Algo bajo la tela de su camisa doblegaba la razón en mí. No curiosidad, era urgencia, imperio de ver y tocar. Ganas instintivas de algo festivo que pasara con esa parte de su cuerpo, con toda ella, y sucio y duraderamente mortal.
- ¿Una taza de café?
- Sí, por favor
Regresó con la merienda y al sentarse, por fin, el dulce cráter coronando la voluptuosa cumbre de su barriguita al descubierto porque se le desabrocharon dos botones.
Reía cuando, enseguida, dijo:
- Esto será todo por hoy.
Ya le había hecho las fotos para la revista y, desde entonces, busco ese mismo ombligo en todas las mujeres.
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