lunes, marzo 27, 2006

VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJES EXPRESIVOS

Este es el principio, pues por algún lugar se empieza a hacer camino. Pero no hay mejor presentación que la que se hace en marcha. Por lo tanto....


VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJES EXPRESIVOS

Es muy probable que el galardón de palabra más hermosa sea otorgado sin el respaldo de un número masivo de pareceres. Existe una convocatoria a tal fin en la página web de ESCUELA DE ESCRITORES y los organizadores consideran plausible el triunfo de un término sin demasiados partidarios a causa de la natural diversificación de gustos o valoraciones. No sé lo que ocurrirá cuando a mediados de abril termine el plazo para votar y, la verdad, no pasa de ser un asunto menor a mis ojos. Sin embargo, me interesa mucho más lo que propuso el poeta Luis García Montero conversando con el escritor Benjamín Prado y la locutora Ana Solanes durante el programa de Radio Nacional de España EL OMBLIGO DE LA LUNA, la misma noche que supe de todo esto. Intervinieron algunos oyentes en el programa para manifestarse a favor de tal o cual voz a propósito de la iniciativa antes dicha y, en un momento dado, Montero comentó lo evocador que podía ser un determinado vocablo y el lugar o lugares a donde nos puede llevar... Si suelo designar un libro como la máquina del tiempo perfecta, la que nos hace viajar ir y venir rememorando épocas y edades e incluso proyectándonos en el futuro, tal vez la palabra, por sí misma, sea el combustible que alimente la maquinaria de ese reloj interior que algunas veces se nos supone y que actuaría además como detonante de un retorno a lo que vivimos, a sus circunstancias y escenarios. Y, pues creo que es así, digo mar y pienso en tres orillas, en arenas diferentes, en vientos, luces, temperaturas, olores, alegrías, desgracias y sucesos de los que no viene al caso relato alguno, porque son del dominio personal y solo atañen, en todo caso, a los que ya se saben depositarios de mi confianza. Y digo mar y pulso fechas y horarios aún con parada y fonda en el recuerdo que me explican. Una de tantas palabras que obrarán en mí del mismo modo, y con las que cuento para el armazón de mi vida al igual que el esqueleto sostiene mi cuerpo mientras la salud sea don que me asista. Porque, bien a causa de esa demencia terrible que tiene nombre de señor alemán- tanto pavor me da que no quiero escribirlo siquiera- o por desidia, puede suceder que este fenómeno a mi juicio precioso y únicamente posible en el ser humano, deje de ser distinción que nos caracteriza. Descuidamos el lenguaje, bien se sabe, y le concedemos cada vez menos importancia al trato que hay que tener con aquello que decimos o ponemos negro sobre blanco. Nos da igual una expresión que otra y esto, a la larga, solo puede ser causa del olvido. Claro que podemos inventarnos lo que una vez fuimos y es parte esencial de lo que somos, pero no sé de qué serviría engañarnos. Quizás por eso, cada vez que digo mar, busco el mar en otros ecos, contrasto los oleajes y de todos esos litorales, de todas aquellas marejadas, sigo señalando la mar que, aunque es de todos, es el mar de mi propio misterio.

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