Lo leí ayer y no interpuse tiempo. Inmediatamente solicité a su autora el permiso para añadirlo a esta colección que es ALASALAMAR EN ORIENTE. Es un texto magnífico, armonioso, transparente, evocador y sin una palabra de más. Y como abundar en explicaciones es aplazar sin necesidad lo que verdaderamente importa, que es la lectura, unos datos estos sí imprescindibles. Lo que se leerá a continuación es un original de María del Carmen Guzmán residente en Málaga, España. Escribe cuentos, poemas y tiene una novela empezada. Es usuaria de Internet e interviene con los seudónimos, Galatea, Dulcinea2002, margarita-zamudio y Acuariana… Así pues:
LA VELETA DE LA IGLESIA
Por María del Carmen Guzmán
En mi pueblo, como en todos los pueblos de España, hay una iglesia. En la iglesia hay una torre y en la torre una veleta. Esa veleta es el único medio que tenían antiguamente los campesinos para saber de dónde venía el viento bienhechor que traía lluvia para los campos. Si estaba quieta, la gente salía de excursión los domingos, después de Misa, claro, porque si no, el cura se enfadaba. Si la veleta bailaba como enloquecida la danza de los derviches, las amas de casa recogían la ropa tendida, los hombres abandonaban los sembrados y la maestra mandaba a los niños a sus casas, y es que venía el granizo, la tormenta y los árboles desgajados por el viento.
La veleta era el oráculo, el hombre del tiempo y la televisión. Con la forma de un águila real forjada en hierro por las manos de un artista inédito, la veleta era un símbolo. Formaba conjunto a la diestra de la Cruz que coronaba la torre, como el Buen Ladrón del Evangelio, pues a la izquierda, como el otro ladrón, había un pararrayos por el que se metió un día la furia de un Dios vengador haciendo retemblar el suelo del pueblo.
La veleta persiste. Aún sigue encaramada en las alturas donde ya no anidan las cigüeñas porque los niños modernos no creen en ellas. El tiempo y las lluvias la han enmohecido, porque nadie aprecia su cometido obsoleto. Pero no todo el mundo la olvidó. Cada vez que voy a mi pueblo no puedo evitar que las lágrimas de la nostalgia mojen mi rostro cuando la contemplo.
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