miércoles, diciembre 05, 2007

MUCHACHA Y GUITARRAS


Muchacha y guitarras


por Javier Munguía

En aquel entonces yo tenía 16 años y quería sobre todas las cosas llegar a ser cantautor. En aras de conseguirlo fue que me inscribí a un curso de guitarra de verano que ofrecía, a muy bajo precio, una institución de gobierno. La conocí ahí. No recuerdo si me remeció la primera vez que la vi: tenía los cabellos negros y lacios y un nombre exótico: Sené. Debió haber sido, en todo caso, la segunda o la tercera cuando le encontré un admirable parecido con una cantante que me gustaba. Entonces empecé a encontrar admirables también sus pechos y sus piernas; encontré admirable la manera en que tocaba el círculo de do, la manera en que se sentaba, la manera en que no me miraba, la manera que tenía de no darse cuenta de que yo me sentaba tras ella para mirarla.


En dos palabras, me enamoré. Durante la mañana la veía en el curso, mientras que por la tarde imaginaba la manera en que, al día siguiente, me acercaría, le hablaría de ella, de mí, de ese nosotros que estaba todo por hacerse y esperando. Siempre me arrepentía cuando estaba a punto de, Sené, ¿puedo hablar contigo?, llamarla; de, Sené, qué bien luces hoy, decirle alguna de esas tonterías que se me ocurrían por las tardes.


Una vez estuve a punto de hablarle. Nos pusieron a ensayar en grupos el círculo de re, que tenía cierta dificultad, pues hacía falta oprimir todo un traste con un dedo. Sené se sentó ensayar a sola, esperando, quizá, que yo le pidiera que ensayáramos juntos. Había extendido el brazo hacia ella, estaba a punto de preguntar, Sené, ¿podemos ensayar juntos? (entonces ella sabría de mi interés, sabe mi nombre, me ha llamado Sené, y me diría que por supuesto, que ensayáramos, que yo lo hacía muy bien), cuando llegó César y la llamó despreocupadamente y se sentó con ella, y yo me quedé con la mano extendida y una gallina perniabierta atravesada en el cogote. Me dio rabia porque, según yo, eso solo pasaba en las telenovelas. César era un tipo que había entrado a destiempo al curso; al parecer, Sené y él se conocían, pero a ella no le caía ni pizquita de bien, al menos eso interpreté cuando Sené lo saludó con un beso en la mejilla, el primer día que asistió, y se desatendió de él para seguir ensayando su círculo de fa, dificilísimo. Ahora el tipo me estaba robando la oportunidad de hablarle. Nunca más volví a animarme a hacerlo, a pesar de que una vez la descubrí volviendo el rostro para mirar a los compañeros a los que el profesor les aplaudía sus avances, les daba consejos, excepto a mí, lo cual era signo inequívoco de interés.


En otra ocasión, días después, poco antes de que terminara el curso (luego del cual no volvería a saber más de Sené), la muchacha me habló: me preguntó la hora. Diez diecinueve, recuerdo perfectamente que le dije. Ella dijo: gracias. Yo dije, y nada más: de nada.



No hay comentarios: