EN EL CESTO DE LAS MANZANAS
Allá van ellas y ellos. Aquellas con sus espadas de madera dándole estocadas al asfalto, con sus garfios de Capitán y lágrimas de cocodrilo que se lo come- a Garfio, el capitán- con sus agujas de coser el camino- puntada derecha, puntada izquierda- sean de marca o del montón de “todo a cien”. Y ellos, digo, como Sarkocy, el presidente y nuevo Napoleón francés, con cuñas de madera de tabla de pino de la pinada y el arenal que perecieron porque la nueva industria del ladrillo- que ahora se tambalea- impuso su imperio de grúas y metal contra la razón natural del paisaje. Todos así y declarando, más cuanto mayor es la medida de los tacones, que son bajitos. Que son diminutos, minúsculos, imperceptibles, nimios, exiguos, cortos. De estatura menor a “ese”, si aceptamos que valga la conocida nomenclatura anglosajona impresa en las etiquetas y propia de la ropa fabricada en serie. Voceros de mercado, de feria, pregoneros de lo que desean ocultar y a todas luces muestran a cada paso que dan por las calles. Y les pasa a todos cuantos ponen una prótesis en su vida. Porque los que acuden a esa solución urgidos por la enfermedad o el accidente de nada alardean. Aspiran a una vida normal. Sin embargo quien reclama la intervención de un especialista para que moldee su culo, infle sus mamas, apergamine su semblante, o reniegue de sus rasgos faciales como se abomina de una obra cubista, pues es indispensable que tales cambios se conozcan, que lo invertido se amortice también mediante el “éxito y el aplauso inmediato”- homenaje a las Cartas de Color de Les Luthiers- han de enseñar lo recién adquirido precisamente para certificar la nueva realidad. Que cesen las insinuaciones, las miradas, y se repliegue la felonía en el dedo acusador. Que se abran las puertas del paraíso- sin tetas reza el título de una teleserie de éxito, no lo hay- y quienes se reprueban a sí mismos, los descontentos con lo propio porque no alcanza la medida de lo popularmente triunfante, gracias a la ortopedia, vayan todos reunidos a la cesta de las manzanas ricas, lustrosas y apetitosas manzanas. Manzanas reinetas, golden delicious, cameo, spur, verde doncella o starking. Pero manzanas falsas o manzanas de cuento, como la de Blancanieves, manzanas envenenadas, con gusano… Pero todo esto son nimiedades cuando un delincuente sexual, doblemente condenado, sigue a su aire, libre, y mata y la muerta es una niña y destroza la vida familiar de la misma y la portavoz del gobierno aparece solemne ante los periodistas para declarar que el sistema no puede permitirse fallos como el que se produjo para que las cosas sean como, lamentablemente, han sido, y la vida continua sin que se conmuevan los cimientos de la misma existencia de los señores legisladores y de los señores jueces que lo saldan todo con una declaración más o menos bien entonada. Eso y nada más eso. Está mal. Mal, y, ¿soluciones? Pero este es otro cesto de las manzanas, con otros gusanos. El gusano de la ineficacia, el de los que engolan el gesto para señalar lo obvio y lo hacen, el de los que presentándose como servidores y representantes del pueblo usan el implante de la desidia, del interés de clase para jugar a su juego y proclamar exactamente eso que se le pasa a usted por la cabeza ahora.
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