sábado, mayo 01, 2010

UNA NOCHE EN EL HOTEL PARADISO





Pareciera Alicante una ciudad vacía a eso de las ocho de la tarde. Escasa circulación, espacio de sobra para caminar y, y no. Aunque llovía durante un interludio entre amenaza y amenaza de tormenta, una pareja de novios buscaba, ¿cura? No lo sé pero, tal maniobra es seguro de alboroto popular: si hay casamiento se da convite y los buitres a las tajadas acuden. Por lo tanto, hubo suerte y al fin, sin contar con los de la “fiestrorra”, público de sobra para llenar el TEATRO PRINCIPAL, buena gente. ¿La cita? Con el HOTEL PARADISO, una propuesta escénica de la compañía alemana de teatro FAMILIE FLÖZ. Y, hora y media después, ¡albricias!: una función magnífica. Aplausos sin reserva, justo clamor e irrefrenable entusiasmo. Esa fue la opinión de quienes agradecíamos el esfuerzo, la demostración de talento, elegancia, lirismo y comicidad por parte de cuatro actores extraordinarios. Tres hombres y una mujer que encarnaron a propios y extraños dueños, empleados, residente s y pasajeros de un pequeño hotel de montaña. Un lugar de vida sencilla donde ocurren cosas, en ocasiones a medio camino de lo mágico, tantas veces acentuando lo sentimental y, nunca, favorables al aburrimiento. Un lugar peculiar expuesto con dos particularidades que de inicio movían a la curiosidad… Para los FAMILIE FLÖZ las máscaras son muy importantes. Por eso aseguran en la tarjeta que se entregó a la entrada antes de comenzar el espectáculo: “Las máscaras son elaboradas especialmente para cada nueva pieza, aunando en ellas el carácter de inspiración, herramienta y producto final.” Y en Hotel Paradiso nunca se ve el rostro de los intérpretes sino ese constante que hace al personaje sin otro matiz posible que el ofrecido por un embozo artesano que es al que se alude. Así, puesto que el espectáculo es- rigurosamente- sin palabras, el artista ha de servirse del resto de su cuerpo, no sólo para componer el personaje, sino para, lejos de la levitación del mimo, hacer lenguaje de la propia dinámica. ¿Y todo para qué? Para darnos una lección de belleza, de precisión, de limpieza, de gusto por las cosas y por como se hacen, por hacer que lo tierno parezca de aceptable tacto y lo cómico diversión y acontecimiento de risa que se disfruta sin despeinarse: en vez de una salva de carcajadas conviene y se percibe el cauce de un rio cristalino y feliz. Todo son detalles, preciosismo, eficacia, concilio y comunión… Sí, porque la historia fluía empapando el patio de butacas enseguida inmerso en la minuciosidad dialogada de un acontecimiento que apelaba a otros lenguajes. Existió complicidad y regocijo, creo, además, por parte de los miembros de la compañía, también los técnicos: sospecho que tan contentos como todos los demás dentro del edificio y eso, que no siempre ocurre, se pudo observar en los rostros satisfechos aunque fatigados de quienes, en verdad, tenían las claves de todo bajo las caretas para ese último momento de los saludos ya olvidadas. En fin, más que recomendable este trabajo y TEATRO, así, con mayúsculas, dosis de arte, de belleza, de gloria. Quien estuvo a mi lado lo postula como a incluir en el programa de escuelas e institutos, y no me parece mal. Sin embargo tengo mis dudas con la marabunta infantil y adolescente. Total, si no suena, a ellos les da algo y si la cara es escultórica, pensarán que es cosa de recién nacidos. Tan tontos les están ustedes criando que se perderán delicias como esta de la que doy cuenta ahora. Por lo tanto, si programan esta obra u otra de la misma compañía, cerca del domicilio donde residan, vayan y déjense de bautizos, comuniones y bodorrios. ¡¡Vayan!!

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