lunes, enero 19, 2009

LEYENDA URBANA Nº 7


Entre los profesionales de la sicología, cuando se menciona la influencia emocional de los colores en el espíritu humano, negar la evidencia es inaceptable. Algo bien estudiado y de comprobación sencilla, por cierto. Sin embargo, los “hijos” de Wilhem Wundt son nada más un colectivo entre otros igualmente informados y al tanto de las teorías antes dichas. Sin ir más lejos, especialistas de gremios mercantiles, los que intervienen en el mundo del comercio por ir a lo que nos interesa, promocionan con éxito, dentro de la industria del automóvil, una determinada gama de tonalidades en lo que al aspecto exterior del coche se refiere. ¿Por qué? Porque generan apetitos competitivos inmediatos, necesarios, según se dice, para lograr el triunfo en una sociedad de consumo que se aprecia conforme prevalece la igualdad TANTO TIENES TANTO VALES. Ya ocurre con los chicos, alguno de ellos involuntario candidato que se postula como receptor de desafortunadísimas lesiones, consideradas al fin “efecto colateral” del sistema. La semilla del imperativo mercantil así lo exige y las contingencias que vienen aparejadas no son sino la excepción que confirma la regla. Se sabe que muchos de esos chavales, todavía inexpertos porque solo saben de la compra por mediación de sus mayores, entretienen parte del tiempo de obligado tránsito entre los centros escolares y sus domicilios, ocupados en un juego de contacto físico para el que no se necesitan grandes espacios. Es un recreo consistente en elegir un color de entre la gama que triunfa para la pigmentación de chapas de turismos y todoterrenos, y esperar: Cuando circula un auto o aparece estacionado y resulta ser de la irisación que quiso adjudicarse uno cualquiera de de los participantes, éste, se hace acreedor a una lluvia de collejas. Los más listos claman enseguida por hacerse con el blanco o con el gris, los dos matices que predominan como tinte de fábrica para la automoción universal y obran como buenos y avispados consumidores del futuro siempre atentos a lo mejor. Los que pierden esa oportunidad, a veces, son cosidos a hostias y renombrados partícipes de un rito iniciático para el que reclamarán comprensión casi todos los pedagogos modernos y terapeutas emergentes. Vamos, como la vida misma.

 

 

1 comentario:

Noelia A dijo...

Antes el consumismo formaba parte de la vida, ahora la vida forma parte del consumismo. Muy bueno. A propósito, no dejes de leer este libro: La caverna, Saramago. Quizá hayas tenido ya oportunidad de leerlo. Es una ácida crítica a la manera en que vivimos, sin darnos cuenta, hasta la coronilla de actitudes adquiridas del entonrno publicitario.