miércoles, abril 20, 2011

HOMBRE VESTIDO DE NEOPRENO ROJO CON PIRAGUA FRENTE AL OLEAJE


Queda suspendida en el aire, perseverante, dispuesta a “mantener en sus alas esa dolorosa y difícil posición requerida para lograr un vuelo pausado”, como el pájaro que soñara Richard Bach, de nombre Juan Salvador, letra y música de Neil Diamond en el cine. Y lo hace así porque es una gaviota. No una cometa… Sin embargo, desde dónde mira al universo, se deja cimbrear por el levante, que sopla poderoso aunque no letal, y, quieta, parece no de carne ni de hueso ni de plumas. Luego, se desprende de sí misma y cae con arrebato. “Aleteando con todas sus fuerzas, se metió en un abrupto y flameante picado hacia las olas, y aprendió por qué las gaviotas no hacen abruptos y flameantes picados”. Más en el día de autos, porque la rabia de la mar, a la carga desde el interior de su misterio, mantiene a ralla a la tropa litoral. No hubo lárido alguno que cruzara esa línea Maginot defendida por el bramido de la inclemencia y ella, sin bocado ni recompensa con escamas, regresó a su novedad de pájaro, tal vez imaginándose sobre la Gran Muralla, en China, territorio donde nacieran los abiluchos, barriletes, cachirulos, el estel, la biloncha, la miloca, la milorcha, el pandero, las pandorgas, papaventos, sierpes, chichiguas, lechuzas, papagayos, papalotes, petacas, pizcuchas, voladores, volantines, pipas o papagaios, hijas e hijos del juego que fuera arbitrio de señales usadas por los señores de la guerra. No una cometa, pero como una de ellas. Gaviota parada bajo la luna, aún el satélite entre velos por obra y gracia de un sol exigente, imperial cuando traza su rastro de horizonte a horizonte. Gaviota estatuaria y conciencia de mariposa, gaviota que anuncia el mar y al mar remite porque es mar la circunstancia, y el decorado y los protagonistas. Todo es mar cerca de la mar… Proximidades mucho más dinámicas hoy porque es un mar vivo y pudiente. Es un mar que, si no sitia, advierte a los temerarios, da lugar pero pide precio, es señor y ofrece lecciones de grandeza… Paseamos de regreso y algo de acero en el rostro, aunque invisible, torna el abril calenturiento que disfrutábamos en febrero leve. Nos comimos un helado por obligación contraída con nosotros mismos- más nos hubiera valido un café de encontrarse libre alguna mesa- y, acto seguido, caminamos lo que restaba sin aspavientos. Es mejor concluir el trance con honor evitando exponerse a la burla ajena. Porque, llevarse una bola de crema de pistacho fría y tiritar o extremar el abrigo a la vez hubiera sido anécdota semejante a la protagonizada por el piragüista de encarnado neopreno que vimos al llegar, pretendiente de un azar marítimo reservado a otras empresas en esa ocasión. Desde luego no era la ocasión ideal, no. No, no, no… Luego, ya en el coche, conduces mientras presto oídos a la música por si llegara a sonar la pieza de bossa que justificara su reproducción mediante el lector de discos. Seleccioné una grabación que creí te gustaría, pero tampoco estuve afortunado. Otro día tal vez. Por suerte para mí, siempre tengo la mar, me distraen las cometas cuando se disfrazan de gaviotas y recibo de tu parte comprensión y mimo: ¿acaso se le pueden exigir otras dádivas a la jornada?

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