sábado, noviembre 07, 2009

DE LO GRATUITO A LA MISERIA


Un aspecto, no sé si recomendable pero, desde luego, santo y seña de la radio difusión moderna- por lo menos en España- es, no solo la desilusionante posibilidad de conocer la identidad física de sus profesionales, sino el espíritu emprendedor y viajero de las “estrellas” de cada emisora: periódicamente, informativos, magazines y otro tipo de programas hallan sede fuera de sus residencia habitual para aposentarse ocasionalmente en teatros, hoteles, pabellones y salas o salones varios. En todo caso es lo que hay y más vale no lamentarse de que sea así. Va con los tiempos y al galope: los avances tecnológicos propician casi cualquier cosa… Sin embargo, y será que me estoy haciendo viejo, concurrir a una de estas citas, por curiosidad, admiración o respetuoso afecto, es otro lance, propicio para experimentar lo mucho que me molesta la gente. Y no por la gente misma, que lo que se hace en público a público atrae, no. El malestar tiene que ver con la cantidad de impresentables que viene a contaminar lo que siempre hubiera podido ser una celebración más tranquila. Está la señora madre que ocupa sitio con una criatura de teta- apuesta por el sollozo estentóreo más que clara- la otra que, incapaz de acudir, si ha de ser con ellas, a un parque para que las niñas se entretengan, concurre con sus hijas- que terminan entrando y saliendo ya inconformes con todo- o los muchos que necesitan un testimonio gráfico de recuerdo o como trofeo y se plantan donde les place a esos efectos, sin importarles la presencia de quienes están allí nada más que para lo que es aquello: escuchar y, si se puede, contemplar a los hablantes. Y, de los que llegan cuando el aforo delantero del espacio con asientos donde se desarrolla el evento está completo, permaneciendo de pie, estorben o no la legítima llegada de quienes, con plaza porque la hay, se presentan con el solo ánimo de asistir a la convocatoria como Dios manda, ¿qué me dicen?... En fin, otra reprobable cuadrilla egoístamente tarda en apagar sus telefonías, repleta de desaprensivos y dueños del lugar, contra y por encima de quien sea, para dialogar cuando lo que se precisa es silencio, mas interesados en la facha de quienes a todos nos reciben que en aquello que tienen o no que decir. ¿Tienen la culpa los oficiantes? No. ¿Tiene la culpa los que prestan y proporcionan lugar? No. No obstante siempre he pensado que lo gratuito envilece a la masa. Basta anunciar algo que no ha de costar dinero para que la miseria humana se muestre descarnada y constante: como un tropel de jamelgos enloquecidos, como un torrente de ansiosos sin medida, cual el fiel exponente de la animalidad más rancia. Por eso, para estas o cualquier otra convocatorias es mejor disponer de un local con límite de asistencia y cuya entrada suponga un desembolso de dinero por mínimo que este sea. Es algo que disuade enseguida a muchos de estos cabestros de los que ahora hablo. Se confunde servicio público con inexistencia de coste y, en las condiciones de amasijo que supone ofrecer algo GRATIS TOTAL, por lo menos hoy por hoy, se apuesta por el resultado mediocre de esas caravanas de fiestas cuando desde las carrozas se lanzan caramelos- a veces se arrojan con intención de proyectil- y hombres, mujeres, niños y abuelos pugna al modo de Jean Claude Van Dam unos contra otros como si nunca hubieran visto un dulce así… En fin, la próxima vez me quedo en casa.

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