EUROVISIÓN, FESTIVAL SOVIÉTICO
El Faro de Vigo 26 de mayo de 2008
Por Anxel Vence
Rusia y Ucrania, las dos principales repúblicas de la extinta URSS, acaban de alzarse con los dos primeros puestos del otrora democristiano Festival de Eurovisión que en tiempos del Caudillo reunía a las familias españolas de misa dominical frente a la tele. Como un Cid redivivo, la antigua Unión Soviética gana batallas después de muerta.Ni siquiera ha de resultar casualidad que la sede del concurso estuviese en Belgrado, la que en su día fue capital de la Yugoslavia edificada por las milicias partisanas del mariscal Tito. Y a nadie habrá de sorprender, desde luego, que cinco de las diez primeras naciones clasificadas en el certamen de este año perteneciesen en su día a la URSS o a países de su ámbito de influencia. Definitivamente, el socialismo científico de Lenin ha dejado paso al socialismo canoro de Dima Bilan: un revisionista que no dudó en utilizar el inglés -idioma del antiguo enemigo- para hacerse con el triunfo. Que los viejos soviéticos y sus satélites hayan tomado el Palacio de Invierno de Eurovisión resulta mucho más lógico de lo que pudiera parecer en principio. A pesar de su imagen un tanto blandengue, el festival siempre escondió bajo esa apariencia entre aséptica y hortera un espíritu abiertamente revolucionario en materia de costumbres. Más rompedor que el propio mayo de 1968, el concurso eurovisivo ya sacaba indirectamente a la luz ese año el orgullo de la pluma con la participación del británico Cliff Richards, derrotado entonces por la minifalda de Massiel. Pero eso fue sólo el principio de la subversión. Al año siguiente, el casi imberbe representante monegasco Jean Jacques se adentraba imparcialmente en el delicado dominio de los menores y el incesto con una canción -"Mamá, mamá"- en la que cualquier psicoanalista podría haber detectado claros síntomas del complejo de Edipo llevado a sus últimas consecuencias. Cuatro años antes, la quinceañera italiana Gigliola Cinquetti había tocado también -en tono algo más moralista- el espinoso asunto del menoreo en un tema titulado "No tengo edad (para amarte)" con el que, por cierto, ganó el festival de 1964. Fieles a ese soterrado carácter insurgente, los jurados de Eurovisión no dudaron en premiar en 1998 a Yaron Cohen, un concursante que a su condición de transexual unía la de ser ciudadano del satanizado Estado de Israel. Y, en fin, ya en el año 2003 fue la propia Rusia que ahora acaba de triunfar la que -contra toda moral soviética- se hizo representar en el concurso por una pareja de novias adolescentes decididas a contraer matrimonio, por lo civil o lo criminal, si triunfasen en el certamen. Por desgracia no cumplieron la promesa de cantar desnudas que tanto levantó -entre otras cosas- los índices de audiencia del festival de ese año. Dado ese carácter inequívocamente revolucionario y trasgresor del concurso europeo de gorgoritos, no ha de extrañar que su convocatoria despierte tantas pasiones en los países de la antigua Unión Soviética como indiferencia en los del acomodado y burgués Occidente. De ahí que Irlanda enviase este año al pavo Dustin, una marioneta de trapo, con la esperanza de caer eliminada antes de la final, como así ocurrió. O que también España eligiese a otra marioneta de carne y hueso bajo el nombre artístico de Rodolfo Chikilicuatre para tomarse igualmente a chacota un festival que ya sólo interesa en los países del antiguo soviet. Atrás quedan las exaltaciones patrióticas de Massiel y las más recientes de la Rosa de España, cuando los nacionales aún creían -con ánimo curiosamente soviético- en las glorias continentales de Eurovisión. El caso es que Rusia y sus ex satélites han tomado al asalto el palacio de la canción en el que la vieja Europa guardaba sus últimas esencias revolucionarias y horteras. Tanta orquesta sinfónica y tanto virtuoso del violín como dio aquel régimen para llegar ahora a esto.
