jueves, agosto 12, 2010

ESCENAS DE PLAYA 2


Hace tiempo inicié una colección imposible y eso me hace recordar aquel cuento de Mark Twain… Fue el afán de reunir todos los vientos, los notorios y los domésticos, a partir de las noticias que tuve de una vaharada local o movimiento modestísimo de aire, de nombre EL REGAÑAO y cuyo origen olvidé, que hice tratos con la locura. No recuerdo desde dónde soplaba ni sus intenciones a la hora de apresurarse, pero quizás un día solicite un molinillo, tal vez una vela latina, quien sabe si la presencia del mismísimo Eolo y pretenda concluir lo ahora mismo pendiente. El caso es que finalizando la tarde, mientras intentaba recordar los nombres de las galernas, cerca de las rocas de la costa soplaba el Levante. Viento de mar a tierra que suele mostrar su pujanza en cuanto se presenta. Ella mencionó el nombre de la isla de nuestro amor y primer conflicto sentimental, saludándome acto seguido para que prestara atención a otra cosa. Quiso que retirara mi vista del no muy lejano reducto rodeado por el Mare Nostrun, proponiéndome otro objetivo… Se trataba de un navegante sin embarcación, probablemente un joven que, de pie sobre una tabla de madera- de esas con los que algunos dicen “cabalgar” las olas, y remando, dirigíase de derecha a izquierda según nuestra posición de cara a la mar, hacia quién sabe qué puerto o playa. Después, ella, me interrogó acerca del suceso, tan extraño, con ese viento y tan cerca de ser la hora que sería pronto. Yo, respiré el magnífico olor a maravilla azul, y contesté:


- Puede que sea un enamorado, un amante urgido por la oportunidad. Quizás es el último día y la hora se acerca. Esa en la que las sirenas emergen desde los palacios de Plutón y, durante unos segundos, refulgen en busca de marido. Muchos son los pescadores que, observando ese solsticio, esa aproximación de luz procedente de lo más íntimo del misterio, sienten perdida la razón y lo dejan todo para, al fin, perecer ahogados. Las nobles hijas de Neptuno conceden ese gesto de amor nada más durante el breve instante que se muestran fuera del agua y jamás se lo ofrecen a hombres con esposa. Muy pobre respuesta cuando el precio si sobreviene el fracaso es la vida y del azar dependen los detalles del envite… Quizás, un día contempló el fenómeno y algo le dice que mañana ya no se repetirá el sueño. A lo mejor, los bríos de galeote que son de su propio ser obligado, justifican una premura indudablemente lógica: pueden obrar a beneficio de esperanza si la ola que ha de encararse concuerda exactamente con la que anticipa el júbilo: durante la fracción de tiempo exacta en la que la luz lo abandona todo a favor de la oscuridad, cumple la vez, es cuando ellas emulan a Venus y Botticelli sonríe desde Florencia.


Luego, confortablemente sentados, ella al volante, tras haber ignorado mis ínfulas de narrador y disfrutando de lo serpenteante del camino, y yo, mirando al mar soñé, que estabas junto a mí… proseguimos.


Tanto o tan poco como para llegar sin apartarnos de la costa y acercarnos a la mar gracias a una plataforma de madera que salvaba los arenales. La mar seguía hermosa, las luces del ocaso disminuían, podía especularse con la posibilidad de una nueva tormenta y la humanidad, digo de los usuarios de ese día y de antes y después, de los que disfrutan de vacaciones y de los que no, también allí con destino para su ocio, son en su mayoría unos guarros. Unos cerdos que parecen incapaces de dejar sus inmundicias en una papelera o llevarlas consigo cuando agotan el préstamo que Madre Natura les concede. Se les llenará, más tarde, la boca de ecologismo, exigirán se retiren las antenas de telefonía que presumen cancerígenas, o bramarán contra el maltrato de animales sin mencionar que dejaron abandonado a su propio perro…


Del “patinador” a remo, o de las sirenas, por cierto, nada de nada.


Como es lógico.

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