jueves, junio 25, 2009

LA ÚLTIMA PARTIDA


Apretó los dientes. Estiró los brazos hacia delante y se dio un par de palmaditas sobre la frente. Hubiera sido magnífico lo contrario, pero era incapaz: relacionarle con cualquier atisbo de distinción, casi siempre, quedaba para tipos avispados e intensamente imaginativos. Tomó los naipes con la mano izquierda y, sin mirar la combinación de los mismos, con la palma de la mano derecha firmemente apoyada sobre el tapete, dijo:

- Voy con todo lo que tengo. Ni una mano más a la sombra de los que se llenan los bolsillos de macarrones. Ni una más, si la pasta es mía.

Luego, arrojó sus triunfos sobre la mesa y, en pie, descerrajó todo el cargador de su falso móvil, en realidad un revolver camuflado listo para disparar cuatro balas calibre 22, que empuñó al desprenderse de las cartas.

Al fin, remató verbalmente:

- Esta es mi suerte: otros cuatro capullos para el ojal de mi trasero.

Justo ahí, se apagó su estrella. “¡Culo, culo, no trasero!”, vociferaba el director de la película después de un nuevo y muy amargo “corten”. Y todo porque había que repetir la escena. Rodar de nuevo a la hora en la que se cierran los bancos. Uno de esos asuntos de dinero, ya se sabe, que enemista lo comercial con el talento. Sin embargo, los productores avisaron en su día: ni un solo euro más para funerales.

domingo, junio 21, 2009

DE MIS AMIGOS


Porque amanece un día de sol sin interposiciones y es riguroso hasta el extremo, como suele suceder en verano, decimos que hace buen tiempo. Nos quejamos del calor, pero admitimos el precio. Llueve sin embargo, el termómetro indica un suave descenso de las temperaturas, dejamos de sudar, descansamos, incluso cambiamos de camisa a la vez que se renueva el aire en nuestros pulmones, y se extiende el rumor: el clima nos es adverso… Somos volubles y antojadizos, queremos el jamón sin matar al cerdo y triunfar al buen tuntún de nuestro ego en toda ocasión. Nos ocurre igual cuando la vida pasa por un episodio de fortuna cuyo conseguidor es objeto de loas y demás prebendas con las que le distinguimos. Son aquellos a los que acabamos por idolatrar, sobre todo, si lo que hacen supone bien que concuerda con lo que deseábamos. Los mismos apeados de los altares y sin empacho sometidos al ultraje mediante el descrédito y la censura. ¿Por qué? Porque niegan nuestros intereses aunque fuera su deber- producto de la misma esencia del trato que tienen con nosotros- pronunciarse en contra. Existió la oportunidad del bien y les concedimos un lugar de privilegio a nuestra vera. Fervientemente concienciados tras apreciar la fuerza de los hechos, fuimos resueltos hasta el colmo y confirmamos la esperanza: ellos merecían ser admitidos en nuestras vidas como quienes cuentan con todo el amor del que disponemos. Así, en la fraterna intimidad, porque elegirles es admitir que les negaremos lo que a otros desde ese mismo supuesto máximo de los afectos. En aras de la comunión definitiva- la que cuenta con los humores de la voluptuosidad como territorio exclusivo- permanecieron cual garantes de lo magnífico y partícipes de todo honor. Sin embargo, cuidado, que no osen desestimar el orden establecido de nuestras apetencias. Atención, no sea que, fruto de su inquebrantable lealtad, armen el “no” que corresponda, precisamente para salvaguardarnos. Porque, ¿qué es un amigo?... Probablemente un familiar, los oportunos compañeros de viaje con quienes nos permitimos el compromiso de la pasión y el sexo, los pares de lo laboral, el ocio, la militancia o la vecindad… ¿Y amistad? ¿Qué significa esa disposición, ese juramento? Amigo es quien tiene amistad y amistad, según se lee en los diccionarios, es confianza y afecto desinteresado entre las personas. El libre deber de donarse porque así nos lo dicta la ilusión mejor entendida: la que se alza aupada por los hechos, creo yo. De este modo un amigo correrá el riesgo de perder su lugar, de perecer si es preciso, para determinar con un “nunca” la verdadera razón de presumir cualquier atisbo de futuro. ¿Saben, pues, los que dicen amistad cuando, en realidad, interpretan lo mejor de los allegados como una forma cortés de vasallaje, que no hay amigos verdaderos- porque o lo son o no cabe hablar de amistad- y que los distinguidos con tal apelativo han de reservarse el gesto decidido y en contra, precisamente por amor? Al menos es lo que yo espero de los que me quieren, de mis amigos.

