sábado, febrero 07, 2009

EL PRECURSOR



Con mucho respeto y humildad recordando el Savoy

y a José Luís Alvite

 

 

 

Lo recuerdo de aquella velada en el Savoy. Apuraba un Amber Dream mientras Al garabateaba otra de sus ocurrencias sobre una servilleta. Ernie redobló la espesa bruma de esa noche arrojando todo el asfalto de la ciudad sobre mi rostro y no pude evitar un dramático ataque de tos. Al, sin levantar los ojos del laberinto de signos y significados de su capricho, hizo burla de mi y enumeró todas mis flaquezas. Un contrasentido más si se considera mi aspecto. Luego fue Loquasto quien, disculpándose por haberme puesto a las puertas de la cámara de gas, administró unos leves golpes contra mi espalda y dijo señalando la mesa del fondo… “No fumaba, pero al avivarse la brasa de cada uno de sus cigarros el infierno mismo entraba en erupción, muchacho. Mírale… Entonces sí, valía la pena pedir oxigeno directamente en sangre. La consecuencia gaseosa de su conocido vicio obraba como aguja de tatuar a nada que un solo hálito de aquel pestilente mixto suyo, liado en papel higiénico, ensombreciera la faz del designado para conocer su suerte. Igual que la cuchillada del enmascarado que firmaba con Z, el signo de la fatalidad quedaba registrado en toda clase de caretos, hubieran solicitado o no mediante la pulpa de sus labios tal demostración de veracidad. Ese era su trabajo. Por eso le llamaban HAR,  HARBINGER… Y nadie conoció jamás las sinuosidades de su rostro. La diligencia de sus actos, su discreción y ese espeso vaho de olla podrida que enmascaraba todos sus movimientos, hizo que los muchachos se santiguaran antes de cagarse en Dios. Ni los sepultureros mantenían el pulso ante su paso. Tampoco se supo quien le pagaba por marcar el fardo. Porque para él, advertir de la muerte, aún de aquella tan peculiar manera, era cosa de negocios. Dividendos a los que se hacía acreedor al igual que los médicos. También ellos obtienen su bolsa- suman oros en su cuenta corriente y copas en la cafetería-  por ejemplo, cuando salen del quirófano con una hoz en vez de bisturí entre las manos. Portan en esa ocasión una cruz que no necesita de elaborados discursos: llamen al capellán y que se dirija a la habitación correspondiente... Pero, en fin, llegó la ley de alvéolos sin mácula, esa que sólo nos permite enmerdarnos el pecho con aromas de automóvil o calefacción, y HAR  se jubiló. Desde entonces y mientras el Savoy esté abierto, viene a sentarse a la sombra de su sombra ocupando la mesa más apartada para jugar una partida de ajedrez con su cáncer de pulmón.”

 

 

No hay comentarios: