jueves, febrero 25, 2010

PACTOS


Pacto, según definición de la Real Academia Española, es “concierto o tratado entre dos o más partes que se comprometen a cumplir lo estipulado”. En política y en España, un bien al que se alude recordando aquellos de la Moncloa cuando la Nueva Democracia pretendía consolidarse a pesar de los obstáculos que desplegaron las fuerzas vivas de lo que fue el franquismo. Y ahora, desde que la crisis es reconocida- a su modo, pero reconocida- hasta por “ceja- pe*”, se vuelve a reclamar un pacto. Pero, ¿por qué durante las malas y nunca también a la hora de las buenas? Sean gordas o flacas las vacas son siempre vacas y, tanto si hay que sacarlas adelante o repartir los beneficios que de ellas se obtengan, conviene actuar al unísono pues es un ganado que no debe arriesgarse al capricho de las ideologías. Valgan estas para pensar el mundo e imaginarlo de una manera determinada. Valgan para vivir y para pretender, por la bondad de lo que den de sí, que otros puedan adoptar ese orden. Sin embargo es en la virtud del acuerdo desde donde en verdad se progresa saludablemente. Y lo digo así porque, lo que a menudo vemos entre aquellos que tienen nuestra aprobación como ciudadanos para representarnos en la administración de lo publico, lo que se aprecia en la muchas veces pusilánime- por escasa- actividad parlamentaria, es imposición e incluso exclusión sin paliativos de unos para con otros. Así pues, si se llama a la reunión y a ceder a favor de la mejor idea- siempre aquella que propicia lo que en definitiva se pretende, porque los asuntos de palacio no sólo van despacio sino que amenazan ruina- ¿por qué no, desde el propio imaginario por supuesto, cotejar siempre, deliberar de buena fe y sumarse, sin fisuras, a aquello que se entiende como lo más acertado? El resultado sería al fin el mejor gobierno para el pueblo. Se sabe que las convivencias sin pacto suelen terminar en conflicto cuando no en desgracia. De modo que pactemos a menudo y sin esperar a que crujan los cimientos de la vida. Sin renuncias, sin contenerse a la hora de originar nuestras demandas en los propios presupuestos o, bueno, o acordémonos de Santa Bárbara hasta que esta se canse de atender nuestros miedos cada vez que estalla la tormenta.

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