martes, marzo 02, 2010

DE LA LLAVE QUE ABRE UN ESPEJO


Algunos sucesos son inexplicables justo hasta cuando se puede desentrañar el origen y razón de aquello para lo que todo argumento suele ser baldío gasto de palabras. Incluso si se alardea de virtudes inusuales, por no decir raras o tenidas por peligrosas, lo más probable es que la persona o personas que se conducen tan audazmente obren con imprudencia corriendo el riesgo de experimentar sinsabores y amarguras de cuidado. Por eso no se lo contó a nadie. Un día, a la hora de acostarse, fantaseó con la idea de tener una habilidad extraordinaria. Pensó que podía guardar todo lo que deseara dentro de un espejo. Guardarlo y disponer de ello a voluntad. Bastaba con elegir un objeto, conseguir que se reflejara en la luna del mismo y ya está. Luego, en el caso de que la aludida pieza requiriera ser utilizada, con proceder de igual modo pero a la inversa, asunto concluido. Pues bien, al día siguiente, acordándose, por jugar, hizo una prueba y, desde entonces- ten cuidado con lo que sueñes porque puede cumplirse- hace y deshace a voluntad llevando trayendo, ingenioso para las mudanzas y capaz de llevar en el bolsillo, dentro de una de esas polveras femeninas, todo lo necesario para su tarea diaria en el trabajo. Naturalmente evita alarde alguno y, en contra de lo usual en otros superhéroes, actúa clandestinamente.

Así las cosas, tampoco le extrañó demasiado su aparición. Me refiero a la de ella, una mujer desconocida, hermosa, de cabellos revueltos como enmarañada es la corona de serpientes de la Medusa, y cuya seña de identidad o marca relevante estaba visible entre sus manos. Concretamente en la derecha. El dedo corazón de esa extremidad sobresalía del puño, entablillado por lesión que no intencionadamente obsceno. Surgió del espejo del dormitorio un día en el que él hacía limpieza general y devolvía a su sitio los muebles de la estancia. Contó que se hizo una fisura en una de las falanges del dedo antes dicho al intentar atajar mediante la contundencia del imperio físico una rebeldía infantil casera. Pero el golpe “karateka” afectó a una de las puertas y a su propia anatomía. Más tarde, luego de las curas y los arrepentimientos pensando en lo primitiva que había sido, hizo propósito de enmienda conminándose al ejercicio de actividades en verdad reconfortantes tanto para ella como para los demás. Y concluyo que si su lastimado estilete pudo servir cual sable de samurái, espada láser o cuchillo de matarife, merecía la pena que… por ejemplo, facilitara la entrada o salida de lugares a los que la gente necesita acceder o de los que urgiera escapar. En ocasiones esa facultad que empezó a desarrollar porque, como a él le ocurrió, jugaba a hacer reales lo sueños, le servía para curiosear por ahí y, bueno, su llave abrió la puerta de la magia de él presentándose cuando hubo lugar.

Rieron, se hicieron confidencias y hasta hoy, muy amigos en lo secreto. Alguna vez se les ha visto a la sombra de una palmera, él con gafas de sol de cristal plateado, ella ya desentablillado su dedo, a punto de abrir un cofre de piratas, una caja bien disimulada y repleta de joyas del humor que él guardará entre sus ojos porque la memoria de lo alegremente compartido, por raro que sea, es parte de vida, porción y ley de futuro que conviene encontrar cuando se necesita.

Son cosas raras de la vida, sí, seres extraños pero como dicen los gallegos de las brujas, sí que los hay.


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