jueves, mayo 22, 2008

EN EL CÍRCULO PRIMERO

No me atreví, lo confieso: temblaba horrorizado imaginándome la rampante atrocidad del castigo, el paulatino ensañamiento con los reos, la terrible ejecución de una condena dentro de la más despiadada de las cárceles. Dante y Virgilio, sí, descendieron desde este lugar en el que continúo atrapado. Estancia cruel dónde los paganos e idólatras, cuyas existencias transcurrieron conforme a la dignidad de los principios justos, aguardan un dictamen que esclarezca su destino. La suerte que también me concierne y es lance que atañe a quienes fallecieron carentes de la gracia bautismal... Pero insisto, ángel y poeta, prosiguieron su marcha, esa es la verdad, y supieron del Infierno, de sus horrores y sus causas, y, ya de vuelta, tras conocer las lindes del Paraíso, obró el autor con mano firme para dar a conocer al mundo LA DIVINA COMEDIA.


Sin embargo, no lo contó todo. Yo lo sé. Por ejemplo, olvidó mencionar el tormento preferido de entre los que elige Minos cuando se trata de casos como los que se registran en el Segundo Círculo. Es cuando sobreviene una pavura sin embargo centelleante. Y, a pesar de todo, el suplicio eficaz y consecuente que merecieron los aupados en su propio atractivo, los que usaron de los triunfos de su carne para mancillar el honor de las personas y sus sentimientos, o actuaron egoístamente en nombre del amor hasta el punto de negarlo por medio del crimen. Porque, a los pérfidamente lujuriosos; a los que toman y dejan a sus semejantes sin atención ni respeto; a la chusma, convictos e inculpados de barbarie sexual contra terceros; a los que arrebatan la vida de sus amores y amantes, precisamente en nombre de la sagrada pasión que dijeron sentir, en verdad forma enmascarada de un proceder inadmisible, les espera la gala que tentará sus apetitos, el anzuelo caramelizado y, por ser así, la más macabra de las sorpresas: voluptuosa e irresistible cual el canto de las sirenas, en celo y notoria, de acuerdo a las preferencias de los que se hicieron acreedores a la plaza de tortura que allí les retiene, la fascinación latente en cuerpo vivo. Una criatura que se presenta sin melindres, dispuesta a ofrecerse en plenitud y, desde esa grandeza ni siquiera superada por Venus, les propone el beso eterno. Ósculo que, lejos de ser la paz de los benditos, no por ello se parece a la ruda efusión en los traicioneros labios de Judas. Caricia proporcionada para experimentar el más alocado ayuntamiento de las bocas, mordisco enardecido en pos del goce sin pausa, delirio quizás solo al alcance de los que observan el mundo desde la misma residencia de los dioses. Y es así, al principio. Pero, del mismo modo que una crecida torrencial hace olvidar al río, enseguida se envenenan los gestos y la melosísima danza de labios y bocas hasta ese momento sucedida, es origen de un caldo de cultivo en el que proliferan gusanos y otros horribles insectos cuyo paladar- mezcla repugnante de la sazón de los más asquerosos excrementos con el gusto de la hiel y el azufre- es sabor que no cesa.

Sin embargo esto no es nada con lo que nos espera. Digo a los de aquí, a los de este espacio, casa primera o círculo al que se llamó también el Limbo, que será tragado por la historia- arrastrando al olvido a todos los que lo habitamos- según deseo de los teólogos y del Papa. A tantos hombres y mujeres que ni somos muertos, ni somos vivos, ni somos mitad y mitad. Seres que se han de repetir por los siglos de los siglos y, ahora, obligados a multiplicarnos hasta el hartazgo, tal vez en la esperanza de alcanzar una concentración de energía que explosione al cabo. Sí, que se produzca una deflagración al fin, aunque los signos de su percusión equivalgan tan solo al murmullo de una burbujita en medio del universo. Que estalle por nuestro bien, desconfiando como desconfiamos de la misericordia de Dios, favor al que nos han encomendado: puesto que, nunca es de otro modo y al clamor originado para demandarla corresponden los sonidos de la ausencia, de perdidos a la nada.

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