sábado, junio 20, 2009

EL SONIDO DE LA MEMORIA


Acaba de suceder. Se trata de un acontecimiento deportivo, por ejemplo. Digamos, una final. Se aprecia el intenso abatimiento y la creciente euforia se distingue. Los asalariados de la noticia, los peones al servicio de la estrella mediática que, como ratones en laberinto trotan de un lado al otro del estadio, esgrimen las alcachofas de sus micrófonos en busca de un bocado de silabas más o menos inteligibles. Quieren la sabrosa delicia del titular y no tienen intención de detenerse. Cuesta entender que quienes viven la revolución sostenida del triunfo puedan articular otra cosa que no sean arbitrariedades pergeñadas tomando en cuenta el mismo manual de lugares comunes que se emplea cuando ni siquiera el ingenio asiste. Y no digamos nada de los que, por motivos contrarios, experimentan el quebranto y la frustración Pero ellos, los avispados “cazanovedades”, resultan inasequibles a la fatiga. Se empecinan y por aburrimiento ajeno, logran el vómito verbal que corresponda. Probablemente, una vez todos sosegados, conscientes y reconociendo los pormenores de lo sucedido, exista una posibilidad razonable de emitir valoraciones coherentes, pero, el sinsentido se convierte en inevitable rutina y ya… De modo que, he preferido esperar unos días para, asimilado lo que disfruté durante mi estancia en Guadalajara a fin de participar en el Maratón de los Cuentos, poner los detalles y emociones de la fiesta negro sobre blanco y compartirlos cual era mi intención desde un principio. Mejor en reposo, con distancia, elaborando sin exigencias lo que no urge. A la buena sombra del lema regente durante lo que fue decimoctava edición de una cita poco casual: EL SONIDO DE LA MEMORIA… Precisamente, un poco antes de abandonar el Patio de los Leones del Palacio del Infantado, a pesar de las altas temperaturas- a esas horas, en verdad, más que tolerables- el rocío me dijo algo. Eran las ocho de la mañana del domingo catorce de junio y un manto de ilusión, escarcha matutina, me parecieron los asientos o butacas, ahora sin dueño, diseminadas por toda la superficie del recinto. El eco que percibí sonaba a diversión, alegría, ternura, sorpresa, nostalgia. Pasión de gentes con intereses e intenciones distintas, sensibles a unas y no otras propuestas, pero satisfechas de haber pasado horas o unos minutos allí, porque la curiosidad podía suponer tanto un encanto como un encantamiento. Solaz que se produjo en la misma medida sobre un escenario tan bien vestido que resultó casa del cuento y hogar de la fantasía planetaria. La pluralidad de orígenes y de verbos en diversos idiomas vino a ser el testimonio notarial que diera fe de esa vocación sin fronteras. Sin embargo todo se produjo sin rangos ni distingos, como es costumbre en aquellos pagos. Y como el Maratón es un verdadero maratón, todas esas personas encontraron su tiempo, su hora, su luz. Encontramos nuestra voz y la atención de los congregados en ese mismo instante, reunidos y dispuestos a ser tan cómplices como partícipes del estímulo socarrón de terno audaz, de la lección contigua con un abrazo de sabio proceder, de la explicación "ultragaláctica" de las estrellas o de la fabulación santísima de un ANDERSEN o un GRIMM. Porque tengo presentes a la hora de redactar lo que se lee, rostros, expresiones, palabras, identidades, paisajes, ocurrencias, galas, sortilegios, caprichos, melodías, castizas opiniones, florales exponentes y el nombre de una miríada de seres que, durante cada una de las fechas anteriores y, por supuesto, tras esas jornadas mágicas a las que vengo haciendo referencia, viajan, se reúnen y establecen su tenderete de futuro con un único norte: pulsar la fibra sensible alojada en cada uno de nosotros y reproducir con esa nota un mensaje de ventura a quienes, a cambio, saben poner sus cinco sentidos en el empeño de lograr una ALICIA nueva o un “inimaginado” urbanita levitante. Yo regresaré el año que viene, si tengo salud y, seguramente antes de que salga el primer sol del sábado, cuando el Maratón pasa por las primeras horas de flaqueza, suba al escenario pequeño, el del zaguán de Palacio y, con el aroma a té de los que se sirven en los jardines, la reverberación de las músicas de dulzaineros y otros artistas de la calle, la tentación de los libros que no cesa y mantienen viva los libreros, la gracia de los ilustradores que dibujan sin parar, presto para la propia imagen porque habrá que posar para el retratista de turno y que no lo parezca durante la narración, pendiente de la amabilidad de quien reparte una manta si refresca, agradecido por una pieza de fruta o el chocolate con churros del amanecer, temblando como si fuera el primer día, obre como juglar que recita su prosa tal vez entreteniendo, tal vez emocionando, tal vez al apurar la broma, el ingenio o la picardía licencioso. Luego bajaré y prenderán mi camisa con un distintivo de cerámica que, hoy por hoy, es el honor más grande que nadie puede hacerme. Ahora, ya, tan solo, Vistan las piedras milenarias de Guadalajara con entoldados de color azafrán, armen en su imaginación una gran plaza a la que llegan y de la que se van cientos de personas y sientan como laten los corazones de quienes año tras año ponen en pie este otro tinglado antiguo. Gracias.

