miércoles, febrero 27, 2013

CORRUPCIÓN Y TROPA



CAMINANTES: Ignacio Habrika



Cunde la idea de que los políticos son una casta. Abundan las opiniones que se caracterizan por la interesante idea de liberar a los presos que cumplen condena por tantos y tantos titulares de sillón o poltrona desde el Rey al más insignificante alcalde pedáneo. Y, es probable que, en esos corrillos virtuales donde dicen que se gesta la opinión pública actual, se aceptara la propuesta de aniquilarlos no sin antes haberlos sometido a torturas y afrentas de todo tipo…
No puedo negar que, con sus actos, deshonestos y criminales- los que se van probando- han logrado desacreditarse- los políticos- y atraer sobre sus actos y sus vidas toda suerte de enfurecida demanda. Es cierto, preocupante, grave y producto de tales zozobras que exige inmediata actuación. Pero, ¿ocurrirá? Me temo que no. No se dan las condiciones. Habría que refundar la sociedad entera- que vaya tropa somos (y sálvese quien pueda)- puesto que los mimbres de la misma- de la sociedad- no dan para nada distinto de lo que tenemos. Somos de esa clase de gente abonada a la trampa, a los atajos, a considerar responsables de nuestros males en el pellejo de terceros, desconsiderados con la educación o la cultura- por más que, azuzados por aquellos a quienes ahora conviene, reclamemos el pan y la sal de la excelencia sin reparar en cuanto lo hemos ignorado- dados a aprovecharnos de toda situación y dispuestos a ser ventajistas, sin menoscabo de todos los que hacen el bien sin otro objeto que hacer el bien, que también existen. Habría que ponerse de acuerdo aunque, si no somos capaces de entendernos en una escalera de vecinos, ustedes dirán… Porque se dice que es el sistema, la organización producción y distribución de los recursos, el déficit judicial, las insidias del poder. Y no es que no sea cierto, no es que falten razones para la crítica, para la mejora, no es que haya que desdeñar lo que debe ser exigencia continua, sino que, con todo eso no basta. Al final, es la picota lo que sobresale, toda pulsión demoledora: ni voluntad seria de reforma ni ganas de edificar nuevas estructuras. Reforma de la ciudadanía, desde el menos significado al más importante de los que convivimos en este territorio que aún se llama España. Regeneración, propósito y acto de reiniciar ese trato que debiéramos proporcionarnos los unos a los otros al margen de errores y episodios punibles, que, ni somos perfectos, ni angelitos habitantes de una nube de algodón. Reunión, ahora que la tecnología propicia una comunicación más rápida, no para oficiar otras guerras - o las mismas de siempre-, como suele ser habitual. Para tomar conciencia, hacernos responsables y participar. Participar también en política. Porque, si los políticos actuales son mediocres y sospechosos de todo tipo de abusos y crímenes, no hay que acabar con la política sino promover a ciudadanos capaces, comprometidos, serios y honrados decididos a apuntalar lo mejor de la sociedad y trabajar en la sustitución de lo que no funciona. Y, por empezar por algún sitio, tengo una duda: quienes militan en una formación política cualquiera, digo los que son miembros que pagan sus cuotas aunque carezcan de una posición de mando dentro de ese partido, ¿qué piensan de todo lo que sucede ahora y ha sucedido siempre? ¿Van a seguir admitiendo el deterioro de lo que es un bien general y que se llama DEMOCRACIA? ¿Harán algo desde donde pueden, desde dentro de los partidos para que se terminen de una vez los casos de corrupción infame que airean con regocijo los periódicos?

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