sábado, mayo 15, 2010

BOTELLÓN FINO Y RECORDATORIOS DE BAUTIZOS, COMUNIÓN Y BODA


Muchos de ellos, no sé cuantos, regresarán a los templos cuando de ceremonias de esponsales o pompas fúnebres se trate. Y, ¿pasa algo? No, que va, otros asuntos son los que de verdad importan. Pero, en estos días, jornadas propicias para la venta de flores y agosto de fotógrafos y operadores de vídeo- es temporada de bautizos, comuniones y bodas- los dichos llenarán los bancos corridos, saludarán al oficiante tras los altares, e incluso tragarán la sagrada forma. Todo vale y nada tiene valor. Y si lo tiene, es relativo, según se mire. ¿Por qué? Los motivos, todos de índole social y tendencia a la representación, son variados pero coincidentes. Al final se bautiza a los niños, reciben la comunión y se casan por la iglesia en edad de avizorar lo que luego será divorcio, porque qué dirán, y, si van a decir, que sea a causa del asombro: ¡cuantos invitados, qué lujo, vaya banquete…! Cuenta la notoriedad y la opulencia a favor de tales supuestos y se mancilla algo tan respetable como la religión. Un compromiso trascendente, para unos más que para otros, asumible o no- por suerte ya no es obligado- que, conlleva unos ritos y el trasfondo de los mismos, defraudados mediante comportamientos y fines propios de quienes se acreditan como profanadores de unas creencias así al servicio de un negocio. Y, lo más triste, es el engaño, la mentira de la que son víctimas los niños. Porque los adultos, por ejemplo, cuando se casan ante uno de esos curas de los que luego se dirán todo tipo de maledicencias añadiéndolos al saco de los pederastas- pues somos tan dados a atribuir podredumbre a todo el cesto de las manzanas cuando por una de ellas, o más, asoma el gusano- digo que, si añade otra impostura a la suma de malos tratos con la vida de los que nos hacemos protagonistas, allá películas. Mas, servirse de la inocencia de una criatura, adiestrada en la fe, que da su palabra al comprometerse, y luego, después del sarao, en tanto se hace balance y recuento de provechos, olvidado de todo lo que al inculcársele fuera santo y seña y a la merced de su propia voluntad, como si el trecho acometido no fuera más que pantomima necesaria, deja de cumplir los preceptos que prometió y no regresa a la casa donde se le recibiera como fiel excepto para el propio casamiento o las oraciones de cuerpo presente, supone parte de la medida de lo que es hoy en día ser padres. Algo abominable a mi juicio. Pero no importa, todo lo que digo no importa. Incluso alguno lo reconoce en privado y se excusa en determinados compromisos ineludibles: la familia, el trabajo, nuestra posición social, qué dirán los vecinos, no vamos a ser nosotros menos, viva la fiesta, etc. No sé siquiera si ponen la X en la declaración de la renta a fin de financiar a la iglesia tan responsable de todo esto como quienes visten a sus niñitos de Almirante y a sus niñas de novia. Porque en las parroquias se sabe que los niños comulgarán una vez y otra el día que den el sí y se pongan los anillos. Lo saben y lo consienten, no sea que sus actividades se resientan, registre un bajón estadístico más el crédito con el que cuentan y definitivamente otros tan santos o tan pecadores como ellos ocupen la atención del ser humano que necesita de Dios como de Santa Bárbara: cuando truena o cuando las Bolsas se desploman… No lo sé, y hay cosas más importantes, pero puesto que hemos hecho de la vida un circo, no el bueno de Ángel Cristo domador con sus leones, sino la opereta de callejón sucia y complicada como lo fue la vida privada de quien llamándose como se llamó derivó en demonio, ¡viva y muera el espectáculo! ¡Acabe la juerga que ya vendrán los barrenderos! Como en todo buen botellón.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Tres intiresno, gracias