lunes, noviembre 02, 2009

NO DORMIRÁS LA SIESTA EN DÍA DE MALA FIESTA


A las quince horas como a las tres de la mañana: nadie por las calles. Unos comen, otros duermen y, algunos, muy pocos, caminan… Había dormitado un buen rato al cobijo de un buen árbol, uno de aquellos cual el amante de Apolo, Cipariso, hijo de Télefo, descendiente de Heracles, sin hacer caso de lo que le dijeron en la taberna: “Mañana, como los martes: ni te cases, ni te embarques, ni te duermas bajo un ciprés al recostarte. Ya sabes que los que reposan sobre las raíces del árbol más triste, despiertan en el despiste…”. Y se apresuraba por la calle principal del pueblo porque llegaba tarde a casa. Sin embargo, aún presa de los bostezos, fuera por hambre fuera por galbana a pesar de las fechas- que ya acompañaba Don Juan a doña Inés en el sofá- termino a pies juntillas ante la puerta ilustre del cementerio… ¡Claro, lo del despiste!

Pero no. Dos horas después comenzaba a desesperarse… Dos horas o catorce, daba igual: el reloj de pulsera permanecía firme señalando las tres y nadie. Ni un vecino al que preguntar o con el que saldar sus ansias se encontró durante todo ese tiempo. El caso es que, tomara la calle que tomara, como si nunca hubiera vivido allí, finalizaba su camino frente a cualquiera de las otras puertas del cementerio.

Se había perdido.

Esforzado, ingenioso, decidido y, puesto que parecía carne de encantamiento, incapaz de encontrar la salida a ese laberinto de su mente.

Señaló los sitios por donde pasaba como hacen los que no quieren perderse por el bosque en narraciones para chicos. Memorizó los números de los portales y hasta llegó a recitar el nombre de las calles para orientarse mejor. Un esfuerzo de titanes o de locos. Todo para regresar al infortunio, como cuando caes en la casilla de la calavera del juego de la oca.

Al fin, le encontraron sobre el mármol familiar. Aquel bajo el que acostaron a sus padres. Tenía el rostro desfigurado y sanguinolento, y las sospechas de un acto criminal se extendieron entre chicos y mayores por toda la plaza.

El forense, no obstante, dictaminó algo distinto: nadie lo mató: él mismo se dio muerte. Envistiendo la tumba al parecer.

Una opinión que no solía discutirse, todavía los médicos en aquel lugar como los sacerdotes o los boticarios, brujos. Mas a partir de conocerse su suerte, otros, por lo “bajinis”, exponían en todo corrillo donde quisieran oírles la verdad verdadera de sus pesquisas detectivescas: “Si desafías a los males del despiste regresarás a la tierra de la que naciste. Y a éste, monarca de los descreídos, lo ha requerido la parca.”.






1 comentario:

noeli dijo...

Espeluznantemente ingenioso, gracias por ocmpartirlo, un beso fuerte :). Naya