domingo, junio 21, 2009

DE MIS AMIGOS


Porque amanece un día de sol sin interposiciones y es riguroso hasta el extremo, como suele suceder en verano, decimos que hace buen tiempo. Nos quejamos del calor, pero admitimos el precio. Llueve sin embargo, el termómetro indica un suave descenso de las temperaturas, dejamos de sudar, descansamos, incluso cambiamos de camisa a la vez que se renueva el aire en nuestros pulmones, y se extiende el rumor: el clima nos es adverso… Somos volubles y antojadizos, queremos el jamón sin matar al cerdo y triunfar al buen tuntún de nuestro ego en toda ocasión. Nos ocurre igual cuando la vida pasa por un episodio de fortuna cuyo conseguidor es objeto de loas y demás prebendas con las que le distinguimos. Son aquellos a los que acabamos por idolatrar, sobre todo, si lo que hacen supone bien que concuerda con lo que deseábamos. Los mismos apeados de los altares y sin empacho sometidos al ultraje mediante el descrédito y la censura. ¿Por qué? Porque niegan nuestros intereses aunque fuera su deber- producto de la misma esencia del trato que tienen con nosotros- pronunciarse en contra. Existió la oportunidad del bien y les concedimos un lugar de privilegio a nuestra vera. Fervientemente concienciados tras apreciar la fuerza de los hechos, fuimos resueltos hasta el colmo y confirmamos la esperanza: ellos merecían ser admitidos en nuestras vidas como quienes cuentan con todo el amor del que disponemos. Así, en la fraterna intimidad, porque elegirles es admitir que les negaremos lo que a otros desde ese mismo supuesto máximo de los afectos. En aras de la comunión definitiva- la que cuenta con los humores de la voluptuosidad como territorio exclusivo- permanecieron cual garantes de lo magnífico y partícipes de todo honor. Sin embargo, cuidado, que no osen desestimar el orden establecido de nuestras apetencias. Atención, no sea que, fruto de su inquebrantable lealtad, armen el “no” que corresponda, precisamente para salvaguardarnos. Porque, ¿qué es un amigo?... Probablemente un familiar, los oportunos compañeros de viaje con quienes nos permitimos el compromiso de la pasión y el sexo, los pares de lo laboral, el ocio, la militancia o la vecindad… ¿Y amistad? ¿Qué significa esa disposición, ese juramento? Amigo es quien tiene amistad y amistad, según se lee en los diccionarios, es confianza y afecto desinteresado entre las personas. El libre deber de donarse porque así nos lo dicta la ilusión mejor entendida: la que se alza aupada por los hechos, creo yo. De este modo un amigo correrá el riesgo de perder su lugar, de perecer si es preciso, para determinar con un “nunca” la verdadera razón de presumir cualquier atisbo de futuro. ¿Saben, pues, los que dicen amistad cuando, en realidad, interpretan lo mejor de los allegados como una forma cortés de vasallaje, que no hay amigos verdaderos- porque o lo son o no cabe hablar de amistad- y que los distinguidos con tal apelativo han de reservarse el gesto decidido y en contra, precisamente por amor? Al menos es lo que yo espero de los que me quieren, de mis amigos.

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