domingo, diciembre 31, 2006

ESTAMPAS DE NAVIDAD


Una plaza de cuyo valor urbano habría mucho que decir a pesar de los edificios que se alzan en la misma. Una plaza sin alarde ornamental de luces en lo concerniente a la festividad que de cada veinticuatro de diciembre a seis de enero, persuadidos por la fe o sin atender a otra cosa distinta del gusto por la francachela, celebramos: ¿es escenario navideño o puede serlo en igual medida que aquellos otros lugares a menudo revestidos del empaque usual en estas fechas?

¿Son ciertos esos “alpinistas” rollizos de casaca roja que trepan por las paredes de tantos edificios? ¿Cada uno de ellos encarna al verdadero Papá Noel o, consecuentemente con la oleada de rateros interesados en los hitos de suntuosidad que han surgido con la proliferación de urbanizaciones sitas en no importa qué lugar, lo que se espera de regreso a casa por Navidad es, no el familiar añorado, ni el amor preferido, ni el turrón EL ALMENDRO, sino una “simpática” brigada de albano- cosovares dispuestos a dar el golpe caiga quien caiga?

Queman un “nacimiento” hasta hoy a la vista sin necesidad de barreras de seguridad ni guardias, instalado a las puertas de una de las iglesias más céntricas de la ciudad año tras año durante estas fechas, y no pasa nada. Total, o son jovenzuelos poseídos por el mal de la hamburguesa o caballeros “antisistema”, celebrados artífices del bien siempre que se circunscriba a las pautas de identidad y programa por ellos postuladas.

Con la llegada del Euro se encarecieron los productos a la venta y los servicios, sin que los salarios recibieran idéntico impulso. Es algo que todo el mundo está dispuesto a declarar frente a una cámara de televisión en el mercado que fuere. Sin embargo, ni se dejan de comprar las carísimas viviendas ofertadas por la “industria del ladrillo” , ni el precio de los combustibles disuade de su uso a los propietarios de automóviles, ni el alza de los precios que como cada año se producen a uno de enero, sirve para moderar el consumo en este agosto de diciembre. ¿Será el influjo de lo entrañable?

A veinticuatro de diciembre constato que lo mejor de una noche en la que se pregona el valor de la familia, cuando el pretexto de la reunión anual sirve para otra réplica de las bacanales de toda la vida, es advertir que soy un individuo dado a “espatarrarse” cual fémina espatarrada, certeza que observa mi sobrino Daniel y al que rindo homenaje en estas líneas, y no me parece mal.

No he hecho acopio de ninguno de esos brebajes afrodisíacos tan repetidos durante las emisiones de publicidad en televisión. Ni oleré cual ha de hacerlo el distinguido, ni el seductor, ni el moderno, ni el progresista, ni lograré el deseado triunfo proporcionando generosamente alguna de esas pócimas a quienes frecuento o desearía frecuentar. Ser refractario a los anuncios me relega a la impopularidad.

Observo la ciudad desde la distancia. Un grupo de ciclistas avanzan alejándose y uno de ellos, seguramente el más extrovertido, no digo yo que víctima de estimulante prohibido alguno, luce una peluca de esas tan propias a la venta en casetas de feria. Es una nota de color, un distintivo amable, de los que invita a la sonrisa. ¿Hace falta que nieve cuando el día es brumoso y apacible?
Me dicen que me esperan unos buenos Reyes Magos. Es que recibiré una visita queridísima. Mas, cuando respondo que he de hacerme monárquico, ¿no hago mal teniendo en cuenta lo mucho que se lleva ser republicano?

ETA pone una bomba en los estacionamientos de la Terminal T4 del aeropuerto de Madrid Barajas el día treinta de diciembre y las sonrisas festivas de quienes son dignos y visten su inteligencia y su sensibilidad por donde se debe se congela. Se congela la de los optimistas como el presidente Zapatero. Se congela la de los que alertaban de la insensatez que supone conceder crédito alguno a una banda de asesinos incapaces de otra ocupación en la vida cual no sea la de matar. Se congela el reloj de la Puerta del Sol: ¿quién prestará su aliento para ofrecer calor a la cansada maquinaria del tiempo?

Pero mañana a la hora de comer los saltos de esquí que dan en la 2 nos reconcilian con lo cotidiano.


NOTA ADICIONAL: A veces las peladillas que se toman en Navidad, salen amargas.

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