío Paco que viene con las rebajas…

Al ser su propio jefe, enseguida prescindió de la gala funesta que fuera su terno laboral. Siempre pensó que era innecesario todo ese teatro para someter a los morosos. Además, la cicatriz de su rostro, cortado de parte a parte a causa de un accidente mientras pedaleaba, bastaba para que le recordaran: bueno para quienes le conocían y bueno para los que, al cabo, sabrían de su persona.

Tenía buena planta. Alto, de hombros anchos, manos grandes y pies como buques de guerra… A menudo, calzaba botas de militar, por sí tenía que contener las iras de algún exaltado: gajes inevitables del oficio… Grande nada más para imponer lo justo. No le hacía falta. Persuasión era su lema. Persuasión: lo tenía claro y sólo aceptaba encargos de tipos prevenidos y consecuentes: él, de manotazos, ni para aplaudir.

Jamás estafó a nadie. Se ganó el respeto de la gente por desangelado e intachable. Muchos, incluso sujetos expuestos a ser requeridos por lo que debieran, servían gratis el anís que le gustaba, le atendían personalmente en una mesa principal y más aún cuando era necesario. Sabían, no obstante, que no era nada personal: en horario de trabajo, a la orden por cuenta de otros.

Con todo, no tenía familia, buenos amigos, sí.

Por eso llegaron a apenarse sinceramente. Acudieron a su entierro antes de que llegara a viejo, luego de sufrir una cirrosis. Puede que por culpa de las “circunstancias” de su afán, puede que por lo mucho que pimplaba además en otros sitios… ¡Quien sabe!...

Sin embargo, se cuenta que, un poco antes de morir, creyendo ver el filo de la guadaña, báculo fatal de la parca, dijo: “Señora suplicio, ¿viene usted a cobrar? Pues, ¡ea!, lléveme que yo también pago”.