sábado, septiembre 26, 2009

¡SOY RUBIO!


Acaban de solucionarse mis problemas de alopecia…. Bueno, seamos claros, calvicie pura y dura. Por fin presumiré de pelos todo orgulloso de tener una cabellera frondosa y bien engrasada. La verdad es que con los cuatro pelitos- sí, dos- a lo Filemón Pi que nunca he guardado bajo una boina, acudir al tenderete del individuo “manostijeras”, profesional y oficiante de rasurados varios al que acudo desde siempre una vez me instalé en esta ciudad, era del todo innecesario. Más hoy, voluntariamente impulsado a la jarana matutina del sábado en la calle pues me convenía- eludir las tareas hogareñas correspondientes, seguramente zafarrancho de limpieza es una baza que siempre me reservo- regreso triunfante y pavo como pocos.

He de decir que tampoco escapaba con intención de visitar al "jardinero de aterrazados capilares", sin embargo era una excursión bien programada. No hace mucho me enteré de las señas de un “segador de azoteas” con fama de alquimista. Decíase que obraba milagros y además en su poder la fórmula exacta para recuperar la alegría. Como quiera que deseara yo, con unas ansias dignas de mendigante tras un mes de abstinencia forzosa, hacerme un sitio entre los melenudos del mundo- igual no tanto- con todo por ganar, pensé, y sobresaliente en pruebas fracasadas para recuperar mi flequillo, acudir a la cita, la verdad, expectante, era lo que tocaba...

Y ocurrió que, justo antes de sobrepasar el umbral sin cortinajes del “tipi” o patíbulo comercial donde el hombre blanco- y el rojo y el amarillo y el negro también- “perder su cabellera”, otro parroquiano exponía el “arcón de sus meninges” al arte popular y rebosante de afeites- y que lo diga- de “Mike el navaja”. Me sorprendió, eso sí, el atuendo del barbero. Vestía como si se dispusiera a destripar un automóvil y, aún así, no me cupo la menor duda: si, extravagancia, pero tendría una explicación.

Enseguida se puso a la tarea. Apartó mechones del cabello del cliente a la altura de las sienes y luego, con un destornillador, aflojó los tornillos que… ¡sí!, mantenían fijo el cuero cabelludo y enroscado a una base de metal que supuse a su vez fija en el hueso y cubierta del cerebro correspondiente a la persona que continuaba reposando sobre el sillón de operaciones…

Casi grito… Luego, usó aceites repasó engranajes, sustituyó válvulas, ajustó la disposición de algunas piezas y, del mismo modo que hubo empezado, terminó. El tipo pasó a la ducha- debajo de los paños de la barbería solo un tanga- y yo al bar. Era necesario que me emborrachara primero ya que así resultaría anestesiado para recibir sin daño unos implantes similares.

No creo que sea legal, pero, de momento: soy rubio.

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