sábado, junio 20, 2009

EL SONIDO DE LA MEMORIA


Acaba de suceder. Se trata de un acontecimiento deportivo, por ejemplo. Digamos, una final. Se aprecia el intenso abatimiento y la creciente euforia se distingue. Los asalariados de la noticia, los peones al servicio de la estrella mediática que, como ratones en laberinto trotan de un lado al otro del estadio, esgrimen las alcachofas de sus micrófonos en busca de un bocado de silabas más o menos inteligibles. Quieren la sabrosa delicia del titular y no tienen intención de detenerse. Cuesta entender que quienes viven la revolución sostenida del triunfo puedan articular otra cosa que no sean arbitrariedades pergeñadas tomando en cuenta el mismo manual de lugares comunes que se emplea cuando ni siquiera el ingenio asiste. Y no digamos nada de los que, por motivos contrarios, experimentan el quebranto y la frustración Pero ellos, los avispados “cazanovedades”, resultan inasequibles a la fatiga. Se empecinan y por aburrimiento ajeno, logran el vómito verbal que corresponda. Probablemente, una vez todos sosegados, conscientes y reconociendo los pormenores de lo sucedido, exista una posibilidad razonable de emitir valoraciones coherentes, pero, el sinsentido se convierte en inevitable rutina y ya… De modo que, he preferido esperar unos días para, asimilado lo que disfruté durante mi estancia en Guadalajara a fin de participar en el Maratón de los Cuentos, poner los detalles y emociones de la fiesta negro sobre blanco y compartirlos cual era mi intención desde un principio. Mejor en reposo, con distancia, elaborando sin exigencias lo que no urge. A la buena sombra del lema regente durante lo que fue decimoctava edición de una cita poco casual: EL SONIDO DE LA MEMORIA… Precisamente, un poco antes de abandonar el Patio de los Leones del Palacio del Infantado, a pesar de las altas temperaturas- a esas horas, en verdad, más que tolerables- el rocío me dijo algo. Eran las ocho de la mañana del domingo catorce de junio y un manto de ilusión, escarcha matutina, me parecieron los asientos o butacas, ahora sin dueño, diseminadas por toda la superficie del recinto. El eco que percibí sonaba a diversión, alegría, ternura, sorpresa, nostalgia. Pasión de gentes con intereses e intenciones distintas, sensibles a unas y no otras propuestas, pero satisfechas de haber pasado horas o unos minutos allí, porque la curiosidad podía suponer tanto un encanto como un encantamiento. Solaz que se produjo en la misma medida sobre un escenario tan bien vestido que resultó casa del cuento y hogar de la fantasía planetaria. La pluralidad de orígenes y de verbos en diversos idiomas vino a ser el testimonio notarial que diera fe de esa vocación sin fronteras. Sin embargo todo se produjo sin rangos ni distingos, como es costumbre en aquellos pagos. Y como el Maratón es un verdadero maratón, todas esas personas encontraron su tiempo, su hora, su luz. Encontramos nuestra voz y la atención de los congregados en ese mismo instante, reunidos y dispuestos a ser tan cómplices como partícipes del estímulo socarrón de terno audaz, de la lección contigua con un abrazo de sabio proceder, de la explicación "ultragaláctica" de las estrellas o de la fabulación santísima de un ANDERSEN o un GRIMM. Porque tengo presentes a la hora de redactar lo que se lee, rostros, expresiones, palabras, identidades, paisajes, ocurrencias, galas, sortilegios, caprichos, melodías, castizas opiniones, florales exponentes y el nombre de una miríada de seres que, durante cada una de las fechas anteriores y, por supuesto, tras esas jornadas mágicas a las que vengo haciendo referencia, viajan, se reúnen y establecen su tenderete de futuro con un único norte: pulsar la fibra sensible alojada en cada uno de nosotros y reproducir con esa nota un mensaje de ventura a quienes, a cambio, saben poner sus cinco sentidos en el empeño de lograr una ALICIA nueva o un “inimaginado” urbanita levitante. Yo regresaré el año que viene, si tengo salud y, seguramente antes de que salga el primer sol del sábado, cuando el Maratón pasa por las primeras horas de flaqueza, suba al escenario pequeño, el del zaguán de Palacio y, con el aroma a té de los que se sirven en los jardines, la reverberación de las músicas de dulzaineros y otros artistas de la calle, la tentación de los libros que no cesa y mantienen viva los libreros, la gracia de los ilustradores que dibujan sin parar, presto para la propia imagen porque habrá que posar para el retratista de turno y que no lo parezca durante la narración, pendiente de la amabilidad de quien reparte una manta si refresca, agradecido por una pieza de fruta o el chocolate con churros del amanecer, temblando como si fuera el primer día, obre como juglar que recita su prosa tal vez entreteniendo, tal vez emocionando, tal vez al apurar la broma, el ingenio o la picardía licencioso. Luego bajaré y prenderán mi camisa con un distintivo de cerámica que, hoy por hoy, es el honor más grande que nadie puede hacerme. Ahora, ya, tan solo, Vistan las piedras milenarias de Guadalajara con entoldados de color azafrán, armen en su imaginación una gran plaza a la que llegan y de la que se van cientos de personas y sientan como laten los corazones de quienes año tras año ponen en pie este otro tinglado antiguo. Gracias.

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