sábado, julio 10, 2010

ESPAÑA 1 ALEMANIA 0


Hay cosas más importantes para mí que ver un partido de fútbol. Sin embargo, de no mediar algo sustancioso, me siento ante el televisor y contemplo, por ejemplo, las ocasiones deportivas en las que interviene la selección española. Disfruto con los lances deportivos de calidad, me alegro con las victorias y procuro no culpar al árbitro de los errores propios de los atletas, en este caso, vestidos de rojo y azul cuando las derrotas se producen. Sé gritar gol y me conduzco tan de natural manera que, si entusiasmado, procuro que las manifestaciones de tal contento sucedan sin imponer o arrastrar a los demás a algo que no deseen. Dicho esto, acordarse de la patria cual si el orgullo de ser de donde se nace consistiera en saludar al mundo por la vía del estruendo, simplemente porque un grupo de deportistas progresan en un torneo, linda con lo demencial. No comprendo como tanta gente se da a la violencia de acometer con su ensordecedora felicidad lo que puede ser el sosegado desinterés de otros muchos. Y no comprendo que esta “religión” la de los fanáticos y asimilados de un club, deportista, equipo nacional- ya que con el deporte hemos topado- que se da también en el mundo de la música popular o a favor de los “héroes de la fama”, tan del “becerro de oro”, insana cuan se denuncian insanas otras, pase por suceso normal y ocupe la casi totalidad del tiempo de duración de un telediario cuyos hacedores se recrean en mostrar modos energúmenos, expresiones sin sustancia y fondos equiparables a los de una secta. Porque, digo yo, nadie hace mal alguno divirtiéndose, es verdad, pero hasta en eso hace falta cerebro. Cerebro y, por lo tanto, inteligencia, educación, civismo, ausencia de desprecio para lo ajeno y de bravatas empleadas para imponer lo considerado unilateralmente como único... Oigan, que yo he asistido a magníficos espectáculos teatrales o recitales de música, durante los cuales la excelencia y el arte han predominado. Y, más allá de el aplauso sincero y los vítores aislados sin es que la cosa ha dado para tanto, muestra de la satisfacción de los asistentes, nadie se ha tirado dos horas circulando con su coche por la vía publica, llamando la atención con sonidos y velocidad, y enarbolando retratos, pongamos por caso, de Plácido Domingo tras una sublime interpretación de Otelo... Además, luego, si, como todavía puede suceder, las expectativas de victoria quedan reducidas a cenizas, viene la depresión fulminante cuando no el insensato impulso de arramblar con bienes públicos y particulares en clave ni mío ni de nadie. Por eso, el pulpo adivino, pulpo Paul, pronto con sitio entre sus colegas del tarot de la tele de madrugada, podría también ser engullido por una cuadrilla de forofos de la roja que festejaron el resultado que eliminó a Alemania sin reparar en la mejor humanidad de los teutones antes del enfrentamiento y después cuando su mal fario se consumó. Y esta posibilidad es algo que me malicio porque estos exaltados a los que me vengo refiriendo, me temo, no saben perder.

No hay comentarios: