viernes, marzo 31, 2006

ALGO MÁS QUE COSAS DE CAYUCOS Y PATERAS

Busco un registro lírico y la prosa me contesta con aspereza. Quizás es que lo que sigue puede ser ilustrado a fin de conmover pero ya son horas de soluciones y la palabra me escuece... Tanto como el más poderoso arsenal atómico pueden, quizás no tanto a corto plazo, el fanatismo y la desesperación. Son dos fuerzas que, una vez generadas, darán al traste con todo orden y conciencia pacífica. Los primeros, porque quedan persuadidos de que su meta y bien están más allá de la vida, y obran conforme a intereses que, incluso en el caso de admitirse como legítimos, por la extrema y ciega violencia con la que se demandan, carecen de cualquier otro favor que no sea el manifestado por sus iguales. A estos les llamamos también terroristas. Y los segundos, los que no tiene nada que perder puesto que perdieron la tierra, la familia, el sustento o están a punto de perderlo, son muertos en vida capaces de lo que sea necesario para recobrar su humanidad. A estos, los que llegan burlando burocracias, asaltando cercados, o jugándosela a la ruleta rusa de la mar, les llamamos inmigrantes, extranjeros, negros, moros, “sudacas”, delincuentes, y no paramos de observarles por encima del hombro a no ser que demuestren inmediata notoriedad justificada por un patrimonio considerable o la popularidad que confieren otras circunstancias sociales. Suscitadas estas dos detonaciones, solo el fuego, solo la artillería puede con la artillería. Y, como en aquella película que se llamó JUEGOS DE GUERRA, dónde un artefacto dotado de inteligencia artificial, tras cuantificar todas las combinaciones posibles de conflicto nuclear, se asombra al comprobar que esa “partida” no la gana nadie, TODOS PIERDEN, vendrá a ocurrir o está ocurriendo ya, si consideramos los actos de uno y otro colectivo como apremios de combate, un desenlace de caos y horror en el que es mejor no pensar. Eso sí, pensar y hacer mucho, por el contrario. Pensar y actuar no solo a escala nacional por parte de una región o de un estado, no solo de un continente, sino desde la implicación de todos los hombres y mujeres del planeta representados por sus propios dirigentes. Porque es cierto que, igual que en los departamentos de maternidad de los hospitales no se disponen filtros que vengan a separar al ciudadano que será honesto en el futuro, del delincuente, tampoco valen esas redes en las fronteras ya que nadie viene declarando que va a asesinar al presidente de Estados Unidos- en ese país lo preguntan a pesar de lo absurdo que pueda ser- o cualquier otra cosa parecida. Así pues, desmontado desde el inicio lo que muchos arguyen para reclamar fortalezas en los límites de los estados, queda la compasión por los que llegan, la justicia para lo que hace falta efectividad y dinero, profesionales, disposición ciudadana solo adquirida desde la educación, y el compromiso de los pasajeros de pateras y cayucos, por ejemplo, para acatar las reglas y costumbres de aquellos a los que solicitan pan y tierra. Nada más y nada menos que todo eso y, al igual que es necesario desactivar en sus orígenes el explosivo mortal de los que anteponen su bien a los derechos, dignidad y vida incluso de quienes no les combaten- desde la negociación, el diálogo y la determinación universal para dotarse de leyes que se cumplan- exigir de los gobiernos que deberían tutelar a los que hacen de su tierra amarguísimo adiós y olvido, verdadera defensa de los que fueron nativos de lugares que son hoy fuente de hambre, violencia y enfermedad. Y, si sé que todo esto ya se ha dicho en muchísimas ocasiones, no vale desmayar en la proclama. A ojos vista de lo que sucede todos los días queda claro que triunfa la política del parche: además de lo que cuentan periódicos y noticieros pasa que ni los que nos representan actúan ni sabemos reclamárselo los administrados a fin de, como con tantas cosas, se arbitren verdaderas soluciones.

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