"Recuerdo un titular de una envergadura
que nunca antes ni después he visto:
me desintegra aquel amor exagerado".
Silvio Rodriguez.
Ser profeta en tierra propia, muchacho, triunfar en casa, salvo si se recibió el abrazo de La Escolanía, es como pretender virilidad en un eunuco. Y te apuesto doble contra sencillo, óyeme. No hay sala de conciertos cuya programación responda a criterios de negocio distintos de los impuestos por Don Director, tú lo sabes. Las orquestas, bandas y solistas de renombre próximos a encontrar plaza en El Corredor de la Clásica, nunca dan un paso sin ponerse al habla con quien ellos saben pues, de lo contrario, incluso un ruiseñor afónico lograría contratarse con derecho a prórroga. Las galas se reparten de este modo y, como no faltan los audaces e insensatos dispuestos a dar la batalla sin reparar en la talla del enemigo, al final los lamentos truenan. La leyenda de David y Goliat confunde todavía a muchos, mas, basta una declaración de la Soprano, así llaman a la diva preferida del Don, y, limpiamente, sin amenazas ni puños de acero, actuaciones clausuradas. Plácido Sabatino y los advenedizos de "La Bajada" supieron de su ponzoñosa e implacable "Aria de la Lisonja", marca registrada de la Soprano, cuando el tenor iniciaba su carrera. ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas de aquel finísimo recitado? Ella intervino en la radio local unas fechas antes del primero de los recitales de Sabatino, con motivo de una tertulia, y dijo: "Plácido Sabatino hace olvidar, con cada gorgorito de los empleados mientras calienta la voz, lo que supuso para la historia de la ópera Caruzzo"... ¡Es desintegrante! Nadie puede resistirse a un elogio así. Nadie. Y de inmediato cancelaron las audiciones previstas.
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