LA CRISIS LLEGA A LOS MENDIGOS
FARO DE VIGO 6 de mayo de 2008
Por Anxel Vence
Juzgan estos días en Valencia a un mendigo acusado de ultimar a otro de una cuchillada para arrebatarle el puesto en el que pedía limosna a la puerta de una iglesia. Anécdotas como estas ilustran mucho mejor que las grandes cifras de la macroeconomía el verdadero alcance de la crisis que está llegando. Ya no sólo son poderosas multinacionales las que se pelean por quitarle cuota de mercado a la competencia. También han empezado a hacerlo -y con el mismo instinto homicida, por lo que se ve- los pedigüeños que acaso representen el más modesto escalón de la economía y las finanzas. Si un puesto de limosneo empieza a cotizarse a esos cruentos niveles, más vale no pensar en el valor que tendrá de aquí a poco un puesto de trabajo. (Suponiendo, claro está, que se cumplan los aciagos pronósticos de desempleo que algunos cenizos auguran tras la caída del imperio del ladrillo).Cierto es que no todos comparten esos temores a la crisis, la desaceleración, el fallo en el embrague financiero o como quiera llamársele. En realidad, el optimismo y el pesimismo se dividen a partes iguales entre la población. Los optimistas son aquellos que temen acabar rebuscando comida en los basureros si la situación se pone tan fea como dicen. Los pesimistas son los que se preguntan si habrá comida para todos entre la basura. Ambas hipótesis responden a la pura exageración, como es natural. No obstante, hay datos que invitan a considerar la posibilidad de que la ruina -antes patrimonio de los ricos- se esté democratizando. La bancarrota, que tradicionalmente fue un privilegio exclusivo de las empresas, se ha puesto ahora al alcance de las familias y particulares en general, aunque el derecho a arruinarse no figure entre los reconocidos por la Constitución. Da fe de ello el Instituto Nacional de Estadística, que en su último arqueo contable calcula que se ha triplicado el número de familias españolas en quiebra o suspensión de pagos (ahora llamada "concurso de acreedores"). Bien es verdad que la cifra total de 66 arruinados durante el primer trimestre parece pequeña y hasta irrisoria; pero ya se sabe que todo lo malo tiende a empeorar exponencialmente según las implacables leyes de Murphy. Coser y quebrar, todo es empezar. No es esa, por fortuna, la percepción de los gallegos que -en esta como en tantas otras cuestiones- tendemos a ir a la contra. Aunque un cuarenta por ciento de los encuestados por la Xunta ve con pesimismo la situación económica, sólo uno de cada cinco confiesa que a su bolsillo particular le vayan "mal" las cosas. Bien al contrario, el ochenta por ciento considera que el estado de sus finanzas domésticas es "bueno" o como mucho "regular". Se conoce que en esto seguimos la célebre teoría de Ronald Reagan según la cual: "Una crisis es cuando tu vecino se queda sin empleo y una recesión cuando eres tú el que se queda en paro". Está claro que, al menos de momento, la crisis en Galicia es cosa del vecino. Algo parecido podría decirse de España en general, aunque en este caso no dispongamos de encuestas tan detalladas. Basta oler el humo de los miles de toneladas de carburante a 200 pesetas el litro que los españoles quemaron para atravesar el puente sobre las aguas laborales del Primero de Mayo y fácil será deducir que aquí nadie levanta el pie del acelerador del consumo. Motivos no le faltan, por tanto, al Gobierno, para negar que en España haya crisis o siquiera esa "desaceleración" de la que hablan con inmodestia Zapatero y sus ministros.Aun así, casos como el de ese mendigo de Valencia que apuñaló a un competidor para hacerse con su tienda de limosnas debieran invitar a la meditación. Cuando la competencia alcanza niveles tan extremos incluso en el gremio marginal de los mendicantes, mucho es de temer que la desaceleración se esté acelerando más de lo que las apariencias sugieren. Y lo mismo se nos para el coche.
