lunes, enero 01, 2007

DESPROPÓSITOS DE AÑO NUEVO


Quizás antes de las doce campanadas con las que finaliza cada año, durante las mismas o poco después, habrá surgido lo que se conoce como Propósitos de Año nuevo: listas de tareas o compromisos personales que debieran hacer mejor la vida de quienes las asumen dispuestos a ser consecuente con los dichos. Se comentarán en prensa, radio y televisión las novedades o su ausencia, en cuanto a esta modalidad de capricho humano y luego, no antes del quince de enero, lo designado como la cuesta de este mes triunfará en mentideros y cenáculos sin oposición ninguna. Mas, ¿para qué empeñarse en enumerar aquello que ya sabemos es necesario incorporar a nuestras vidas en tanto en cuanto desistiremos del empeño de llevar a cabo lo que hasta ahora hemos aplazado, inventando como sabemos que vamos a inventar mil excusas? ¿No sería más práctico exigirnos el desatino, la barbaridad, puesto que si prometemos darnos a la tontería tal vez encontraríamos en nuestra propia incapacidad para hacer frente a todo tipo de admoniciones un resultado de excelencia por defecto?... No lo sé, releo la pregunta y me parece una proposición de Murphy. Sin embargo, he aquí que declaro: mi disposición absoluta a recrudecer las hasta la fecha opiniones ciertamente críticas con todo lo concerniente a los políticos y el gobierno o gobiernos de turno, con dureza insultante; merecen sobredosis de buenos palos y abundancia de “garrote y tentetieso”. Me mofaré más a menudo de mis semejantes: a mí alrededor sólo la bobada gratuita prolifera. Desde este mismo momento mi Biblia serán los programas, emisiones o publicaciones apologistas de lo que se conoce como opinión rosa: el cotilleo malencarado y fraudulento. Si puedo actuar de la manera más antisocial posible, lo haré: la corrupción y la estafa tendrán conmigo larga vida. Figuraré a la cabeza de todos los disturbios urbanos, sea por vandalismo, antisistema o puras ganas de hacer daño. La premisa “primero yo, luego yo y siempre yo”, se convertirá en santo y seña de todas mis relaciones: ni en familia, ni sentimentalmente, ni por amistad, ni en el bar cederé una sola parte de mis privilegios; todo lo más acrecentarlos. Toda colaboración que se me solicite será cumplimentada mediante el previo pago de unos exorbitantes emolumentos: hermanos, no primos dicen que se dijo. Al igual que el que se mueve no sale en la foto, todo sospechoso tiene en mí, a partir de este inicio de año, al retratista soplón más abyecto; quien no dudará en delatar a los que fuman donde no se permite- aunque no sea cierto- a los que se atiborran de hamburguesas, a los que proclaman la bondad de “la Fiesta”, a los proclives a dilapidar el agua y a los calvos, a los gordos barbudos o de pelo encanecido hasta la albura e irredentos militantes contra el teñido de cabello, la moda y la cosmética… En fin que voy a ser tan malo malísimo que yo mismo me daré miedo… Todo esto así, o no. Porque tampoco debería conducir al asombro descubrir a un canalla tras ese aspecto venerable del que presumo, a un impresentable de tomo y lomo, a un sinvergüenza sin fronteras, y comprobar la facilidad mía para corresponder a lo anteriormente manifestado punto por punto. ¿Quién se conoce del todo? ¿Acaso no se dice del vecino traficante de armas, pederasta o concejal de urbanismo que parecía una bellísima persona? La cuestión es que, hasta el final de este dos mil siete, cuando hagamos balance de lo hecho y de lo nunca principiado, se desconocerá qué género de individuo soy y de qué clase. Y me pregunto, ¿puedo invocar la presunción de inocencia?

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