miércoles, septiembre 15, 2010

DE UNA TARDE DE DOMINGO CUANDO AÚN ERA VERANO.



Me lo decía un camarero, ocioso como yo, aunque durante su horario de trabajo. Mirábamos el algo revuelto horizonte marino, la arena, sin prisas a esas horas de la tarde del domingo.. “Ya se nota que marchó la parroquia de julio y agosto, pero no hay problema: por fortuna somos autosuficientes… Sí, porque hay que diversificar el negocio.” Nosotros sembramos poriuletano todas las noches, lo regamos bien y, a la mañana siguiente, ya tenemos una nueva cosecha de sillas y mesas de terraza. Las empleamos ese día y, de segunda mano pero con sólo una jornada de uso, las vendemos a otros establecimientos por un precio mucho más barato. Ni los de Ikea nos ganan…”

Luego descubrí que las olivas del aperitivo debían estar bañadas en algún aceite alucinógeno porque sino no se explica que marchara a pie, como Jesucristo sobre las aguas del Tiberiades, hasta la próxima isla de Tabarca.

Ahí, en la isla, tomé una lancha- taxi y quedé a la buena de Dios, apeado seco y con las mismas barbas de siempre, junto a la parada de autobús donde se estaciona el de servicio que tiene parada junto a la puerta de mi lugar de trabajo y estrenar así la temporada.

Como no creo en el síndrome postvacacional ni en otras muchas zarandajas, por eso, por descreído, decline la farsa de manifestarme sicológicamente perjudicado. Así que aguardé dos o tres días a que pasara el vehículo letra “H” correspondiente y para redundar en mi infortunio, los niños, escolares de diverso tamaño e imperio cuya medida se expresa en ruido explosivo, los niños, sí, habían regresado.

Muera Herodes- ya sé que lo está- que no supo acabar su trabajo, muera el Flautista que se llevó a las ratas al abismo, craso error, muera, muera, muera.

Porque es que yo no los soporto. Sí, son encantadores de uno en uno y durante los primeros cinco minutos. Incluso mis sobrinos. Y no te digo nada de los tuyos. Luego crecen y antes de reproducirse ocupan el espacio y maltratan toda oportunidad de existir en paz.

¿Qué no pueden ser amordazados o ir sujetos?

¿Para cuando una ley de sedación de la infancia?

Y los adolescentes. ¿Los adolescentes no podrían llegar a la edad adulta confinados en Marte?

No les soporto en las calles, en los cines, en los bares, en los hipermercados, en los autobuses…
Y lo peor es que, un día cualquiera, absorto en tus somnolencias porque dormiste poco la noche anterior y te crees liberado al circular en el transporte público de turno con pocos seres vivos- lo de humanos ya va será para considerar grados y jerarquías en otra ocasión- o viajeros, sube una madre que tutela a un rubio angelical y simpático, de esos que te cautivan con los ojos y logran que babees.

Pues no, en vez de ensalivar por efectos de la gula caníbal te emocionas, piensas en las cosas hermosas de la vida y cuando te apeas, un hijo puta subido a un ruido- así llamaba un insigne bebedor que conocí a los que deambulan por las calles sobre un vehículo de dos ruedas atronando impunemente- te devuelve al lugar del que nunca debiste partir.

Sea pues que deporten a los niños a las lunas de Saturno y vengan a mí más aceitunas sicodélicas como aquellas de una tarde de domingo cuando todavía era verano.

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