jueves, abril 02, 2009

EL BESO



Porque no importa de qué color sea el iris, puesto que es igual la faz- si con surcos, si con altiplanos- ya que dan igual los mililitros arrojados por segundo de esa emulsión salada, ora que las lágrimas son nada más vidrio líquido, las mismas para todo, ¿quién es el orfebre? ¿Aquel que advierte las convulsiones, mide la intensidad musical del registro de sonido- si es que el llanto tiene voz- cuando la emoción obra su derrama, e interpreta el ánimo al que corresponde esa inocultable manifestación, o la persona que reside en la sinceridad del humor húmedo que producen el área límbica de su cerebro mediante el más o menos copioso y febril acto de llorar? Atender a la amargura o a la felicidad contando tan solo con el pausado fluir de una lágrima, cuando todas son del mismo cuenco de agua bendita, es, al fin, un trato con el laúd del juglar, si lo que se desea es una valoración del instante a fin de conseguir la gracia de un modelo que perdure. Pero, entre tú yo, eso sí, amada mía, ceden las cuencas oculares, rezuma lo que somos y se da un imperio de ternura ante el que toda otra urgencia se rinde y, ya rodilla en tierra consiente el advenimiento del mejor de nuestros besos. Diría más: EL BESO. El breve roce de los labios sobre los labios, con los labios, en los labios.

 

 

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