jueves, junio 25, 2009

LA ÚLTIMA PARTIDA


Apretó los dientes. Estiró los brazos hacia delante y se dio un par de palmaditas sobre la frente. Hubiera sido magnífico lo contrario, pero era incapaz: relacionarle con cualquier atisbo de distinción, casi siempre, quedaba para tipos avispados e intensamente imaginativos. Tomó los naipes con la mano izquierda y, sin mirar la combinación de los mismos, con la palma de la mano derecha firmemente apoyada sobre el tapete, dijo:

- Voy con todo lo que tengo. Ni una mano más a la sombra de los que se llenan los bolsillos de macarrones. Ni una más, si la pasta es mía.

Luego, arrojó sus triunfos sobre la mesa y, en pie, descerrajó todo el cargador de su falso móvil, en realidad un revolver camuflado listo para disparar cuatro balas calibre 22, que empuñó al desprenderse de las cartas.

Al fin, remató verbalmente:

- Esta es mi suerte: otros cuatro capullos para el ojal de mi trasero.

Justo ahí, se apagó su estrella. “¡Culo, culo, no trasero!”, vociferaba el director de la película después de un nuevo y muy amargo “corten”. Y todo porque había que repetir la escena. Rodar de nuevo a la hora en la que se cierran los bancos. Uno de esos asuntos de dinero, ya se sabe, que enemista lo comercial con el talento. Sin embargo, los productores avisaron en su día: ni un solo euro más para funerales.

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