miércoles, mayo 14, 2008

FICCIÓN, NO FICCIÓN Y EL FUTURO


Ficción, no ficción y el futuro


Por Juan Bonilla


EL MUNDO 12/05/08


Tom Wolfe en la Feria del Libro de Buenos Aires: una turbamulta de periodistas jóvenes, universitarios a los que su Gobierno aún no les ha dicho que el futuro de la Universidad es convertirse en el parvulario de las empresas como en España, le rodean admirados, esperan sus palabras con sed de verdad o espectáculo, tanto dará. Y va el astro americano y dice -después de habernos castigado con varias novelas antecedidas por declaraciones en las que aseguraba que el futuro era Dickens- que no, que ahora el futuro es la no ficción, que sólo la no ficción puede calar nuestra época con verdadera fidelidad.
Aplausos: los allí presentes creen fielmente en la no ficción. Y luego el maestro/guru/santo del yo como conductor de cualquier texto periodístico y de la onomotopeya futurista como ambientador de textos, se descuelga con una defensa de lo textual, dice que miremos la Historia, que hace 160 años ya que padecemos medios de comunicación que no necesitan de lo textual y en cambio de todas las noticias importantes nos hemos enterado siempre por la prensa escrita, y eso seguirá pasando. Aplaudos. Ovación. Los allí presentes creen fielmente en el periodista con cuaderno y prosa rápida. Y uno se pregunta: ¿Dónde estaba Tom Wolfe el 11 de septiembre del 2001? ¿Tuvo que esperar de veras al 12 de septiembre para enterarse de lo de los aviones y el World Trade Center?
Ninguna táctica peor para el alzamiento de un género cualquiera que la de minusvalorar a quien se considera su enemigo. Cuánta más altura le quites a tu enemigo para ponértela tú, menor será tu victoria, si ésta se termina produciendo y si ésta tiene verdadero sentido.
Wolfe es claro partidario del uso de los mecanismos de ficción en la no ficción, y puede que no se dé cuenta del homenaje que así le hace a quien ahora considera su enemiga, quizá porque se le ha agotado el caudal de hacer ficciones. Lo hemos visto antes: autores que dicen que un género cualquiera se acaba porque él ha decidido no practicarlo más, la confusión entre lo que pasa en tu computadora y lo que pasa en todo el mundo.
Tom Wolfe viene de un país, por cierto, donde casi un 60% de la población considera que el Génesis es un documento periodístico fiable escrito por un buen reportero capacitado para contar con cierta exactitud lo que de verdad pasó en la creación del mundo: el Génesis como primera obra del nuevo periodismo. No exactamente una no ficción escrita con técnicas de ficción (eso es lo que quisieran ellos), sino al contrario: una portentosa ficción escrita con técnica de no ficción.
Ese es el triunfo de los creacionistas: sabían que la ficción genera desconfianza (bah, no es verdad), así que lo que necesitaban era precisamente colar como no ficción lo que no es más que ficción -y además del género infantil, el que más éxito tiene en nuestro tiempo-. Tom Wolfe se pone de parte de los creacionistas, quién nos lo iba a decir, pero para darse un toque distinguido, de coqueta antigüedad, se suelta con eso de que todo lo importante de lo que nos enteramos pertenece a la cultura escrita.
A estas alturas. Los organizadores de peleas de perros entre géneros puede que se froten las manos continuamente y logren poner de moda -ya lo han hecho en los círculos académicos- la cansada discusión acerca de quién la tiene más larga, la ficción o la no ficción, pero los resultados no dejan de ser amuermantes. Me aburro, como dice contundentemente Homer Simpson.
Si la realidad es el único lugar donde se puede conseguir un buen filete -según decía Woody Allen (y una buena guerra, habría que añadir)-, la ficción es el único lugar del mundo donde un personaje abominable al que no nos gustaría tener de vecino ni cruzarnos con él como Tony Soprano, puede engancharnos a sus andanzas, hacérsenos necesario, crear adicción.
Restarle méritos y grandeza a Los Soprano, por ejemplo, por ser una ficción es tan tonto como restárselo por ser una serie televisiva y no una obra textual: supersticiones de anticuario. Tom Wolfe es muy dueño de jugar a augur: ya lo ha hecho antes y conmueve pensar que acertó muy poco. Para empezar, en alguien tan aficionado a sacarle todo el partido posible a las palabras es extraño que hable tanto del futuro, el lugar al que nos dirigimos pero al que no llegaremos nunca, un exquisito monstruo que sabe sucederse a sí mismo como el horizonte, un espejismo al que le podemos imponer los hechos y posibilidades que queramos que él podrá corregirse una y otra vez sin ningún remordimiento.

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