FARO DE VIGO 6 de mayo de 2008
Por Anxel Vence
Juzgan estos días en Valencia a un mendigo acusado de ultimar a otro de una cuchillada para arrebatarle el puesto en el que pedía limosna a la puerta de una iglesia. Anécdotas como estas ilustran mucho mejor que las grandes cifras de la macroeconomía el verdadero alcance de la crisis que está llegando. Ya no sólo son poderosas multinacionales las que se pelean por quitarle cuota de mercado a la competencia. También han empezado a hacerlo -y con el mismo instinto homicida, por lo que se ve- los pedigüeños que acaso representen el más modesto escalón de la economía y las finanzas. Si un puesto de limosneo empieza a cotizarse a esos cruentos niveles, más vale no pensar en el valor que tendrá de aquí a poco un puesto de trabajo. (Suponiendo, claro está, que se cumplan los aciagos pronósticos de desempleo que algunos cenizos auguran tras la caída del imperio del ladrillo).Cierto es que no todos comparten esos temores a la crisis, la desaceleración, el fallo en el embrague financiero o como quiera llamársele. En realidad, el optimismo y el pesimismo se dividen a partes iguales entre la población. Los optimistas son aquellos que temen acabar rebuscando comida en los basureros si la situación se pone tan fea como dicen. Los pesimistas son los que se preguntan si habrá comida para todos entre la basura. Ambas hipótesis responden a la pura exageración, como es natural. No obstante, hay datos que invitan a considerar la posibilidad de que la ruina -antes patrimonio de los ricos- se esté democratizando. La bancarrota, que tradicionalmente fue un privilegio exclusivo de las empresas, se ha puesto ahora al alcance de las familias y particulares en general, aunque el derecho a arruinarse no figure entre los reconocidos por la Constitución. Da fe de ello el Instituto Nacional de Estadística, que en su último arqueo contable calcula que se ha triplicado el número de familias españolas en quiebra o suspensión de pagos (ahora llamada "concurso de acreedores"). Bien es verdad que la cifra total de 66 arruinados durante el primer trimestre parece pequeña y hasta irrisoria; pero ya se sabe que todo lo malo tiende a empeorar exponencialmente según las implacables leyes de Murphy. Coser y quebrar, todo es empezar. No es esa, por fortuna, la percepción de los gallegos que -en esta como en tantas otras cuestiones- tendemos a ir a la contra. Aunque un cuarenta por ciento de los encuestados por la Xunta ve con pesimismo la situación económica, sólo uno de cada cinco confiesa que a su bolsillo particular le vayan "mal" las cosas. Bien al contrario, el ochenta por ciento considera que el estado de sus finanzas domésticas es "bueno" o como mucho "regular". Se conoce que en esto seguimos la célebre teoría de Ronald Reagan según la cual: "Una crisis es cuando tu vecino se queda sin empleo y una recesión cuando eres tú el que se queda en paro". Está claro que, al menos de momento, la crisis en Galicia es cosa del vecino. Algo parecido podría decirse de España en general, aunque en este caso no dispongamos de encuestas tan detalladas. Basta oler el humo de los miles de toneladas de carburante a 200 pesetas el litro que los españoles quemaron para atravesar el puente sobre las aguas laborales del Primero de Mayo y fácil será deducir que aquí nadie levanta el pie del acelerador del consumo. Motivos no le faltan, por tanto, al Gobierno, para negar que en España haya crisis o siquiera esa "desaceleración" de la que hablan con inmodestia Zapatero y sus ministros.Aun así, casos como el de ese mendigo de Valencia que apuñaló a un competidor para hacerse con su tienda de limosnas debieran invitar a la meditación. Cuando la competencia alcanza niveles tan extremos incluso en el gremio marginal de los mendicantes, mucho es de temer que la desaceleración se esté acelerando más de lo que las apariencias sugieren. Y lo mismo se nos para el coche.
anxel@arrakis.es
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