anxel@arrakis.es
http://www.farodevigo.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2008052600_5_228209__Opinion-Eurovision-festival-sovietico
El Faro de Vigo 26 de mayo de 2008
Por Anxel Vence
Rusia y Ucrania, las dos principales repúblicas de la extinta URSS, acaban de alzarse con los dos primeros puestos del otrora democristiano Festival de Eurovisión que en tiempos del Caudillo reunía a las familias españolas de misa dominical frente a la tele. Como un Cid redivivo, la antigua Unión Soviética gana batallas después de muerta.Ni siquiera ha de resultar casualidad que la sede del concurso estuviese en Belgrado, la que en su día fue capital de la Yugoslavia edificada por las milicias partisanas del mariscal Tito. Y a nadie habrá de sorprender, desde luego, que cinco de las diez primeras naciones clasificadas en el certamen de este año perteneciesen en su día a la URSS o a países de su ámbito de influencia. Definitivamente, el socialismo científico de Lenin ha dejado paso al socialismo canoro de Dima Bilan: un revisionista que no dudó en utilizar el inglés -idioma del antiguo enemigo- para hacerse con el triunfo. Que los viejos soviéticos y sus satélites hayan tomado el Palacio de Invierno de Eurovisión resulta mucho más lógico de lo que pudiera parecer en principio. A pesar de su imagen un tanto blandengue, el festival siempre escondió bajo esa apariencia entre aséptica y hortera un espíritu abiertamente revolucionario en materia de costumbres. Más rompedor que el propio mayo de 1968, el concurso eurovisivo ya sacaba indirectamente a la luz ese año el orgullo de la pluma con la participación del británico Cliff Richards, derrotado entonces por la minifalda de Massiel. Pero eso fue sólo el principio de la subversión. Al año siguiente, el casi imberbe representante monegasco Jean Jacques se adentraba imparcialmente en el delicado dominio de los menores y el incesto con una canción -"Mamá, mamá"- en la que cualquier psicoanalista podría haber detectado claros síntomas del complejo de Edipo llevado a sus últimas consecuencias. Cuatro años antes, la quinceañera italiana Gigliola Cinquetti había tocado también -en tono algo más moralista- el espinoso asunto del menoreo en un tema titulado "No tengo edad (para amarte)" con el que, por cierto, ganó el festival de 1964. Fieles a ese soterrado carácter insurgente, los jurados de Eurovisión no dudaron en premiar en 1998 a Yaron Cohen, un concursante que a su condición de transexual unía la de ser ciudadano del satanizado Estado de Israel. Y, en fin, ya en el año 2003 fue la propia Rusia que ahora acaba de triunfar la que -contra toda moral soviética- se hizo representar en el concurso por una pareja de novias adolescentes decididas a contraer matrimonio, por lo civil o lo criminal, si triunfasen en el certamen. Por desgracia no cumplieron la promesa de cantar desnudas que tanto levantó -entre otras cosas- los índices de audiencia del festival de ese año. Dado ese carácter inequívocamente revolucionario y trasgresor del concurso europeo de gorgoritos, no ha de extrañar que su convocatoria despierte tantas pasiones en los países de la antigua Unión Soviética como indiferencia en los del acomodado y burgués Occidente. De ahí que Irlanda enviase este año al pavo Dustin, una marioneta de trapo, con la esperanza de caer eliminada antes de la final, como así ocurrió. O que también España eligiese a otra marioneta de carne y hueso bajo el nombre artístico de Rodolfo Chikilicuatre para tomarse igualmente a chacota un festival que ya sólo interesa en los países del antiguo soviet. Atrás quedan las exaltaciones patrióticas de Massiel y las más recientes de la Rosa de España, cuando los nacionales aún creían -con ánimo curiosamente soviético- en las glorias continentales de Eurovisión. El caso es que Rusia y sus ex satélites han tomado al asalto el palacio de la canción en el que la vieja Europa guardaba sus últimas esencias revolucionarias y horteras. Tanta orquesta sinfónica y tanto virtuoso del violín como dio aquel régimen para llegar ahora a esto.
anxel@arrakis.es
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