miércoles, junio 03, 2009

TERNURA, ¿ALGO MÁS QUE UNA PALABRA HERMOSA?


Escribí acerca de la ternura, justo después de experimentar un episodio compartido de la misma. Luego mostré el resultado y, además del premio que supone saberse leído, recibí opiniones y comentarios, algunos de los cuales dan sentido a este nuevo envite… El caso es que, atribuimos valores a las palabras, la mayoría de las veces, conforme al significado de las mismas. Por eso GUERRA será una fea palabra y AHOGO y LOCURA, por ejemplo. Y, ¿las bellas? ROSA, FAMILIA, AMOR, TERNURA, LIBERTAD, SALUD… Ahora bien, ¿qué importancia tienen las palabras, las buenas y las malas, las hermosas o sus antagonistas, si no vienen refrendadas por los actos a los que dan lugar? Mi amigo Hipólito Calle, magnífico actor manchego, dramaturgo y prosista, lo dejó dicho un día: “las palabras mienten”. Y, claro, las palabras no son verdad cuando, vacías de contenido se usan para obrar simulada y egoístamente. No son verdad si se emplean para nombrar algo que carece de equivalencia con el bien o valor que designan. No son ciertas si es un fraude lo que se persigue con ellas. Entonces esas maravillosas palabras, sagradas, enormes, perfectas, mueren. Sin embargo, las palabras bastante tienen con ser palabras. Somos los que las utilizamos de viva voz o por escrito, quienes certificamos la vigencia de su contenido. Y lo hacemos cuando somos coherentes, leales y estamos pendientes de actuar a la par de lo enunciado, sea cuando fuere que acontece la ocasión. Por eso, ternura es una palabra hermosa o fea, verdad o mentira, dependiendo de la fidelidad de la que seamos capaces a la hora de revestirnos con sus ecos. No mienten las palabras, mentimos los seres humanos, hablantes y tantas veces equivocados. Humanos que si han de salvarse y salvar al mundo harán bien en proponerse a sí mismos y a los demás con un buen acopio de tiempo para la ternura. La humanidad puede, no sé si quiere ni si antepondrá muchos otros intereses, no sólo a la ternura, sino a tantas cosas que proclama para olvidarlas tan pronto esas vibraciones dejan de notarse a través del aire. Puede, pero el homo sapiens reúne siglos de calamidad y deterioro éticos y morales, y, ahora mismo, a mi juicio, necesitaría un esfuerzo para lograr el sesgo de regeneración que se anhela y se manifiesta aún inapreciable si es que ha de surgir como el Sol por la línea del horizonte. Confío antes bien en el dominio de las pequeñas batallas, esa suerte de combate, de dinamismo, cuyo principal efecto es la contaminación. Si logramos propagar medidas de ternura, o de aquellos bienes que consideramos principales e indispensables, entre los más cercanos y queridos, a fin de establecer lo contrario de lo que supone ser flor de un día, entonces podremos decir que la vida valió la pena… ¿O no?